Georg Michael Welzel, el ultimo ejecutado de la justicia española

En 1974, un agonizante régimen franquista, firmaba la sentencia de ejecución de Salvador Puig Antich y Heinz Chez. Se ponía fin a la larga historia del garrote vil en España con un enigma. Heinz Chez era en realidad Georg Michael Welzel. Esta es su historia.

Teniendo en cuenta que en la Edad Media, los medios habituales de ejecución eran la horca y la decapitación, será Carlos III quien prohíba las técnicas empleadas hasta entonces, por considerarse “excesivamente cruel”, a favor de la pena de muerte mediante la aplicación del garrote como único medio de ejecución.

En abril de 1900, las Cortes aprobarán la norma que, impulsada por el senador Ángel Pulido y más conocida como “Ley Pulido”, pondrá fin a las ejecuciones del reo como espectáculo público. 

El hecho de no ser públicas las ejecuciones, no sentó nada bien a determinados sectores de la población porque veían como se acababa con un espectáculo tradicional desde hacía siglos.

El objetivo del senador Pulido era abolir la pena de muerte y aunque no lo consiguió, luchó incansablemente, durante tres legislaturas, hasta que las ejecuciones de los reos dejaron de ser públicas.  Tal fue su empeño en este asunto que hasta empleó un término para denominar a la muchedumbre que se agrupaba alrededor del reo “formando una mancha oscura con un solo ojo para ver lo que ocurría en el garrote”, la oclofrenia del patíbulo

El día que se ajusticiaba al reo era un día de “fiesta”, comenzaba con la salida de la prisión hacia el lugar de ejecución. La escenificación del recorrido era distinta en función de la condena, y así los condenados a “garrote noble” hacían el recorrido hasta el cadalso en caballo ensillado, los de “garrote ordinario” iban en mula o caballo y los de “garrote vil” en burro, sentados mirando hacia la grupa, o bien, arrastrados.  Durante el trayecto se instalaban puestos de comida y muchos pasaban la noche en la plaza para aprovisionarse de un buen puesto.

Con la “Ley Pulido” las ejecuciones ya no se realizaban en las plazas sino en las prisiones y solo las presenciaba una comisión de autoridades que finalizaba con el alzamiento de una bandera negra en la fachada, provocando de este modo el enfado del respetable. 

La pena máxima sería utilizada en España, sin interrupción, hasta 1932 cuando fue abolida a raíz de una reforma del Código Penal introducida durante la Segunda República, pero el aumento de la violencia política hizo que dos años más tarde se reinstaurase para los delitos de terrorismo y bandolerismo. La Guerra Civil dio lugar a una legislación penal especial, restableciéndose la pena de muerte para delitos comunes, con penas más severas. 

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Ajusticiados a garrote vil

La técnica del garrote 

La denominación “garrote vil” ha prevalecido, y hoy en día se usa para designar tanto al instrumento como a la pena máxima que lo utiliza.

El garrote fue un instrumento de muerte al servicio del Estado que se administraba solo a aquellos que merecían el fin más infamante.

El reo era sentado y atado a un poste o silla donde se le colocaba un mecanismo que consistía en un corbatín de hierro que por la parte trasera lo atravesaba un tornillo grueso y un pasador que el verdugo debía hacer girar con la intención de romper el cuello a la víctima, produciéndole la dislocación de la apófisis odontoides de la vértebra axis. 

Con esta técnica se podían producir dos lesiones; una por aplastamiento del bulbo raquídeo, y otra, por rotura de la cervical con corte medular. Ambas tenían como finalidad un coma cerebral y la muerte instantánea, pero se comprobó que en el mejor de los casos la víctima moría rápidamente, pero lo cierto es que todo dependía, tanto de la pericia de la que disponía el verdugo, como de la resistencia del cuello del condenado, y la muerte, generalmente, era sobrevenida por estrangulamiento, prolongándose la agonía. 

Las últimas ejecuciones en España

Los últimos hombres condenados por la justicia militar en España y ejecutados por garrote vil, fueron; el ácrata catalán Salvador Puig Antich, en la Cárcel Modelo de Barcelona -del que se sabía casi todo-, y el supuesto apátrida, Heinz Chez, en la de Tarragona. Sus ejecuciones se produjeron el 2 de marzo de 1974. 

