Todo lo relacionado con el vapor resultó extraño desde un principio, incluso antes de su botadura. Los más supersticiosos llegaron a pensar que, para la desdicha del buque español, todo comenzó en el momento en que, desde los astilleros de Glasgow, se cometía un error ortográfico en la asignación del nombre, que debió haber sido el de la advocación a la Virgen de Valbanera, de la Sierra de la Demanda y patrona de La Rioja y con el que la naviera Pinillos Izquierdo y Compañía tenía previsto bautizarlo.
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Este sería el comienzo de una serie de infortunios que llevaría tanto al Valbanera como a la propia naviera a protagonizar la peor tragedia de la historia de la navegación comercial española en tiempos de paz y, a la vez, uno de los más misteriosos naufragios, al no haberse podido averiguar las causas de lo que realmente ocurrió aquella fatídica noche del 9 de septiembre de 1919 ni del paradero de los cuerpos.
Para la familia Pinillos, este lamentable suceso se sumó a otros; como el ocurrido en el último viaje que realizaba el Valbanera, de Cuba a Canarias, donde se desataba a bordo la temible epidemia de gripe española, o como el reciente hundimiento de otros de sus buques, el Pio IX o el Príncipe de Asturias, en el que, en 1916, perecieron más de 400 personas frente a las costas brasileñas al encallar en un arrecife como consecuencia de una tormenta. Lógicamente, todo ello llevaría a la compañía a una profunda crisis.
No era un trasatlántico de lujo, como lo fue el Titanic, era un vapor mixto, que transportaba carga y pasaje y que realizaba desde su botadura, el 31 de octubre de 1906, la línea regular entre los puertos de Barcelona y La Habana, haciendo escalas intermedias, así como la línea entre España, Nueva Orleans, Brasil, Montevideo y Buenos Aires.
Era uno de los principales medios de transporte utilizado por los emigrantes que, pagando tan solo 75 pesetas, se aventuraban a cruzar el Atlántico atraídos por el auge económico de numerosas poblaciones y ciudades vinculadas directa o indirectamente a la industria azucarera, realizando la travesía en los sollados, sin ocupar camarote alguno y con unas condiciones de vida e higiene aterradoras, quedando expuestos a las inclemencias del tiempo y de la navegación, aunque el buque también ofrecía billetes de primera -a un precio de 1250 pesetas-, segunda y tercera clase.
En el trayecto que realizó en julio de 1919, en plena pandemia de gripe originada en Kansas, embarcaron en La Habana más pasajeros de los que permitía su capacidad, en total fueron 1.600 individuos en vez de 1200, que era su capacidad máxima, provocando hacinamiento, que unido a las inclemencias del tiempo, la falta de alimentos e higiene, propició que se desatara la tan temida epidemia de gripe a bordo. Muchos fueron los afectados por el maldito virus, de los que 30 pasajeros fallecieron, y ante los posibles malos olores que hubieran provocado aquellas muertes, tanto el capitán como el médico decidieron arrojar los cuerpos por la borda, lo que desató la indignación entre el resto de pasajeros desembocando en un intento de linchamiento al capitán.
Cuando el Valbanera pudo arribar en el puerto de Las Palmas de Gran Canaria, el médico y el propio capitán fueron ambos procesados, siendo destituido este último por su homólogo, Ramón Martín Cordero, quien capitanearía el barco hasta el puerto de Barcelona. Teniendo en cuenta el balance de muertos como consecuencia del virus, la compañía determinó que toda la tripulación debía ser completamente reemplazada, excepto el capitán Martín Cordero, resultando la asignada menos experimentada para aquella travesía trasatlántica. Aquella decisión pudo ser crucial para que los hechos ocurrieran de determinada manera.
El 9 de agosto de 1919, la Inspección de Buques otorgó el visto bueno para que el vapor zarpase del puerto de Barcelona rumbo a Las Antillas haciendo escala en Valencia, Málaga y Cádiz con un total de 326 pasajeros rumbo a los puertos canarios.
Una vez arribados el 17 de septiembre al Puerto de La Luz, en Gran Canaria, la siguiente escala se realiza en Santa Cruz de Tenerife donde permanece tres días, partiendo por la bocana del puerto para finalmente atracar en Santa Cruz de La Palma, ascendiendo el número total de pasajeros canarios a 561. A esta cifra habrá que sumarle el nacimiento de un niño a bordo, ya que su madre se había puesto de parto, aunque tristemente aquel bebé nunca llegó a pisar tierra cubana.
Su escala en el puerto de S/C de La Palma, duró menos de 24 horas, y en el momento de levar anclas, la situada a estribor se desprendió quedando en el fondo de la bahía palmera. Cuenta la leyenda que los marineros supersticiosos consideraron que la decisión del capitán de no recuperar el ancla y de continuar su singladura hacia el Caribe había sido un presentimiento de grandes males. En total, 975 almas surcaron el Atlántico en el último viaje que realizó el vapor Valbanera; 326 de diversas regiones peninsulares, 561 canarios y 88 tripulantes.
Los días que duró la travesía y antes de llegar a San Juan de Puerto Rico el 1 de septiembre, el tiempo había sido favorable y los emigrantes que no disponían de camarote habían decidido dormir en cubierta debido a las condiciones de insalubridad de los camastros y jergones malolientes.
Puerto Rico por aquel entonces se hallaba en pleno auge debido a la industria azucarera. Ese mismo día, los puertorriqueños estaban casi estrenando su ciudadanía estadounidense, por medio de la Ley Jones, sin derecho al voto presidencial, pero exentos de pagar impuestos federales. Así, todo el mundo estaba encantado, los puertorriqueños con su ciudadanía y los norteamericanos dueños de las fábricas de azúcar, sin gravámenes fiscales.
