Los movimientos antivacunas no son algo nuevo, en esta ocasión la Lechuza inquieta volará a los orígenes de esta reivindicación social, nos enfrentaremos a la enfermedad en hacinados barrios obreros de Londres, descubriremos el secreto tratamiento de las mujeres otomanas que abrió las puertas a una revolución médica y entenderemos porque los obreros londinenses temían despertarse transformados en una bestia.
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“Cada día que siguen vigentes las leyes que imponen la vacunación obligatoria de nuestros hijos, los padres son castigados y los niños son asesinados”
Estas palabras quizás resultan familiares, vivimos inmersos en un debate de escala mundial sobre la vacunación obligatoria. De un lado, quienes defienden la medida, de otro, quienes intentan esquivarla o quienes activamente luchan contra ella; atacando incluso centros de vacunación como sucedió en Francia en agosto del 2021.
La polémica es clara: ¿pueden los estados ordenar la vacunación de sus ciudadanos? ¿pueden hacerlo incluso cuando existe un riesgo para ellos, por mínimo que sea?
Sin embargo, quien se expresaba de esta manera no es un contemporáneo anti-vacunas, estas palabras con las que comenzamos son del padre, junto con Charles Darwin, de la teoría de la evolución: Russel Wallace. Y los ecos de su voz nos llevan a la convulsa Inglaterra victoriana en la que por primera vez en la historia un gobierno imponía la vacunación obligatoria de niños y adultos, desatando una oleada de conflictos y resistencia. De la histeria colectiva del momento surgió el primer movimiento antivacunas, se trataba de un bloque heterogéneo, formado por espiritistas, fanáticos religiosos y científicos que ofreció batalla al gobierno por todos los medios.
Finales del Siglo XIX, las ciudades británicas, convertidas por la revolución industrial en potentes centros de producción, absorben cada día la llegada de miles de campesinos de toda la campiña inglesa huyendo del desempleo y la pobreza. Sin embargo, la ciudad que los fagocita en talleres alimentados por carbón y la energía del vapor no tiene un futuro halagüeño para todos. Bajo la espesa humareda de fábricas y hornos pocas son las historias de éxito, una ciudad crece desproporcionadamente, barriadas humildes carentes de salubridad donde el hacinamiento y la pobreza de sus ocupantes las convierte en un foco para la enfermedad. Y esta no se hace esperar. Los brotes de viruela se hacen endémicos. La situación acaba convirtiéndose en preocupante, con miles de muertos en cada coletazo de la enfermedad, 30% de mortalidad que hacía a este virus el causante de entre 300-500 millones de muertes.
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La clave para combatir la viruela: La variolacion
Es una mujer, una aristócrata Mary Wortley Montagu, a quien debemos la revelación de un secreto oriental que permitió salvar millones de vidas en occidente. Montagu cien años antes de los grandes brotes de viruela del siglo XIX de los que hemos hablado, observo en Constantinopla, donde residió acompañando a su marido diplomático enviado al imperio otomano; que las mujeres turcas se inoculaban el fétido pus de un enfermo de viruela para contraer una forma menos severa de la enfermedad, quedando protegidas en el futuro. Era un gran paso, pero no es sin embargo el remedio definitivo, si bien una persona sana sobrevive a esta inoculación, personas de riesgo al ser varioladas siguen desarrollando la enfermedad de una forma virulenta que puede terminar en la muerte del paciente.
Montagu trae la practica a Inglaterra, pero permanece en circuitos restringidos hasta que el científico Edward Jenner descubre esta práctica a finales del siglo XVIII y la relaciona con una observación: las mujeres que trabajaban ordeñando vacas no contraían la viruela. La razón estribaba en que las lecheras a menudo eran infectadas, por su estrecho y continuo contacto, por un virus pariente de la viruela que afectaba a las vacas. La viruela de las vacas era mucho menos letal, no morían por el virus, y sin embargo adquirían inmunidad frente a la viruela humana.
Este científico llego a la conclusión de que, si pudiera inocular este virus, que apenas producía síntomas en las lecheras, mediante la técnica que Montagu descubrió en Constantinopla, podría garantizarse la inmunidad con muy pocos síntomas a los adultos.
