En 1825, moría El Empecinado, uno de los mayores líderes de la Guerra de la Independencia, un héroe para sus soldados, un azote para el invasor francés, que no dudó en enfrentarse al rey por el que había luchado cuando este se negó a mantener la Constitución que había jurado. Fiel a sus principios hasta el final.
Cuando nos referimos a personajes de nuestra historia que han sido considerados como héroes, no cabe duda que existe infinidad de ellos, algunos famosos y otros olvidados a los que no se les reconoce su importante papel en la historia de nuestro país.
A nuestro personaje histórico se le ha reconocido por su figura valiente y decidida, por su pertinaz audacia, sus célebres victorias, por ser estricto cumplidor de sus juramentos, y por su carácter obstinado, ya que nunca desistía de los objetivos que se marcaba. Fue un héroe y un mártir, inmortalizado en escritos (Episodios Nacionales de Pérez Galdós), grabados y pinturas (la más conocida se atribuye a Francisco de Goya), estamos hablando, sin duda, del Empecinado, Juan Martín Díez.
El apodo empleado tiene que ver con el gentilicio de su pueblo natal, Castrillo de Duero, una pequeña localidad vallisoletana situada al sureste de la provincia, limítrofe a las de Burgos y Segovia, al parecer por la abundancia de “pecina” -aguas negruzcas en descomposición- del arroyo Botijas que atraviesa el mismo pueblo.
Desde entonces, el personaje en cuestión ha cambiado el sentido de la palabra, como veremos más adelante, y ha servido para enriquecer nuestro idioma, y así se dice “empecinarse” a obstinarse o empeñarse en conseguir algún fin. Será, por tanto, en octubre de 1808, cuando se le otorgue, a través de una orden real, el privilegio de usar el apodo de “empecinado”.
Símbolo de patriotismo y rebeldía, Juan Martín Díez nace en 1775 y se convierte en personaje clave de la Guerra de la Independencia española, también llamada La Francesada en la que participa como jefe de una de las guerrillas legendarias, que con su insistencia, consiguieron derrotar repetidas veces al ejército napoleónico en situaciones extremadamente complejas.
Con la mayoría de edad se alistó en el ejército y participó contra los franceses, tras la ejecución de Luis XVI en la Guerra del Rosellón o de los Pirineos, que duró dos años y que le sirvió para formarse en tácticas de guerra.
A su regreso del enfrentamiento militar, casó en 1796 con Catalina de la Fuente, natural de Fuentecén, pueblecito al suroeste de la provincia de Burgos donde se instaló como agricultor, hasta que en 1808, los ejércitos franceses de Napoleón invadieron España.
Al comienzo de la contienda, en el mes de abril, varias unidades del ejército galo andaban merodeando los parajes burgaleses cuando, tras la violación de una mujer en su pueblo natal por parte de un sargento francés, provoca que Juan Martín Díez trate de vengarse echándose al monte a caballo con un grupo de familiares y vecinos dispuestos a ofrecer resistencia y, posteriormente, provocarle la muerte.
Sabemos que perdió dos batallas a campo abierto en lugares de gran importancia estratégica y defensiva de Valladolid, en la Batalla de Cabezón del Pisuerga y en la Batalla de Medina de Rioseco, junio y julio de 1808, respectivamente. Las mal entrenadas e improvisadas tropas fueron batidas sin resignación. La de Rioseco fue la primera de importancia y supuso la llave que abrió la puerta al trono español a José Bonaparte.
Tras estas derrotas, nuestro homenajeado de hoy, reflexionó y pensó que había que cambiar de estrategia y que tal vez obtendría mejores resultados con el sistema de guerrillas en los montes, en los campos y en los pueblos, y está claro que fue todo un acierto. El propio Napoleón, dijo: “la batalla de Rioseco ha puesto en el trono de España a mi hermano José»
La estrategia militar de estos pequeños grupos de combatientes que utilizaban ataques a pequeña escala para debilitar al enemigo, como; emboscadas, sabotajes, saqueos, incursiones, etc…, así como las capturas a las estafetas y a los convoy con armas, víveres y munición, les permitió unirse al ejército español al comienzo de esta contienda, a veces llamada “de los Seis Años”, surgiendo así, el “fenómeno guerrillero” que se convertiría en una auténtica pesadilla para el ejército más poderoso de Europa y mejor cuerpo de ingenieros del mundo, que junto con los ejércitos regulares aliados, provocarían el desgaste progresivo de las fuerzas bonapartistas.
Tras adoptar la táctica de guerra de guerrillas, se desencadenó una serie de éxitos por toda la cuenca del Duero, más de 100.000 kilómetros cuadrados estaban bajo su control, lo que acabaría con el nombramiento de Juan Martín Díez como capitán de caballería, en 1809.
El bravo vallisoletano, fiel a su estrategia, vio como el número de guerrilleros se incrementaba hasta los 6.000 efectivos, reteniendo a los franceses en Pedraza, Sepúlveda, Aranda de Duero y al norte de la sierra de Madrid, dedicándose al asalto y tratando de dañar la logística y comunicaciones del ejército imperial francés en la ruta entre Madrid y Burgos.
El batallón francés se estaba viendo tan perjudicado, que el propio Napoleón se interesó por el problema que suponía aquellas milicias dirigidas por un campesino y nombró a uno de sus mejores generales, Joseph Léopold Sigisbert Hugo, poniendo precio a su cabeza.

