“ EN REALIDAD, NUNCA APARENTABA NADA”. Así fue como definió a Franco su capellán. La peculiar personalidad del dictador, marcada desde su infancia por una figura paterna liberal, ausente y adúltera, contrastó con la materna, religiosa y conservadora. Sus vivencias y anécdotas han quedado reflejadas en la gran cantidad de personas con las que tuvo trato, tanto en la faceta privada como en la pública. Episodios y palabras opacos, desconcertantes y sorprendentes, unos, y otros en los que no se adivina la raya divisoria entre la ingenuidad y la ironía, o incluso el cinismo. Su largo mantenimiento en el poder es fruto de la camaleónica capacidad de adaptación a las particularidades y circunstancias que se gestaron, tanto internas como internacionales. A través de anécdotas, testimonios, actuaciones, y citas del propio Franco y de los que con él trataron, intentaremos aproximarnos a su especial carácter, en este y en próximos artículos.
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Decimos que intentaremos aproximarnos a su especial carácter, porque no es fácil hacerlo si la persona con la que tuvo trato íntimo como su capellán personal, durante 39 años, y que suponemos, (no podía ser de otro modo) muy cordial, lo define de manera tan hierática. En 1939, Churchill refiriéndose a Rusia, dijo, “Es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”. Y en ocasiones, y no pocas, Franco cabía perfectamente dentro de esta definición. Nada hacía presagiar que aquel muchacho que llegó a la Academia de Infantería en 1907 con 14 años, que no parecía tener unas cualidades especialmente sobresalientes en ningún aspecto, pudiera llegar a dirigir el destino de la España surgida de la guerra civil hasta 1975, y que moriría en el poder con 83 años. Su tenacidad unas veces, tozudez otras, junto con la astucia en manejar tiempos y personas, con algún golpe de suerte (hay que estar en el lugar oportuno en el momento oportuno), le llevan y mantiene en la cima. Nunca dio un paso atrás en el poder, si exceptuamos cuando cedió la Presidencia del Gobierno a Carrero Blanco, en 1973. “Yo no haré la tontería que hizo Primo de Rivera. Yo no dimito. De aquí al cementerio”. Esta frase se la espetó el ya Jefe del Estado, al duque de la Torre, en 1936, en referencia al dictador que dimitió en 1930. No cabe duda que Franco se consideró elegido vitalicio, al más puro estilo de una monarquía absoluta, con maquillaje nazi-fascista mezclado con nacional-catolicismo, autoritarismo militar y anticomunismo furibundo, en las cantidades adecuadas en los momentos precisos, con el resultado de supervivencia temporal de un régimen que solo se puede calificar y definir como personalista, el franquismo, con una ideología básica de la derecha conservadora, clerical y heredera de la historia imperial. Nunca se planteó su dimisión, y consideró que su sucesión solo era digna de serlo por un monarca.
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José María Bulart fue el capellán del Caudillo desde el 4 de octubre de 1936 hasta su muerte el 20 de noviembre de 1975. Franco, recién escogido Jefe del Gobierno del Estado Español por sus compañeros de armas, pidió al Obispo de Salamanca, Pla Deniel, un capellán personal para su auxilio espiritual. Este le recomendó a José María Bulart. Ambos, Obispo y capellán, se conocían desde que Bulart fuera alumno, en el seminario de Barcelona, de Pla. Desde este momento y hasta la muerte del dictador, le acompañó y compartió vivencias particulares y familiares con él, de las que han trascendido escasas, dado que Bulart no fue nunca amigo de exponer en público las intimidades de Franco. No hay duda que debieron congeniar muy bien, puesto que Franco no tuvo nunca reparo en cambiar sus subordinados, y no fue este el caso. Ambos tenían largas conversaciones privadas, Franco le hacía encargos de compras especiales, como libros de pintura, y compartieron horas de partidos de fútbol en la televisión, una de las pasiones de Franco. Televisión que Bulart conoció muy pronto dado que ofició la primera misa y programa en directo que emitió la recién creada TVE y de la que él previamente había bendecido sus estudios. Bulart, obviamente, tenía buena relación con la familia de Franco, y formaba parte del paisaje del Pardo, donde tenía habitación. De las pocas y parcas declaraciones que hizo sobre Franco, ya fallecido a quien conoció íntimamente durante toda su larga etapa el poder, destaca la corta, clara, concisa y contradictoria definición que: “Quizás era frío, como dicen por ahí, pero no lo aparentaba. En realidad, nunca aparentaba nada”.
