A lo largo de la historia existió la cruel costumbre conocida como “emparedamiento” o “voto de tinieblas”. Esta acción de encerrar a una persona entre cuatro paredes se realizaba a modo de castigo, pero a partir de la Edad Media, esta práctica pasó a convertirse en voluntaria en algunos casos, como forma de acercarse a Dios a través de la oración y la penitencia. Estas personas se encerraban por el resto de su vida en pequeñas celdas. Eran conocidas como Emparedadas o Muradas.
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Cuando se hace referencia al emparedamiento lo asociamos directamente a una forma de castigo que se realizaba para expiar determinadas faltas o delitos. Se solía aplicar en el contexto de la religión a aquellos cuya moral se había tornado laxa o habían mostrado señales de herejía.

Así por ejemplo, las sacerdotisas vestales ,como castigo por haber perdido su virginidad, eran enterradas vivas. Así describió Plutarco en sus “Vidas Paralelas” la terrible procesión de una de estas vestales hacia su fin:
“Tras introducir en una litera a la condenada, cubriéndola desde fuera y cerrándola totalmente con correas, de modo que no se pueda oír ninguna voz, la transportan a través de la plaza. Todos se apartan en silencio y la acompañan calladamente, llenos de impresionante tristeza. No existe otro espectáculo más sobrecogedor, ni la ciudad vive ningún día más triste que aquél. Cuando llega la litera hasta el lugar, los asistentes desatan las correas y el sacerdote oficiante, después de hacer ciertas inefables imprecaciones, la coloca sobre una escalera que conduce hacia la morada de abajo. Entonces, se retira él junto con los demás sacerdotes. Y, una vez que aquélla ha descendido, se destruye la escalera y se cubre la habitación echándose por encima abundante tierra, hasta que queda el lugar a ras con el resto del montículo. Así son castigadas las que pierden la sagrada virginidad.”

En épocas más recientes encontramos testimonios de la práctica de este tipo de castigo, como en el caso de la condesa Isabel Báthory, en Hungría. Juzgada por la desaparición y muerte de las hijas de los “gentiles hombres” en 1610 y condenada a la reclusión de por vida en sus aposentos, con las puertas y ventanas selladas, dejando solo un orificio para pasar la comida y condenada a no ver la luz del sol. Sobrevivió de esta forma durante 4 años.
En España como ejemplo encontramos el caso (ya en el siglo XVII) de una monja que fue emparedada en el monasterio de Santa Isabel la Real (Granada). La monja (cuyo nombre no se conoce) fue descubierta cuando huía del convento junto a su amante. Ambos fueron apresados, siendo los dos declarados culpables. Él fue ahorcado en la Plaza Nueva, mientras que la monja fue emparedada entre las paredes del convento.
Pero, como hemos comentado al principio de este artículo, desde la alta edad media hasta finales del siglo XVII (perdurando ,en ciertos lugares de España, hasta el siglo XIX) hubo mujeres de toda condición (laicas o religiosas, ricas o pobres) que arrastradas por una fe llevada al extremo decidieron abandonar el mundo conocido enterrándose en vida para entregarse a la oración y a la contemplación.