Portada de El Caso, semanario especializado en sucesos, con la noticia de la ejecución, el 2 de marzo de 1974, de Puig Antich, en la prisión Modelo de Barcelona, y Heinz Ches (transcrito como Chez), en Tarragona. Fueron los últimos condenados a los que se aplicó en España el garrote vil.
Portada de El Caso de 2 de marzo de 1974

Entre 1964 y 1970, Chez fue arrestado tres veces por intentar huir de la Alemania del Este. Permaneció la mayor parte del tiempo en la cárcel hasta que en 1972, es rescatado por la República Federal de Alemania donde se le entrega un pasaporte falso con el que viaja a España. 

Con tan solo una semana desde su llegada clandestina a Gerona, ya se le había imputado varios delitos, entre los que figuraba un intento de homicidio a un agente en Barcelona –hecho que nunca reconoció-, el robo de una escopeta de caza, y el asesinato de un suboficial de la Guardia Civil a quemarropa, al haber sido descubierto en el momento en que se disponía a robar en un bar de Tarragona. Horas más tarde, fue detenido en la estación de ferrocarril de Ametlla de Mar, donde se le ocupó una pistola arrebatada al suboficial. 

Tras el hecho luctuoso y en sus primeras declaraciones, se mostró enigmático e introvertido, afirmaba llamarse Heinz Chez, ser súbdito polaco, haber nacido en 1939 y no tener profesión, familia, ni conocidos, lo que a todas luces era un hombre “sin pasado”. Igualmente, durante el interrogatorio, admitió haber disparado, pero negó cualquier intención de matar.

Con aquellos antecedentes y transcurrido un año en prisión, el Consejo Superior de Justicia Militar, fijó fecha para ser ejecutado por sentencia a garrote vil. Su verdugo, J. Monero Renomo, nunca antes había llevado a cabo una ejecución y no supo cómo ejercer la presión necesaria, por lo que Chez tardó unos 25 minutos en morir, tras una inhumana y larga agonía. 

En 1977, la compañía teatral Els Joglars estrenó en Barbastro “La Torna”, una obra teatral que recreaba sarcásticamente los últimos días de Heinz Chez. Dos días después del estreno en el teatro Bartrina, de Reus, la autoridad militar prohibió la obra, y su director, fue detenido y encarcelado, iniciándose inmediatamente un consejo de guerra contra varios miembros de la compañía.

Fueron varias las hipótesis sobre la presencia de Chez en España; por un lado se pensó que podría ser un agente secreto dispuesto a atentar contra Fº Franco, por otro lado, podría ser un individuo hipnotizado, incluso, un psicópata sin control bajo el efecto de sustancias psicotrópicas, pero serán las investigaciones llevadas a cabo por el periodista Raúl M. Rienbenbauer, quien recabará información sobre la verdadera identidad de Heinz Chez, pero antes, deberá interponer demanda civil ante la negativa del tribunal militar de proporcionarle los expedientes ocultos, solicitados a la Interpol antes de la ejecución. 

Esos documentos demostraban como las autoridades sabían que el ajusticiado, en realidad era alemán, nacido en Cottbus –cerca de Berlín- y su nombre, Georg Michael Welzel

Rienbenbauer  averiguó la existencia de una familia alemana que oficialmente sabían de su desaparición en la frontera con la antigua Alemania del Este. Tenía madre, hermanos, esposa y tres hijos, e incluso dijo de él: “…fue un hombre obsesionado por la libertad,…llegó al país equivocado en el peor momento”.

Fueron muchas las incógnitas entorno a este caso y la posterior ejecución. ¿Por qué asumieron e hicieron suya la mentira? ¿Qué decisiones políticas unieron su caso al de Salvador Puig Antich? ¿Las autoridades españolas temían enredos diplomáticos con la RFA?… Tal vez los datos aportados apunten a que la clave esté en las estructuras de poder de un Estado autocrático.

Etiquetas: pena de muerte, garrote vil, franquismo, ejecución, heinz chez, salvador puig antich, georg michael welzel, welzel, dictadura

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