Se desconoce la cifra exacta de los viajeros que descendieron y subieron al buque en Puerto Rico, pero cinco días más tarde y divisando el Morro de Santiago de Cuba, llegaron por fin a puerto, tierra de infinidad de esperanzas para muchos. Fueron unas 500 las personas que se quedaron en Santiago, muchas más de las que debían abandonar el barco en aquella ciudad. Muchos de los pasajeros que iban en dirección a La Habana decidieron, por diferentes motivos, desembarcar en este bello puerto santiaguero; unos, como el caso de un tinerfeño que decidió hacer el recorrido en ferrocarril hasta La Habana para ir buscando alojamiento mientras su esposa y ocho hijos lo hacían en el barco; otros, como el caso de un señor de La Gomera que llevaba un encargo de los familiares de un paisano suyo, y que prefirió perder su embarque hasta encontrarlo, y así, cumplir con su palabra; o el caso de otra mujer embarazada que al no encontrarse bien optó, junto a su familia, por el desembarco; otros, en cambio, desde que pusieron pie en tierra fueron en busca de un lugar donde ahogar sus penas en cerveza y ron, y a la señal del barco de su partida, decidieron no continuar con la travesía; y a otros, por ofrecerles trabajo o, tal vez, por una simple corazonada.
El 7 de septiembre de 1919, mientras se hallaba todavía anclado en el puerto santiaguero, el Observatorio Nacional de Cuba difundió un parte meteorológico sobre un ciclón detectado en el Caribe, y que decía así «…No creemos que ofrezca peligro para Cuba, pero conviene estar con cuidado, del meridiano de La Habana hacia el Oeste». Aún seguía la mar en calma cuando Ramón Martín Cordero, al mando del Valbanera, tomó la osada decisión de zarpar con destino a La Habana, con el riesgo inminente de tormenta y llevando más de 400 personas a bordo. Tal vez, otro capitán con la experiencia de navegar en los mares del Caribe, no hubiera tomado aquella decisión.
La tormenta anunciada hizo su aparición horas más tarde con un mar enfurecido y unos vientos sostenidos de más de 100 kilómetros por hora, dirección oeste, tal y como se predijo, es decir, la misma dirección que debía tomar el Valbanera para llegar a su destino final. La Estación Radiográfica de La Habana recibió el siguiente mensaje enviado por el capitán cuando se encontraba a la altura de Matanzas: «Estoy capeando el ciclón sin novedad. Llegaré a La Habana el día 10».
El 9 de septiembre, la tempestad entró en la capital de la República de Cuba, soplando sin dar tregua, sin piedad alguna, durando varios días y según publicaron los medios de la época, «…arrancó árboles, voló tejados, derribó puertas, hundió barcos fondeados, arrastró coches por las avenidas y arrancó trozos al muro del malecón». Al caer la noche, aquel vapor zarandeado por las enormes olas se encontraba frente al Castillo del Morro de La Habana y desde tierra veían como hacía señales desesperadas solicitando práctico para entrar en la bahía. Las autoridades del puerto habanero respondieron al buque con señales luminosas, indicándoles la imposibilidad de los prácticos de salir con aquel temporal.
El Valbanera no pudo arribar a puerto, teniendo que poner dirección a alta mar, enfrentándose directamente a uno de los peores huracanes que se recuerdan en el Caribe, y el 10 de septiembre de 1919 desaparecía; tal vez por la falta de experiencia marinera del capitán y de su tripulación en aquellas aguas; o quizás, por la pérdida del ancla de estribor en la isla de La Palma, hecho que impidió que el barco navegara equilibrado en medio de la tormenta, lo cierto es que aquellos casi 500 migrantes, nunca llegaron a ver los hermosos paisajes ni la vida soñada llena de ilusiones que les esperaba en la bella perla de las Antillas.
Aún, el 12 de septiembre, el personal de las oficinas de la naviera seguía sin informar de la pérdida del vapor. La única noticia que se extendió como la pólvora fue que el Valbanera no había llegado a puerto.
En torno a este suceso se ha especulado bastante, teniendo en cuenta que Pinillos Izquierdo y Compañía habían protagonizado, en 1916 y 1919, los mayores desastres de la navegación comercial española, optaron por guardar silencio en los primeros instantes de la tragedia y las notas de prensa se ajustaron en todo momento a sus intereses. Se buscó al buque incansablemente y no hallaron ni rastro, hasta los paisanos de los desaparecidos intentaron salir en su busca.
Unos diez días después, la Armada de los Estados Unidos, divisó un palo trinquete emergido en apenas doce metros de profundidad y a unas 90 millas al norte de la Habana, cerca de la Florida, concretamente en un bajo de arenas movedizas. Eran los restos hundidos del Valbanera sin rastro alguno de las personas que viajaban a bordo y con todas las lanchas salvavidas.
Al fin, un comunicado de la naviera terminaba con las vanas esperanzas de los familiares de las víctimas: “La fuerte tormenta causó la rotura del timón y de las máquinas, por lo que quedó sin gobierno y la falta de una llamada de auxilio se debió a que los vientos le arrancaron la antena telegráfica y no se hizo ningún esfuerzo para arriar los botes salvavidas”.
Uno de los hechos a posteriori de los que se tiene constancia, es el caso del tinerfeño que se desplazó a La Habana en ferrocaril en busca de alojamiento para su familia y tras dados por muertos su esposa y sus ocho hijos, a pesar de que nunca hallaron sus cadáveres, perdió la cabeza ante tanto dolor y acabó lamentablemente quitándose la vida.
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