El 20 de diciembre de 1614 llegaba a las costas españolas el samurai al frente de lo que se llamó la Embajada Keicho. Tenía como misión establecer relaciones diplomáticas con España. La embajada no tuvo éxito, pero sus huellas aún son visibles en los descendientes de los japoneses que se quedaron en Coria del Río. El apellido Japón es su símbolo. Te lo contamos
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El 20 de diciembre de 1614 llegaba a las costas españolas el samurai al frente de lo que se llamó la Embajada Keicho. Tenía como misión establecer relaciones diplomáticas con España. La embajada no tuvo éxito, pero sus huellas aún son visibles en los descendientes de los japoneses que se quedaron en Coria del Río. El apellido Japón es su símbolo.

En el siglo XVII, España es la potencia hegemónica en el mundo. Los barcos españoles navegan por el “lago español” (Océano Pacífico), desde las Islas Filipinas hasta el Virreinato de Nueva España (México). Los misioneros españoles expanden el cristianismo por China y Japón, pero deben enfrentarse con portugueses y holandeses, que pretenden hacerse con el comercio de Japón y dejar fuera a los españoles.

En 1609, un galeón español naufraga frente a las costas japonesas. Sus tripulantes son recogidos y atendidos, y su capitán Rodrigo de Vivero, se reunión con Tokugawa Ieasu (el shogun de ese momento, cargo equivalente a primer ministro). Por este encuentro, se autorizó a los españoles a establecer una fábrica al estilo occidental en Japón, se daba permiso a los barcos españoles a atracar en territorio japonés en caso necesario, y se acordó el envío de una misión diplomática a España.

La misión diplomática fue enviada al virreinato de Nueva España al mando del monje franciscano Luis Sotelo, misionero franciscano que realizaba su trabajo en Japón. El virrey decidió responder con otra embajada a Japón al mando del explorador Sebastián Vizcaíno. Éste naufragó con su barco mientras exploraba las islas cercanas a Japón. El shogun Tokugawa decidió construir un nuevo galeón para enviar a Vizcaíno de vuelta a Nueva España junto a una delegación japonesa. Para organizar la delegación, nombró al daimyo (gobernador) de Sendai, Date Masamune, quien nombró a Hasekura Tsunenaga al frente de la misma. La misión, tenía como misión establecer lazos diplomáticos y comerciales con la corona española. Sin embargo, no escapa a nadie que también perseguía el lograr la transferencia de tecnología militar española, en un momento en que Japón buscaba la consolidación del poder central frente a los nobles feudales.
El galeón, al que se llamó San Juan Bautista, llegó a Acapulco, en Nueva España, el 25 de enero de 1614, tras 3 meses de travesía. Tras establecerse por un tiempo allí, se dirigió a Veracruz, desde donde partió hacia España el 10 de junio del mismo año, tras hacer escala en La Habana (fueron los primeros japoneses que pisaron tierra cubana). Llegaron a España el 20 de diciembre de 1614. Tras reunirse con Felipe III, éste les dio buenas palabras e incluso financió el viaje de la delegación a Roma a visitar al Papa. En el transcurso de este viaje por mar, un temporal hizo que tuvieran que desembarcar en Francia, suponiendo el primer contacto de Japón con Francia. En Roma, Hasekura Tsunenaga fue nombrado ciudadano honorario. Tras una estancia allí, la misión volvió a España con intención de firmar los tratados anhelados.

Sin embargo, en España, las noticias que llegaban de la Capitanía de Filipinas sobre la situación de Japón eran confusas. Además se había promulgado un edicto en 1614 ordenando la expulsión de los misioneros de Japón. Por otro lado, crecía en la corte española el temor a entregar tecnología militar a un país fuertemente militarizado y con actitud guerrera como el japonés, en aguas del pacífico, con posesiones españolas tan importantes.

Cuando la delegación japonesa volvió a España, Felipe III declinó firmar los tratados y los japoneses iniciaron el camino de regreso a Japón. La ruta seguida pasaba por Coria del Río para embarcar hacia América. Allí, en Coria del Río, varios miembros de la delegación decidieron quedarse a vivir. Por un lado, para ahorrarse el largo viaje de vuelta, y por otro lado, para evitar la posible represión en Japón a causa de su cristianismo en un momento en que Japón iniciaba el aislamiento exterior que llegaría hasta el siglo XIX. El legado de estos japoneses que se quedaron en España se aprecia en el apellido Japón que aun llevan sus descendientes. Pero también en la Asociación Hispano-Japonesa.
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