El militar, padre del poeta y dramaturgo, Víctor Hugo, guerreó durante cerca de tres años contra el Empecinado y su grupo guerrillero, intentando infructuosamente capturarle, enfrentándose a su habilidad, conocimiento superior del terreno y apoyo de los lugareños.
Todo ello hizo que actuase de manera oculta y sorpresiva, se moviese con rapidez, reuniéndose y dispersándose sin dejar rastro, hasta que finalmente, el general Léopold Hugo, con la intención de hacerle chantaje, apresó a su madre y a algunos familiares.
Su reacción no se hizo esperar amenazando al general con asesinar a todos sus prisioneros franceses si no liberaba a su progenitora, y ante tales circunstancias no le quedó más remedio que acceder a sus pretensiones y ponerla en libertad.
El periplo por tierras de Guadalajara se extiende desde 1809 y dura los tres años más cruciales de la Guerra, devastando con contundencia los contingentes franceses hasta llegar a enfermar debido a tanto esfuerzo realizado de manera continuada. Posteriormente se recupera y continúa hasta la toma de la ciudad de Guadalajara.
En 1811 encabezó una expedición, esta vez por tierras aragonesas, en lo que se conoce como “Campaña del Empecinado”, que duró tan solo cuatro meses, resultando exitosas la mayoría de sus batallas. Acabaron concediéndole el rango de brigadier del ejército español.
Ganando batallas llegó a merodear Madrid liberando Alcalá de Henares y con la intención, se dice, de secuestrar al mismísimo José Bonaparte, rey ocasional de España.
Martín Díez se volvió cada vez más aclamado por su continua y firme resistencia al ejército napoleónico, recorriendo las diversas provincias españolas que sufrían la ocupación francesa. Tanto la Junta Suprema Central como la Suprema Regencia le reconocieron sus méritos concediéndole la graduación de general, y al finalizar el conflicto bélico en 1814 ya comandaba a más de 10.000 hombres.
Cuando acaba la guerra, España se enmarca en un convulso contexto de enfrentamientos entre liberalismo y absolutismo característico de principios del siglo XIX; primero, con la llegada de su exilio francés del rey Fernando VII en 1814, se restaura el absolutismo, y el Empecinado, mariscal de campo por aquel entonces, sugiere al monarca que asumiera la Constitución de 1812, siendo rechazada su propuesta.

Tras el levantamiento de Rafael del Riego en defensa de la Constitución de Cádiz, al que se sumó Juan Martín Díez combatiendo los diversos brotes absolutistas, se produjo el restablecimiento de las autoridades constitucionales, imponiéndose los liberales en España.
Con la llegada a España de los Cien mil hijos de San Luís para apoyar a Fernando VII a restablecer sus poderes absolutos perdidos, este intentó que se adhiriese a su causa y mandó a hacerle el ofrecimiento de una gran cantidad de dinero y hasta de un título nobiliario. La respuesta del Empecinado fue:
«Diga usted al rey que si no quería la Constitución, que no la hubiera jurado; que el Empecinado la juró y jamás cometerá la infamia de faltar a sus juramentos».
El Empecinado
En 1823, acabado el régimen liberal, se refugió en Portugal y después de pedir permiso para regresar con la promesa real de ser indultado, camino de Aranda de Duero, sufrió una emboscada en Olmos de Peñafiel. Llevados presos a Nava de Roa, desde allí fueron entregados al alcalde de Roa de Duero, donde sufrieron múltiples vejaciones y torturas.

Tras dos años de encierro, el 19 de agosto de 1825, en la sentencia dictada por Fernando VII se ordena su ejecución en la horca, no sin antes ningunearle, pues el Empecinado había pedido para él y los suyos ser fusilado como militar. Cuenta la leyenda que lleno de rabia rompió las ataduras y lanzándose a sus captores fue abatido a balazos, colgando su cuerpo y exhibiéndolo públicamente, haciendo así, cumplir la sentencia. De esta manera, tan poco digna, se puso fin a la vida de un héroe nacional que se levantó en armas contra la invasión napoleónica.
Etiquetas: El Empecinado, Napoleón, José Bonaparte, ejército francés, Juan Martín Díez, guerra de independencia, guerrillero