Durante el siglo XIX hubo numerosas leyes del servicio militar en España. Si bien desde finales del siglo XVIII el ejército se había convertido en la nación en armas, y servir en él era un derecho y una obligación, la realidad que se impuso fue que los únicos en realizar el servicio militar eran los más humildes, los más pobres y analfabetos, que además de poder morir, quedar mutilado o lisiado, y las privaciones y sufrimientos de los tiempos de guerra, eran los que menos provecho podían sacar de ello, puesto que el ejército no era más que la reproducción de la sociedad. Esta fue en su mayoría la composición del ejército en África, que además de estar mal instruido, alimentado y pertrechado, era víctima de una corrupción enquistada, que aún mermaba más sus recursos precarios. El dicho popular “Hijo quinto y sorteao, hijo muerto y no enterrao” resume el sentimiento imperante en la calle.
En 1770, con Carlos III, se promulga la Real Ordenanza de Reemplazo Anual del Ejército con Servicio Obligatorio, y entre los diversos sistemas de reclutamiento que incluye, está el de la “quinta”, es decir, escoger uno de cada cinco mozos, que, se convertirían en soldados profesionales de hecho, al existir un servicio de 8 años. El varón soltero, de los 18 a 36, se sometía cada año al sorteo que se practicaba con su nombre en un cántaro. Excluidos quedaban los incapacitados físicos, que no alcanzasen la estatura de 1,62m (para la época muy alta), los hidalgos, y una larga lista de profesiones. Al fin de los ochos años de servicio podían reengancharse si así lo querían. En cualquier caso, no era un sistema deseado por nadie, y aún extraño a la mentalidad de la época, y menos para los sorteados, y solo cubría una parte de la tropa necesaria, pues continuaba existiendo el sistema de voluntariado y de enganche de personal vago y ocioso. El sistema más deseado de reclutamiento era el del voluntariado, pero las dificultades para cubrir vacantes obligaron a otros métodos. Y, por supuesto, los fraudes en las gratificaciones por levas que obtenían los capitanes estaban en el orden del día.
A partir de la Revolución Francesa, y de la emblemática batalla de Valmy, en 1792, el ejército se democratiza y se entiende formado por ciudadanos, la nación en armas, en un derecho y una obligación. No vamos a extendernos aquí más que en las cuestiones que nos interesan, como es la duración, la redención, la sustitución y soldados de cuota, que son los elementos clave para entender el injusto sistema aún imperante de reclutamiento a inicios del siglo XX en España, y que fue determinante en la pésima calidad de una tropa analfabeta en la mayoría, mal instruida, alimentada, pertrechada e instalada, y con malas condiciones sanitarias, circunstancias que sin duda influyeron en el trágico desenlace de Annual. Las diferentes leyes desde mediados del siglo XIX establecían una duración del servicio entre los 8 y los 6 años, mitad en activo y mitad en reserva. Desde la Cortes de Cádiz de 1812, se introdujo el sistema de redención en metálico, por un importe de 15.000 reales, destinados a la financiación del ejército. La cantidad osciló según la época entre un mínimo de 5000 y los 8000 reales. A modo de ejemplo de la importancia de la cantidad, mil reales era el precio de 4 fusiles. En 1877 y 1878, la cantidad era de 2000 pesetas, si se acreditaba profesión, oficio, carrera…En 1882 se estableció en 6000 reales (1 peseta= 4 reales), que solo redimía de los cuerpos activos, pero no del servicio en destinos no combatientes. En 1885 se establece en 1500-2000 pesetas según se hubiere de prestar servicio en la Península o Ultramar. Como sea, son cantidades muy importantes que equivaldría a un año de salario de muchos trabajadores con la que mantenían a su familia, haciendo imposible su pago.
La sustitución, era modalidad de salvar la obligación de realizar el servicio mediante que otra persona, el sustituto, lo hiciera por el llamado a filas. Por supuesto es de imaginar que estos sustitutos habían de tener unas condiciones sociales humildes, o incluso soldados ya licenciados, y ser gratificados para ello, o estar en deuda con el sustituido por el motivo que fuere. Se documentan casos de sustituciones por acuerdos privados en los que por cantidades de unos 2300 reales, hasta 6650, se alistaban sustitutos, acordándose una cantidad en el ingreso y otra a la finalización del servicio. Se menciona como explicación que el mozo sustituido es necesario para la ayuda a sus padres, y el realizar la hipoteca de algún campo para el pago era habitual. Ante notario se acordaba que en caso de fallecimiento se entregara la cantidad a una determinada persona. Una curiosidad de los documentos consultados es que en ellos los sustituidos y sus padres son tratados de “Don”, no así los sustitutos. Diversas leyes, en 1856, 1877,1882, regulan la sustitución, hasta incluso suprimirla temporalmente, en 1874, entre pariente hasta 4º y al final sólo entre hermanos, con modificaciones en el servicio en ultramar.
Soldados españoles en Rif, Revista Rambla
Hay que tener en cuenta que las posibilidades, como ya hemos indicado, de ser baja por herida, enfermedad o muerte eran elevadas. A modo de ejemplo, la rápida campaña de 1859-1860 en África causó en pocos meses un 20% de bajas en el ejército expedicionario, de las cuales, cerca de la mitad, fueron muertos. Por supuesto, las causadas por enfermedad eran mayoría, por las malas condiciones que siempre han acompañado los ejércitos. En los períodos de las guerras de ultramar, sobre todo en Cuba, los índices de bajas subían hasta el 50%, la mayoría muertos por enfermedad. La conciencia de ello en la sociedad hacía que se intentara librar por parte de las familias a los hijos del servicio militar, mediante los procedimientos económicos legales, los cuales servían además para financiar el ejército. Por supuesto que muchas familias quedaron largamente endeudadas o directamente arruinadas con el fin de librar del servicio a un hijo, y hasta surgieron en algunas aseguradoras pólizas que cubrían el importe correspondiente. Al nacer el hijo varón había familias que las suscribían, para cuando llegase el caso de tener que incorporarse, poder cubrir el importe.
