Si hay un artista conocido universalmente ese es Leonardo, quinientos años después de su muerte, aún hoy, genera dos titulares de prensa diarios a nivel mundial. Su aura se ha convertido en mito y todo lo referente a su figura despierta un inusitado interés. A lo largo de estos cinco siglos se han escrito más de 6000 publicaciones sobre su vida y obra. En su contemporaneidad “La última cena”, del refectorio del convento de Santa María de las Gracias de Milán, fue la admiración de las cortes europeas, y “La Gioconda” es considerada hoy la pintura más famosa de la Historia del Arte. Y en España ¿qué rastro dejó su obra?
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Aparentemente poco, pero sólo aparentemente. Es cierto que no hay prueba alguna de la presencia de Leonardo Da Vinci en la Península Ibérica, no fue un hombre de largos viajes, su trabajo fue el eje vertebral de su cotidianidad y éste se desarrolló en tres puntos geográficos muy concretos; Florencia, Milán y Francia. Nuestro país nunca se cruzó como destino en la vida de Leonardo. Su abuelo paterno Antonio Da Vinci fue comerciante, y sí están documentados sus intereses en Baleares, Cataluña y Marruecos. A raíz de la presentación pública en 2019 de un mechón de cabellos presuntamente extraído del cadáver de Da Vinci, periodistas sensacionalistas, más interesados en el morbo que en la historia del arte, han insinuado la posibilidad de que Leonardo niño viajara con su abuelo por la península y, en un alarde de imaginación inusitada, incluso atreverse a afirmar que los paisajes barceloneses de Monserrat influyeron en el fondo peñascoso de la Virgen de las Rocas de la National Gallery de Londres. Ambas afirmaciones carecen de fundamento histórico o científico, no existe estudio alguno que sitúe a Leonardo en territorio peninsular. Descartemos este extremo.

Da Vinci no fue un pintor prolífico en su producción artística, pero sí en sus escritos y estudios científicos, su elevado grado de perfeccionismo le hizo padecer diversas crisis que le impidieron pintar. Existen actualmente no más de veinte obras atribuidas, con más o menos consenso internacional, al genio toscano, y otras muchas atribuidas a su taller, confeccionadas por sus alumnos, denominados historiográficamente como los Leonardeschi. La faceta docente de Leonardo fue un pilar fundamental para la uniformidad del gusto milanés, el estilo vinciano quedó cristalizado a través de la asimilación de sus seguidores, más o menos acertada, de los rostros leonardescos, tan reconocibles por sus facciones melancólicas y ese halo de misterio espectral. Más allá de la obra propia, esa es la verdadera huella de Leonardo, la trasmisión de un estilo y de unos modelos que, de una u otra forma, quedan patentes en los principales museos y colecciones a través de los pinceles de sus alumnos. Ninguna de las obras de Da Vinci se encuentran en España y sin embargo esto no es obstáculo para que el Museo del Prado se haya convertido en centro de referencia para el estudio del modelo académico del taller de Leonardo.
En el año 2012 Vincent Delieuvin, conservador de pintura italiana del Louvre, solicitó al Prado la copia de Mona Lisa, entonces con fondo oscuro, para incluirla en la temporal que él mismo comisariaba sobre la Santa Ana del Louvre. Fue entonces cuando se realizó un estudio reflectográfico del fondo en que se observaron perfiles montañosos. Se comenzó entonces un proceso de restauración, limpieza y posterior estudio de la obra que, a lo largo de diez años, ha revelado nuevos conocimientos sobre la docencia del taller vinciano. Sin duda la copia de la Mona Lisa es el rostro leonardesco más conocido de nuestro país, pero no es el único. En un próximo artículo analizaremos esos rostros de evidente influjo vinciano en las colecciones españolas. Y no son pocos.

Leonardo fue un paradigma del hombre renacentista, su faceta artística siempre fue retroalimentada con su lado científico. Escribió más de 6000 folios de los que 700 están en Madrid. Sí en Madrid, en la Biblioteca Nacional, se denominan Códices I y II y son un amplio compendio de 8 volúmenes. El Códice I presenta una temática muy concreta sobre mecánica, sin embargo el Códice II es menos homogéneo y entremezcla saberes y reflexiones sobre estética, geometría o poliorcética, ingeniería de las fortificaciones en la que destaca su conocimiento sobre la balística de efectos, presagiando desarrollos de ingeniería mecánica futuros. Sin duda estos estudios de Leonardo influyeron en la edificación de algunas fortificaciones renacentistas españolas. Se encuentran escritos en italiano, escritos de derecha a izquierda, ampliamente ilustrados, lo que hace pensar en un proyecto de publicación, y encuadernados en cuero marroquí.
A la muerte de Leonardo todo su trabajo pasa a su fiel alumno Francesco Melzi en calidad de albacea de su testamento, éste lo legó a su hijo Orazio quien a su vez lo regala al escultor Pompeo Leoni, hijo del también artista León Leoni, ambos al servicio de Felipe II. Y es así como llegan a España en torno a 1556. En 1608 los manuscritos llegan a manos de Juan de Espina, un sacerdote y coleccionista amigo de Quevedo, poseedor de un admirable gabinete de maravillas. Carlos I de Inglaterra se interesa por los Códices con motivo de un viaje a la corte de Felipe II en 1623, Espina evita que terminen en Inglaterra aduciendo que serían para la Corona española a su fallecimiento, y así fue.

La obra pasó a la biblioteca de El Escorial hacia 1712, posteriormente a la del Alcázar de Madrid y finalmente a la Biblioteca Nacional aunque, por un error en la signatura, permanecieron perdidos hasta 1964.
Los Códices, que abarcan un periodo de trabajo de 1492 a 1505, son escritos fundamentales para comprender la vida, obra y pensamiento de Leonardo, aúnan episodios tan destacables como la fundición del gran caballo de Milán para Francesco Sforza, trabajos teóricos de aplicación del péndulo al reloj previos al trabajo de Galileo en este sentido o anotaciones sobre la batalla de Anghiari. Además poseen una interesantísima bibliografía, de hasta 116 citas, consultadas durante su realización.

Como escribiera la doctora Ana María Brizio “en Leonardo la actividad artística y científica nacen de un mismo origen, se retroalimentan sistemáticamente, diferenciar entre una y otra carece de sentido porque en Leonardo, el dibujo es un lenguaje dotado de extraordinaria fuerza creadora cualquiera que sea su contenido”.
Los Códices, por ser originales de Leonardo, son la huella más profunda de Da Vinci en España pero no la única. Seguiremos escribiendo sobre ello.
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