José de Arce y Rojas es considerado el apóstol de Paraguay. Nacido en 1640, desarrolló una actividad asombrosa en las misiones jesuíticas además de mediar entre diferentes tribus. Hoy en día, la misión de San Javier, fundada por el en 1691, es Patrimonio Cultural de la Humanidad, declarada así por la Unesco desde 1990.
Natural de Angra, isla de Terceira del archipiélago de las Azores, llega a la isla canaria de La Palma, en 1640, el portugués Alférez José de Arce Rojas y Escobar. Estableciéndose, definitivamente, en la ciudad de Santa Cruz de La Palma, como comerciante, según era su intención al emigrar.

José de Arce Rojas y Escobar era fiel devoto de San Francisco Javier, Apóstol de Las Indias, y así se lo transmitió a dos de sus hijos que acabaron profesando en la Compañía de Jesús. Uno de ellos, D. José de Arce y Rojas, será finalmente, Apóstol del Paraguay.
Así mismo, decidió fundar una ermita en honor al santo en un solar anexo a su vivienda en la antigua Calle Real del Puerto, previas las autorizaciones eclesiásticas oportunas, para lo cual, dotó y abrió tribuna y puerta de comunicación a través del coro con su hogar, hecho que trae consigo la curiosidad de sus vástagos en asuntos religiosos. Actualmente en esa ubicación se encuentra instalada una farmacia que aún conserva elementos de la antigua ermita de San Francisco Javier, del siglo XVII, como es el artesonado de cuatro faldones con lacería de raíz mudéjar, el coro y las escaleras de acceso.

De quien pretendemos obtener su curiosidad, es del descendiente y pieza clave de este relato, el Padre José Francisco de Arce y Rojas (1651-1715), quien vino al mundo en la capital de la isla de La Palma, y fue el segundo de tres hermanos varones.
Teniendo en cuenta que había sido criado en el seno de una familia de posición desahogada y una vez concluido el bachillerato, fue enviado a Sevilla bajo la supervisión de su padre y mentor, junto con su hermano mayor, Juan de Arce, para continuar con los estudios de Derecho. Pero son los Padres Jesuitas los que ante su valor intelectual, le hacen abandonar su verdadera vocación de leyes para ingresar en el noviciado de la orden fundada por San Ignacio de Loyola, en 1669, donde adquiere una gran reputación como novicio por su carácter, disciplina y su facilidad de hablar con fluidez.

Ambos hermanos resultaron agraciados con el don de la elocuencia. En todos aquellos templos abarrotados en los que pronunciaron sus discursos y homilías, así como en numerosos colegios peninsulares, tanto en Valencia, Valladolid, Salamanca, Sevilla…, fueron muy elogiados.
Ante la decisión e insistencia del palmero de desarrollar su actividad en los enclaves misioneros de Indias, así como, sus cualidades, fortaleza física y mental para superar las duras condiciones de vida en las selvas amazónicas, será su Superior General, quien decida concederle la licencia y enviarlo a la América meridional.

Después de tres meses de navegación, según el archivo de Indias, un total de 35 varones expedicionarios, llegan a su destino, Uruguay y más tarde, en marzo de 1674, a Argentina donde comienza, en un territorio casi desconocido y sin apenas evangelizar, a fundar numerosos colegios y residencias, y a conseguir algo imposible de creer en aquellos tiempos: actuar como mediador para alcanzar la paz duradera entre tribus inquietas e históricamente enfrentadas, los aborígenes guaraníes y los guanoas.
Al cumplir los 26 años, José de Arce, termina su formación de Teología en la Universidad de Córdoba, Argentina (fundada en 1613) y es ordenado sacerdote. Se inició en el aprendizaje de una novedosa teología etnológica, la de las lenguas indígenas y sus culturas, hablando hasta cinco de ellas (guaraní, chiquito, quichuo, chiriguano y payaguá), necesarias para las conversiones que realizaba en todas las iglesias de su fundación y dedicando bastante tiempo a conocer la realidad local y la organización de la Compañía. Propagando la enseñanza secundaria y superior y evangelizando a los nativos.

La Provincia Jesuítica de Paraguay o Paraqvaria comprendía territorios de los actuales Paraguay, Brasil, Uruguay, Bolivia y Argentina. Estas misiones de Paraguay y el oriente de Bolivia generaron durante siglos un apasionado debate ideológico, en el que unos la presentaban como la realización de la utopía cristiana y otros como una teocracia opresiva e intolerable.
La fascinación que generaron y que aún generan las reducciones jesuitas tiene una estrecha relación con el conflicto ideológico entre el modelo de sociedad impuesto por los conquistadores españoles, basado en el trabajo forzoso de los indígenas y la aculturación violenta de éstos; y el modelo de organización comunitaria, autónoma y respetuosa de la cultura indígena llevada a cabo por los misioneros jesuitas.