Jenner es quien denomina variolación a esta forma de inmunizar inoculando con pus de vacas enfermas de viruela a humanos. Se podía obtener de un médico privado o un curandero. Los privados exigían cuantiosos honorarios y con instrumental preciso y gran higiene, haciendo sus operaciones cerca de una llama y con asepsia introducían el inoculo procedente de una vaca en el paciente. Los curanderos en cambio exigían poco dinero a cambio y las condiciones eran más rudimentarias, y lo más peligroso, muchas veces no era el virus de la vaca si no viruela humana lo que se inoculaba raspando la linfa de sus ronchas infectar cortes a cuchillo realizados en el brazo de la persona que sería variolizada. La sífilis y otras enfermedades viajaban junto con la viruela de paciente a paciente.
La vacunación
Aislar, en la medida de lo posible, la linfa de un animal infectado de viruela vacuna y diluirla, para que pudiera ser inyectada, mejoraba tanto el transporte, como la conservación. Funcionaba, y lo hacía evitando los contagios de otras enfermedades. Era una manera más limpia y segura, confiados en la técnica mediante inyección, el gobierno inicio en 1840 la primera campaña de vacunación.
Fue un fracaso. Muchos rechazaron la vacunación, no se fiaban de aquellas inyecciones, y otros preferían la fórmula de la vieja formula de la variolación con viruela humana que les parecía más segura, se denominaba al virus de la viruela bovina el virus impuro. Se genero una suerte de paranoia, la gente no entendía exactamente con que la estaban pinchando, desconfiaban.
Seguían muriendo, 4000 personas al día durante los brotes de viruela solo en Londres, y muchos rechazaban la vacunación, así que en 1856 el gobierno legisló que sería desde ese momento en adelante obligatoria para todos, incluidos niños mayores de 4 meses.

Miedo a que el remedio sea peor que la enfermedad
Existía un temor a que aquella inyección trastornara al paciente, le alterase, la transformación en vaca era un terror frecuente, más allá de la mera muerte. Circulaban siniestras historias sobre niños que una vez vacunados quedaban en silencio, dejaban de hablar o llorar, eran solo mugidos lo único que eran capaces de emitir. Por otro lado, personas muy religiosas consideraban que era un acto antinatural, que desafiaba los designios de Dios, pues la enfermedad es voluntad divina. Para los espiritistas, que vivían una época dorada en aquellos años, introducir el espíritu de la vaca con aquellas siniestras inyecciones podía resultar en una infiltración de este espíritu animal en nuestro propio cuerpo.
Por último, debemos tener en cuenta que la sociedad victoriana era fuertemente clasista, la vacunación a las clases populares era brutal y violenta, realizada por personas inexpertas en malas condiciones. Los mismos funcionarios que se dedicaban a cazar a pillos u obligar a los maleantes y sin casa, a trabajar por la fuerza en las casas de trabajo, ahora vacunaban a diestro y siniestro, por la fuerza y sin empatía.
La desconfianza en la ciencia, la superstición, la religión, la ignorancia y el clasismo fueron los principales detonantes de esta fuerte reacción a la vacunación forzosa.

Los antivacunas en marcha
Formaron diversas organizaciones: la National Anti-compulsory Vaccination league, y se defendieron atacando puestos de vacunación, organizando protestas e intimidando a los funcionarios británicos.
El movimiento era difícilmente doblegado, pues sus seguidores eran acérrimos y militantes, y en 1898, cuando la pandemia ya había ido remitiendo gracias a la vacunación, se les permitió ejercer su derecho de objeción de conciencia.
Faltaba un enfoque más humano, hacer entender, y no imponer, el cienticifismo llevado a la política invisibilizaba los sentimientos de las personas, amparados en datos y experimentos dejaban de escuchar y debatir con quien legítimamente dudaba. El trato frente a aquellas personas de clases bajas que desconfiaban de la vacuna era sencillamente brutal en ocasiones.
La reacción
La reacción furibunda a la vacunación obligatoria sirvió para abrir los ojos, ninguna política pública, ni siquiera una basada en una investigación científica exhaustiva realizada por quienes tienen las mejores intenciones, está exenta de oposición política especialmente cuando incidía sobre la vida de las personas y sus hijos. Era un error esperar que el mero hecho de que los ensayos clínicos demostraran la inocuidad de la vacunación sirviera para apaciguar a todos aquellos que exigían el fin de la ley de vacunación, frente a estos estudios otros interesados como los de Rusell Wallace, que se jactaba de haber demostrado que las vacunas no solo eran inútiles si no que eran mortales, introducían ruido y suspicacias.
Por paradójico que resulte, es muy probable que es movimiento antivacunas decimonónico resultara beneficioso para el desarrollo de los programas de vacunación, pues mostró como una ciencia y un tratamiento de los pacientes más humano eran vitales para el éxito de las campañas de vacunación.
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Un comentario
Excelente artículo. Gracias
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