El habitáculo donde permanecían estas mujeres era una pequeña habitación que solía estar adosada a muros de iglesias, cementerios, puentes o murallas, cuyas medidas eran entre 2 y 4 metros cuadrados.. Constaba de dos ventanas: una comunicaba al exterior (cerrada con rejas), y otra interior (orientada al altar mayor de la iglesia) por donde recibía la comunión y seguía las liturgias. A veces esta ventana interna era sustituida por un pequeño hueco en la piedra lo suficientemente grande para poder coger la hostia sagrada. La introducción se hacía por el interior del templo y una vez la persona estaba dentro, era tapiada, quedando emparedada. Algunas celdas incluían a veces la propia tumba excavada para la reclusa. Como cama podían utilizar una tabla, paja o simplemente dormían en el suelo. Podían llevar consigo libros o artículos de costura pero las más extremistas dedicaban su tiempo al rezo y a realizar ayunos o mantenerse despiertas durante días enteros.
Para poder llevar esta vida de penitencia tenían que tener la autorización de familiares y presentar una solicitud al obispo local. También debían demostrar que tenían los medios económicos suficientes para mantenerse a sí mismas mientras durara el encierro. Todas hacían voto de castidad y de obediencia pero no tenían porque hacer voto de pobreza, así que algunas de ellas solicitaban una celda al lado de la iglesia, cuyo coste corría a su propio cargo, al igual que los libros, y enseres que necesitaran. Se tiene noticias de algunas mujeres que aún estando encerradas de esta forma administraban sus propiedades o se hacían añadir otra habitación extra para recibir visitas o tener el servicio de una doncella. Esto no era lo habitual, ya que la gran mayoría donaron sus bienes a la Iglesia y vivían de la caridad.. La comida, o bien se la pagaban ellas o era proporcionada caritativamente por la gente del lugar. Se sabe que muchas de ellas recibieron limosnas de peregrinos y donaciones para poder mantenerse, pues eran muy apreciadas por sus conciudadanos por su ejemplaridad. Las condiciones de vida eran muy duras y no muy higiénicas, dependiendo de la ayuda externa para llevarles comida, eliminar sus desechos, traerles remedios, etc. Como curiosidad cabe destacar que estas mujeres podían tener la compañía de una mascota, que solía ser un gato.

El voto de tinieblas, exigía de una ceremonia antes del encierro que era realizada en público. Se trataba de una especie de entierro donde se encontraba presente alguna autoridad eclesiástica (podía ser incluso un obispo). El atuendo solía ser ropa de penitente o ropa negra a modo de luto. Una vez dentro, se celebraba una misa de Réquiem y se teñían las campanas. Se les concedía la extremaunción y la penitente hacía voto de castidad y de clausura. Tras esto la única puerta de la celda se sellaba, identificándose de esta forma la celda como el sepulcro de la murada.
Este fenómeno se dio en toda Europa, dando lugar a tratados como “Sobre la vida de las reclusas” o el “Ancrene Wisse “( “Guía para anacoretas” escrito a principios del siglo XIII); donde se indicaban las normas para estas reclusas que se encontraban fuera de las órdenes regulares. Sus vidas estaban caracterizadas por seis ideales: castidad, clausura, ascetismo, soledad, ortodoxia y experiencia contemplativa.
Las “emparedadas” fueron muy apreciadas y valoradas por el pueblo pues rezaban por ellos, además de convertirse en sus confidentes y consejeras. Incluso los Reyes Católicos las eximieron de las habituales cargas tributarias.
En España se tiene constancia de que hubo “muradas” en todos los reinos que conformaban la Península Ibérica. Así en Valencia tuvieron notoriedad las emparedadas de las iglesias de San Lorenzo, Santa Catalina o San Esteban. En esta última, llegó a hacerse famosa la hermana Angela Genzana de Palomino que tras llevar 30 años encerrada tuvo que salir debido a la amenaza de derrumbe de su celda.
Encontraríamos otros ejemplos de esta costumbre en Granada, donde Sor Maria Toledano permaneció 27 años encerrada en la Iglesia de San Antón o en Guadix, donde Sor Beatriz estuvo 32 años, pero el caso más reseñable de este tipo de actividad lo podemos encontrar en ”la Celda de las emparedadas” en Astorga.