El esfuerzo que al fin y al cabo se realizó para tratar de evitar o controlar el abuso de los europeos conquistadores sobre los indígenas, no siempre dio resultados positivos. Revueltas y enfrentamientos fueron la constante hasta que las dos órdenes religiosas más importantes de la época llegaron a esas tierras: primero franciscanos y luego jesuitas.
El padre José de Arce, entabló buenas relaciones con un pueblo de las zonas bajas de la actual Bolivia, donde funda, a finales de 1691 en la población de San Javier, el primer asentamiento misional establecido por los padres jesuitas en la región de Chiquitos y que dirigiría durante tres años, sentando las bases para un estilo que fue repetido, con variaciones, en las demás reducciones jesuitas que se fueron fundando. San Javier, como el resto de las Misiones Jesuíticas de Chiquitos, fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1990.

Ayuda a organizar la resistencia frente a la incursión de los tratantes de esclavos de Sao Paulo que destruyeron todas las misiones del actual estado de Paraná, en Brasil, llegando a enfrentarse a encomenderos españoles y a paulistas portugueses. Los jesuitas se vieron obligados a trasladar las misiones de la zona al sur de Brasil y a concentrar a la población guaraní (grupo distribuido principalmente entre el este de Bolivia, oeste de Paraguay, noroeste de Argentina y sur y centro oeste de Brasil) hacia lugares más seguros como los ríos Paraná y Uruguay. Desde ese momento, las reducciones guaraníes se convirtieron en un elemento fundamental en la defensa de las colonias del río de La Plata de las incursiones de bandeirantes portugueses en territorios reclamados por Portugal.

En 1715, después de muchos y frustrados intentos, le fue encomendada, por ser la persona idónea y experimentada, la búsqueda de la ruta arriesgada por el río Paraguay que uniera las treinta Misiones Jesuíticas Guaraníes con las diez de Chiquitos, de unos 23000 indígenas.
José de Arce, junto a algunos jesuitas, sesenta indios y varias embarcaciones llenas de provisiones, después de un solemne acto eucarístico y de ser despedidos por la multitud, pone rumbo en busca de Chiquitos. No le faltaron contratiempos por parte de los grupos indígenas payaguaes (pueblo que habitaba a lo largo del río Paraguay) y los guaycurús, hasta la laguna de Mayore.

Por fin, después de un accidentado y penoso viaje cumple su viejo sueño al llegar, prácticamente desnudo, herido y muerto de hambre, a la misión de San Rafael de los Chiquitos. De regreso, en tierras que actualmente pertenecen al estado brasileño de Mato Grosso do Sul, cae en la mortal emboscada que le tendieron los payaguaes hostiles al sometimiento católico. Tras asesinarlo salvajemente, entregaron su cadáver a los guaycurús, quienes arrastraron y ataron a una cruz y lo arrojaron a la corriente, río abajo. Sus últimas palabras, antes de perder la vida, fueron: «Hijos míos, muy amados, ¿por qué hacéis esto?». Era el mes de diciembre de ese mismo año, cuando ocurrió el martirio del padre Arce a sus 65 años de edad, después de 41 años en misiones y 45 de vida religiosa en la Compañía de Jesús.
El padre José Francisco de Arce y Rojas fue el verdadero apóstol de la iglesia en la antigua provincia del Paraguay, su nombre quedó grabado en la lista de mármol que se encuentra en la capilla de Los Mártires en el colegio Cristo Rey, de Asunción, donde es considerado como venerable, hombre de gran espíritu, coraje y convicción en la defensa de los indígenas.
En la Calle Lemus de su ciudad natal, Santa Cruz de La Palma, se erigió una estatua en bronce en honor al sacerdote jesuita en su andadura colonial, y a sus pies una lápida con la leyenda: “Hijos míos, muy amados ¿por qué hacéis esto? Sobre la puerta adintelada, en la fachada de la vivienda familiar de la Calle Real, hoy Calle O´Daly, existe una placa conmemorativa, que dice así: “En esta casa nació el Padre José de Arce y Rojas S.J. el 8 de noviembre de 1651. Apóstol del Paraguay”
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