De facto se eliminó la sustitución con la nueva Ley de 1912, en la que también se anula la redención, pero en cambio crea la figura del soldado de cuota, que redimía el servicio con el pago de una cantidad estipulada, de manera que por mil pesetas se pasaba de 3 años a diez meses y por dos mil, quedaba en cinco meses, escogiendo el destino en la península y pernocta fuera del acuartelamiento, sin intervenir en el Protectorado. Así se amortiguaban las quejas sobre los que quedaban exentos por el pago de una suma y al mismo tiempo se mantenían los ingresos por ello, con lo que se modificó todo para que todo continuara casi igual.
Certificado de redención
Tras los sucesos de Annual, se enviaron a Marruecos los soldados de cuota también, dada la desastrosa situación creada. Pero como todo tiene solución, para sustraerse al servicio de primera línea se extendió el sistema de regalar un coche, generalmente un Ford de un valor de 4000 pesetas, a la unidad en la que se servía, y adquirir así la plaza de conductor, y quizás también otra plaza de mecánico, asegurándose prestar servicio en retaguardia. No obstante, aquí se produjo una situación de mejora generalizada de las condiciones de las tropas destinadas al Protectorado, al haber una presión de las familias con hijos de cuota, acomodadas, a las autoridades. La alimentación y el alojamiento fueron, relativamente, mejorados, y socialmente se involucró a las clases medias en la cuestión de la guerra, que hasta entonces habían vivido de manera ajena, interesándolas en aquello que les afectase y mostrando su mayor poder de influencia ante las autoridades, llegando en noviembre de 1921 a entrevistarse con el ministro de la guerra una comisión de madres de soldados de cuota para presionar que sus hijos regresaran a la península dado que habían pagado una cantidad de dinero ello. Y razón no les faltaba.
Y por si no hubiese quedado claro que los destinados a Marruecos eran los más humildes, pobres y analfabetos, que en la vida civil pertenecían a las clases más sumisas, las condiciones en las que se hallaban se veían muy perjudicadas por una descomunal, espantosa y escandalosa corrupción generalizada. Un hecho relatado por Manuel Ciges Aparicio, en su obra España bajo la monarquía de los Borbones, relata que en la guerra de 1893, el general Margallo, a la sazón gobernador de Melilla, murió de un tiro en la cabeza que el futuro dictador, el Teniente Miguel Primo de Rivera le disparó, por estar, al parecer, involucrado en la venta de armamento a los rifeños, los mismos con los que les estaban atacando en esos momentos, circunstancia que el historiador hispanista británico Gerald Brenan corrobora. Oficialmente se trataba de una bala perdida, la que mató al general Margallo De hecho, Ciges, gobernador de Ávila en 1936 fue fusilado por los nacionales, sospechándose que la razón era por haber sacado a la luz el sustancioso negocio de tráfico de armas que beneficiaba al general Margallo y sus allegados.
La corrupción estaba extendida por todos los escalafones militares, y algunos sectores civiles, y las ganancias se adjudicaban según la graduación. Señalar contrataciones fantasma de personal rifeño para trabajos inexistentes o inflar el número, anotar más tropas que las reales en la comidas y distribución de materiales, recibos en blanco, pesos falseados, la gasolina utilizada, la leña, el pienso de las caballerizas, y en general cualquier situación o material que permitiera ser manipulada, lo era si con ello se obtenían beneficio, perjudicando, pues, la salud y capacidad de actuación de las tropas. Así, en Melilla, creció el número de casinos, prostíbulos, espectáculos diversos, prestamistas, y lugares de ocio, en número desproporcionado para una localidad como aquella, a la que Eduardo Ortega y Gasset, hermano del conocido filósofo y político, José, mencionó como ciudad de recreo y placeres.
Convoy militar
Ejemplos de corrupción destapados, por la prensa y el Expediente Picasso, hubo numerosos, pero quizás el de Larache en 1922, deba ser mencionado. El capitán Jordán, destinado en esta localidad, estuvo ausente durante un tiempo que sus colegas aprovecharon para quedarse con la parte del negocio. Jordán amenazó con destapar la corrupción si no se le pagaba la parte que según él correspondía. La amenaza no tuvo efecto y fue detenido, pero se destapó la manipulación ilegal de caudales. El mencionado Expediente Picasso menciona que durante los combates del asediado aeródromo de Zeluán, se vendían los los alimentos por parte de la intendencia, a los soldados. Se inflaban los costes reales de los productos más elementales en un ejército, con lo que cualquier transacción o tráfico de ellos significaba ganancias para los responsables de ellas. Algunos mandos llegaron a tener lujosas casas y varios vehículos, con el servicio correspondiente.
En conclusión, los ejemplos de corrupción podrían ser multitud, desde arriba a abajo, en cualquier graduación, haciendo que fuera sistémica y estructural, y ello no solo sangraba las arcas del Estado, sino, y lo más grave, que impedía que las tropas estuvieran alojadas, alimentadas, y pertrechadas como era necesario, con lo que su capacidad militar quedaba más que entredicho. Los acontecimientos que sucedieron en 1921 lo confirman.
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