Esta celda es la única de España que ha sobrevivido hasta la actualidad, lo que nos puede dar una idea de la forma de vida que estas mujeres soportaron de forma voluntaria. Entre la Capilla de San Esteban y la Iglesia de Santa Marta asoma una pequeña ventana ojival muy estrecha, cruzada por barras de hierro (única abertura para dejar entrar el aire y un poco de luz) quedando el barrote central interrumpido para que pudiera pasar un cuenco que contuviese alimentos. Esta ventana daba a la plaza y era la única comunicación que tenían con el exterior. Sobre el dintel de dicha ventana se puede leer una inscripción en latín que dice “Acuérdate de mi juicio, porque así será el tuyo. Yo ayer y tú hoy”. Cuando miramos a través de ella encontramos una pequeña habitación sin puertas y donde originalmente había otra ventana que comunicaba con la capilla mayor de la iglesia de Santa Marta, por donde la mujer recibía la comunión y escuchaba los oficios religiosos. Delante de la ventana hay unos pequeños escalones usados por la gente para hablar con ella. La manutención de las reclusas corría a cargo de los gremios, cofradías (especialmente a la de “Las Cinco Llagas” perteneciente a la capilla de San Esteban) y a donaciones de fieles que dejaban dinero para cubrir las necesidades de estas mujeres. A través de sus testamentos se sabe de la existencia de dos emparedadas en este espacio, una en 1310 y otra en 1344.
Junto a este tipo de penitencia, otras mujeres de la época decidieron encerrarse en su propia casa (para no salir nunca de ella) ,en vez de en una celda. Este tipo de encierro podía ser en solitario o junto a 2 o 3 compañeras más. La veneración con que estas mujeres eran vistas por el pueblo produjo la desconfianza tanto del Alto Clero como de la Inquisición. Incluso se las acusaron de herejes como ocurrió en el caso de las Beguinas (comunidad de mujeres cristianas que vivían juntas en una casa para entregarse a Dios al margen de las estructuras de la Iglesia) donde Margarita Porte autora del “Espejo de las almas simples” fue acusada de bruja y quemada viva .
En España el emparedamiento fue prohibido en el siglo XVII Esto produjo la creación de beaterios( espacios mínimos que podían congregar en un mismo recinto a un pequeño número de emparedadas.) que solían estar sujetos a alguna orden, destacando la terciarias franciscanas.
Poco a poco el aislamiento de forma particular fue dejando paso a una comunidad enclaustrada, terminando finalmente el voto de tinieblas con la invasión francesa que además de saquear conventos e iglesias trajo nuevas ideas racionalistas.

A continuación haremos referencia a algunas de estas mujeres que decidieron dejar su vida atrás a través del encerramiento voluntario.
Viborada de Saint Galle: fue una de las primeras “muradas” de la que se tiene constancia. Perteneciente a una familia de la nobleza sueba (en la actual Suiza),. decidió recluirse después de la muerte de sus padres, primero en una celda cerca de la abadía benedictina de Saint Gallen y posteriormente en una celda contigua a la iglesia de Saint Magnus. Dedicó su vida a la oración y a los trabajos de ornamentación de los códices y manuscritos de la biblioteca del monasterio de Saint Gallen. Se decía que tenía dones proféticos y predijo la invasión húngara en la región (advirtiendo, según cuenta la tradición, a los religiosos para que escaparan y se llevaran consigo los libros del monasterio). Cuando en el año 926 los magiares llegaron al lugar se encontraron solamente a Viborada en su su celda. La Santa moría de un hachazo en la cabeza cuando el enemigo entró a través del techo de su celda. Fue la primera mujer formalmente canonizada por la iglesia,(en 1047 por el Papa Clemente II) convirtiéndose además en la patrona de bibliotecarios y bibliófilos.
Juliana de Norwich: considerada una de las grandes escritoras místicas del cristianismo. Venerada tanto en la Iglesia anglicana como en la luterana y la católica.

De su vida apenas se conoce nada, solo lo escrito por ella misma en sus apuntes. Nace en Norwich en 1342. En 1373 ,a la edad de 30 años, tras padecer una grave enfermedad recibió una serie de “revelaciones” por parte de Dios, que plasmará en 1388 en sus escritos conocidos como “Dieciséis Revelaciones de Amor Divino”. Al recuperarse de su enfermedad decidió pasar el resto de su vida en una habitación adjunta a la iglesia de San Julián. Esta celda fue sellada cuando ingresó contando solamente con tres ventanas que le permitieron comunicarse tanto con la iglesia como con el mundo exterior.
Aunque vivió una época agitada (peste negra, cismas papales, revueltas campesinas, luchas monárquicas…), Juliana es considerada como una escritora “optimista” donde el amor a Dios es alegría y compasión y no una ley o un deber. Su cita más famosa es “All shall be well, and all shall be well, and all manner of thing shall be well”( “Todo irá bien, y todo irá bien, y toda clase de cosas irán bien”).
Yvette de Huy: Nació en 1157 dentro de una familia de clase media alta de la región de Huy. Aunque desde pequeña ya manifestó su deseo de dedicarse a Dios, tuvo que casarse a los 13 años como era costumbre en la época. A los 18 años enviudó y decidió entregarse a la vida religiosa, retirándose a una colonia de leprosos donde los cuidaba sin protección alguna. A los 34 años decidió encerrarse hasta la muerte en una celda en una colina de Huy. Gracias a las limosnas que recibía dispuso la construcción de una iglesia y un hospital para leprosos. Aun estando encerrada llevó el control de dichas construcciones. Murió el 13 de enero de 1128, dentro de su celda, a la edad de 70 años.