Lapidaria y lacónica descripción, que mencionada al principio del artículo, deja poco margen para cualquier posible sorpresa de que sus actos o palabras pudieran producir en los siguientes relatos que contaremos, como las palabras que pronunció tras el atentado de Carrero Blanco, uno de sus más fieles (sino el que más) colaboradores, donde dejó ir el refrán de que “no hay mal que por bien no venga”. Esta extraña afirmación, en tiempo y forma, sobre el asesinato del presidente del Gobierno a las pocas horas de haberse producido, por el mismo que le encumbró a ese puesto, ocupado a la sazón por el propio Franco hasta entonces, destapa las luchas intestinas que había en el seno del “búnker”, y que despejaban una ya visible sucesión, de obstáculos. Entender a Franco no era fácil ni para sus allegados más próximos. David Zurdo y Angel Gutiérrez también testimonian esta faceta opaca de Franco, cuando sobre la construcción del Valle de los Caídos nos dicen “…que Franco no solía revelar sus intenciones. A cada uno le daba un pedazo de la información, y lo más importante se lo guardaba para él.” El funambulismo político que siempre realizó con las diferentes familias del régimen, y no siempre pacíficas, como en la crisis de 1942, tras el atentado de Begoña, acabó con la carrera de Serrano Suñer y con el único fusilamiento de un falangista, Juan José Domínguez, por Franco, (y que paradójicamente fue condecorado por Hitler con la Cruz del Aguila), acusado también de espionaje para los ingleses y americanos. Habían aflorado las luchas entre falangistas y tradicionalistas que fueron pospuestas durante la guerra y amenazaban al propio sistema y al ejército. Hitler dijo que «los curas y los monárquicos se habían confabulado para hacerse con el poder en España”, y que en otra guerra civil se podría «ver a los falangistas obligados a hacer causa común con los rojos para librarse de esa basura monárquico-clerical». Y el propio Franco comentó que «Tendría que condecorarle, pero le tengo que fusilar». Serrano Suñer, (y los demás ministros falangistas), fue cesado con una carta sobre su mesa. Cuñado y amigo de Franco, y organizador del Nuevo Estado, no le valió una explicación verbal, o un agradecimiento. No se conoce que Franco agradeciera nunca nada a nadie.
El Caudillo era la perfecta definición de la persona fría y calculadora, no era transparente emocionalmente; poco hablador, sabía administrar los silencios, confundiendo al interlocutor; desconfiado, tenía construido un muro protector a su alrededor impidiendo en demasía la cercanía, puesto que veía amenazas constantes que le acechaban y podían derrumbar su pedestal; prudente, se anticipa a los hechos sin dejarse llevar por la precipitación, teniendo un perfecto control de los tiempos, coordinando palabras y silencios. El Almirante Nieto Antúnez, habitual acompañante de Franco de pesca en el Azor, comentó que “yo no he dialogado nunca con el General. Le he oído, sí, algunos larguísimos monólogos. Pero no hablaba conmigo, sino con él mismo.”
Es en todo ello que encontramos la clave de la supervivencia de un régimen que pocos imaginaron que pudiese sobrevivir a Hitler y Mussolini, y supo adaptarse y aprovecharse hábilmente de los cambios que se iban produciendo a nivel mundial fruto de la guerra fría. España, o mejor, el régimen de Franco por su pasado pro-eje, pasó de ser un apestado internacional, a ser vital para la estrategia de defensa occidental, por ser el paso entre el Mediterráneo y el Atlántico y último refugio europeo tras la barrera natural de los Pirineos, interesando la estabilidad política y un gobierno anticomunista, como el de Franco, que pasados los años de aislamiento posteriores a la II Guerra Mundial, maquilló el régimen y se distanció de sus antiguos aliados fascistas y nazis. Utrera Molina, que fue ministro de Franco, dijo,”Debo afirmar que, desde el primer momento, me di cuenta de que Franco era todo lo contrario a un iceberg y que tenía un mundo interior emocional y rico. No me pareció, pues, estar en presencia de un alma oscura e impenetrable.”. Utrera está reconociendo que se sorprendió al conocerlo, pues esperaba encontrar una persona todo lo contrario a la sensación que él tuvo, y que debía ser la mayoritaria opinión sobre el Generalísimo, con la que se lo habrían descrito. En cualquier caso, es una opinión singular, y la forma como está descrita no hace sino reafirmar cómo debió ser el Caudillo.
Sobre el cambio que se fue gestando en su persona, del que se dice que estuvo cuarenta años para conseguir el poder y cuarenta más conservándolo, tenemos el testimonio de su hija, Carmen, la cual constató que la guerra había cambiado a su padre, habiendo uno anterior, que jugaba con ella, y era amable, y otro de después, distante, al cual solo veía en las comidas, siempre rodeado de gente y al que tenía acceso limitado. Este cambio, debería entenderse como obvio para una persona que accede al poder, pero como veremos, en Franco este cambio fue radical.
Y es que como dice el escritor Andrés Rueda, “Si estudiamos detenidamente la personalidad de Francisco (Franco), analizando sus motivaciones, complejos y conflictos familiares, junto con otras frustraciones, lograremos comprender muchas actitudes del dictador, que resultan incomprensibles y hasta absurdas por considerarlas al margen de los problemas psicológicos permanentes del general”, y lo ponemos en relación con la opinión del periodista Alvarez Solís, que se pregunta “¿Por qué Franco quería mantenerse en el poder?”, contestándose que “… es una cuestión que entra en los dominios ámplios de la medicina y en los más estrictos de la psicología o psiquiatría.”, podremos, pues entender más una compleja mente en la que la consecución del poder no tenía vuelta atrás. Para ello demostró que esa frialdad en exteriorizar las emociones no era solo una apariencia, y en fecha tan temprana como el 4 de agosto de 1936, lo evidenció al no hacer nada para impedir el fusilamiento de su primo, el comandante Ricardo de la Puente Bahamonde, al frente de la fuerza aérea del Norte de África y que se opuso al golpe de estado, estando al mando del aeródromo de Tetuán. Es posible que Franco tomara esta decisión para no aparentar favoritismos, contribuyendo a ello la hora en que fue fusilado, a las 5 de la tarde, cosa absolutamente insólita, siendo la única ejecución en Ceuta en toda la represión hasta 1944, que podría explicarse solo porque no quiso ni tan siquiera esperar al alba del día siguiente como era costumbre, y finalizar la cuestión tan pronto como hubieron sido acabadas las gestiones burocráticas del consejo de guerra al que fue sometido. Se llevaban 3 años y ambos habían congeniado en su infancia al haber nacido en el Ferrol, siendo compañeros de juegos, y posteriormente ser ambos militares, si bien también se conocen desavenencias entre ellos, agravadas en 1934 por la negativa de De la Puente de bombardear a los mineros asturianos, sugiriendo Franco su relevo. En una discusión Franco les espetó “Algún día tendré que fusilarte”.
Otro ejemplo de la indiferente apariencia de Franco se produjo cuando el general Mola murió en accidente de aviación, y que nos relata P. Preston. Al llegar la noticia al Cuartel General, ante la actitud dubitativa de los presentes para comunicársela y notándolo Franco, les apremió que le explicaran qué sucedía. Al explicarle la muerte de Mola, Franco respondió con un tranquilo “ pensaba que habían hundido al Canarias”.
Su distanciamiento de todo y de todos, podrá resumirse con lo relatado por su nieto Francis, el cual comenta que su abuelo siempre se refería a los hechos que le explicaba anteriores a la guerra empezando con un “cuando yo era persona”, y la anécdota de que estando en una comida en un día de pesca en Asturias, con varios interlocutores, al referirse a un conocido de algunos de los presentes, y decir alguien que hacía tiempo que no sabían de él, Franco sorprendió diciendo que “a ese lo fusilaron los nacionales”. Esta anécdota, la hemos visto en al menos otros dos contextos diferentes, con un periodista y en una recepción, con su mujer Dª Carmen. No es el primer caso que Franco acuda a una frase diversas veces, denotando una muy particular ironía.