Aurea u Oria de San Millán: nació en 1043 y a los 10 años se recluyó junto a su madre en el monasterio de San Millán de Suso donde permaneció encerrada en su celda hasta morir a la edad de 27 años, tras una dolorosa enfermedad. Según la tradición gozaba de visiones celestiales, realizaba milagros y la gente de los pueblos de alrededor solicitaba sus consejos y oraciones.
Maria García de Toledo: Nació en Toledo en 1340 en el seno de una familia noble. Junto a su cuidadora, Mayor Gómez se dedicó a la mendicidad y a las obras de caridad, lo que provocó el rechazo de su familia. Se distinguió por la defensa de la virginidad. Se cuenta que Pedro I el Cruel conocedor de la belleza de María acudió a Toledo para conocerla. Esta por miedo a perder su virginidad decidió esconderse y llevar una vida ermitaña en las tierras familiares de Talavera. A la muerte del rey, María regresó e ingresó en una comunidad dirigida por doña María de Soria. A la muerte de esta y de sus padres, con la herencia recibida, compró una casa cercana a la parroquia de San Lorenzo, donde se encerró hasta el fin de sus días junto a otras mujeres de origen noble. Su fama se basó en una vida ejemplar centrada en 3 directrices: práctica de la humillación, diálogos con Dios y disciplina del cuerpo (esto era: dormir en el suelo, vigilias,uso de cilios y ayunos). Murió a los 86 años.
Aunque la costumbre medieval del emparedamiento como penitencia se dio principalmente entre mujeres, también hubo hombres que decidieron recluirse de esta forma. Un ejemplo de ello fue Frai João da Barroca que realizó penitencia en un cubículo en Lisboa junto al convento de San Francisco. Su celda estaba cubierta de piedra y cal y solo tenía un agujero por donde recibía la comida. Su fama fue tal que hasta el maestre de Avis ( futuro Juan I de Portugal y vencedor de la batalla de Aljubarrota) solía ir a pedirle consejo.

Varias han sido las razones que se han dado para explicar el porqué de esta reclusión: religiosidad extrema, profunda espiritualidad, huida del control masculino …
Usando palabras de Milagros Rivera Garretas (catedrática de Historia Medieval):
«Es una forma de vida inventada por mujeres para mujeres.»
«Quisieron ser espirituales pero no religiosas.
Quisieron vivir entre mujeres pero no ser monjas.
Quisieron rezar y trabajar, pero no en un monasterio.
Quisieron ser fieles a sí mismas pero sin votos.
Quisieron ser cristianas pero ni en la Iglesia constituida
ni, tampoco, en la herejía.
Quisieron experimentar en su corporeidad pero
sin ser canonizadas ni demonizadas«
En una época en que la opinión y deseo de las mujeres apenas contaba, muchas solteras y viudas (mayormente de la alta sociedad) pudieron ver, a través de esta costumbre, una liberación ante un matrimonio no deseado.
Ha llegado hasta nuestros días el conocimiento de esta extrema forma de vida, pero las razones que motivaron esta “voluntariedad”, sigue siendo difícil de comprender desde nuestra perspectiva. No deja de ser paradójico que para buscar la libertad y la espiritualidad, en su época, tuvieran que encerrarse en vida.
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