Reconoció en 1938 que “sin África, yo apenas puedo explicarme a mí mismo”, completamente cierto, puesto que es el paradigma de militar africanista, que por méritos de guerra fue ascendiendo de manera rapidísima, y de sus inicios en Marruecos es cuando se le atribuye la frase de “ascenso o muerte” lema que sin duda practicó. Tuvo una traumática infancia, que a través de la guerra en un período adulto, intentó compensar con una entrega total, labrando una salida a la misma que finalmente supo utilizar en la consecución de lo que para él suponía una forma de liberación: la consecución de poder como finalidad absoluta. Es decir, la infancia acomplejada que vivió, en la que un padre ausente, severo y riguroso, jugador, masón, adúltero y de mal carácter le llevó a una especial predilección por su madre, y a ser acomplejado, introvertido y tímido, y ello lo compensó con una actitud en la guerra que iba más allá de la audacia. Su poca estatura y delgadez, además de una voz aguda y aflautada, le hicieron valedor de apodos, en diversas etapas, de Paquito, Franquito, cerillita y comandantín. Hasta su hermana Pilar, siendo niños, en una ocasión que se burlaba de él, y lo llamó cobarde, observó como el futuro dictador para rebatirla se clavaba una aguja al rojo en el brazo. Si en algún momento vio una salida a todo ello con su marcha a la Academia de Infantería, las burlas, novatadas y desconsideraciones de sus compañeros no le ayudaron mucho, hasta que harto tuvo un encuentro con uno de ellos y supo ganarse algo más su respeto. En su paso por la Academia no mostró brillantez alguna, puesto que ocupó en su promoción el número 251 de 310, y le impidió obtener un destino en África como deseaba, obteniéndolo en el Ferrol. La situación en Marruecos favoreció finalmente su traslado a Mellila, en los Regulares. Allí se encontró con unas tropas nativas, duras y rudas, que conformaban la punta de lanza de las unidades de choque, y a las que tenía que dirigir dando ejemplo, comenzando su contacto con tropas de origen marroquí que permanecería por más de 40 años, iniciando también su meteórica carrera militar de ascensos por méritos de guerra en el vietnam español del primer cuarto del siglo XX. Franco se propuso conseguir los máximos ascensos en el mínimo tiempo, con el fin en sí mismo de tener poder, en el ejército, y posteriormente el poder político absoluto como un monarca, no escatimando situaciones esperpénticas, como que cuando su mujer llegara a un acto oficial se tocara la Marcha Real, y concediendo títulos de nobleza. Por supuesto, los monárquicos se enfurecieron por ello. Su presencia en las zonas de peligro, participación como el primero en los asaltos, arrojo temerario, acompañado de lo que los nativos denominaban baraka (un concepto, mágico, que va más allá de la simple buena suerte, tocado divinamente), le acompañaría durante toda su estancia en África, ganando admiración y respeto, especialmente por las tropas nativas. En la acción de Biutz, en 1916, siendo capitán con 23 años, fue herido en el abdomen de gravedad. Esperando la evacuación, fue desahuciado por el médico por el tipo de herida, considerada mortal, no priorizando su traslado al hospital. Franco, disconforme, hizo que su asistente encañonase a los sanitarios para forzar el traslado. Contra todo pronóstico, sobrevivió de manera inexplicable. Por esta acción le fue concedida la Cruz de María Cristina, a lo que Franco escribió al rey renunciando a la medalla y solicitando un ascenso a comandante, manifestando de forma clara sus preferencias. Parece bastante claro que estando en una situación de guerra crónica quería demostrar que bajo su débil apariencia se encontraba un bravo soldado, que debía dar ejemplo a los Regulares, unas tropas difíciles de comandar por su fidelidad en entredicho. Su regreso al cuartel, ya recuperado, fue acompañado de la sorpresa y admiración de las tropas nativas, que veían al retornado comandante con aura de admiración, la baraka.
En cualquier caso, tampoco se puede obviar que durante el período de la guerra de África hubo en ocasiones situaciones de favoritismo en cuanto a los ascensos, y que en los partes, breves tiroteos podían ser relatados como auténticas batallas. Ashford Hodges, manifiesta que “un valor temerario en el campo de batalla y una indiferencia total ante el peligro que le granjearon, si no el afecto, sí al menos el respeto y la lealtad de sus hombres. Su increíble sangre fría bajo las balas se convirtió en legendaria”. Sanjurjo le recriminó en una ocasión su arrojo suicida, diciéndole que iría al hospital no por un disparo sino por una pedrada que le tiraría él, de mantener esta actitud. Franco era militar en todas las facetas de su vida, y así lo demostró desde joven, mostrando su lado menos diplomático con la vida real, especialmente con la vida afectiva. En Melilla en 1912, y con 20 años, conoció a una joven de 15, de nombre Sofía Subirán, que en apenas 6 meses recibió de Paquito, como le llamaba, o mejor “el pelma de Paquito” como reconoció en una entrevista radiofónica en 1978, nada menos que 400 notas y cartas, sin resultado, a lo que éste le llegó a escribir un “Le ordeno a usted que me quiera”. Como la joven no cumplió la orden, le escribió en otra ocasión, “Yo la quiero bastante, por no decir muchísimo, y en verdad es imposible”, donde reconocía su derrota sentimental. Como curiosidad, Sofía Subirán y Carmen Polo, eran físicamente muy parecidas, y Emilio Ruiz, autor de un libro sobre el tema, subraya que a Sofía le prohibieron estar en actos en los que estuviese Dª Carmen.