Juzgar situaciones del pasado desde una perspectiva actual, sin la realidad del momento, induce sin duda a extraer conclusiones que pueden no estar acordes con lo que realmente ocurrió. Uno de los acontecimientos que más se ha debatido es el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki. Se sabían muchas de sus consecuencias, pero no en su largo alcance, y a pesar de todo se optó por probarla.
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En julio de 1945, con la guerra en Europa finalizada, se ultima el plan Downfall para la invasión de Japón. La situación tras la rendición de Alemania es delicada para los aliados occidentales. Un enorme ejército soviético está instalado en el centro de Europa, mientras los EEUU retiran paulatinamente sus tropas en dirección a Japón al igual que sus unidades navales. El compromiso de Stalin en Yalta es atacar Japón en un plazo máximo de tres meses desde la rendición de Alemania, aun teniendo un pacto de neutralidad con los japoneses.

Churchill, temeroso de esta presencia soviética tan cercana a Gran Bretaña, solicita la confección de un plan para atacar a los rusos, con el nombre clave de “Inimaginable”, en el que el objetivo sería hacer retroceder a los soviéticos de los territorios ocupados, y además de americanos, canadienses, polacos y británicos, se contemplaba la posibilidad de contar con varias divisiones de la Wermacht. El espionaje soviético estaba al corriente de que algo se gestaba en fecha tan reciente desde el fin de la guerra, desde al menos el 18 de mayo de 1945, en la que el espionaje soviético comunicaba una reunión para tratar la cuestión, realizada el 15 de mayo.

Los desacuerdos entre militares y la problemática de utilización de los derrotados alemanes, además de la superioridad militar de la URSS, archivaron la traición que tramaba Churchill definitivamente, puesto que los americanos tampoco estuvieron por la labor, al menos en su versión ofensiva, que había sido programada para el 1 de julio de 1945. Churchill ordenó confeccionar un plan defensivo, en el que se pusieron de manifiesto las carencias de los aliados frente a sus “aliados” soviéticos. Este hecho nos muestra perfectamente que el temor a Stalin era patente, a pesar que este no tenía intención de atacar a Occidente.
Mientras en la pacificada Europa después de 6 años de guerra se planificaban estos planes para otra de incierto final, en el Extremo Oriente, Japón no daba muestras de querer claudicar. Conforme más se acercaban los americanos al territorio metropolitano japonés, mayor resistencia hallaban, y como se vio en Iwo Jima y Okinawa, la resistencia japonesa era tan numantina y absurda como cruel. Y mucho más para los criterios occidentales. El número de tropas japonesas que se rendían era bajo, y había que realizar operaciones de limpieza que se convertían en absurdos suicidios en masa por parte de tropas para las que la rendición no era una opción.

Y todo ello con un evidente coste humano no ya para los japoneses, sino también para los aliados, que no podían comprender la tozudez suicida nipona de resistencia. Okinawa era, pues, un serio aviso de lo que podía pasar en la potencial invasión a las principales islas de Japón. En Iwo Jima, casi no hubo supervivientes japoneses, y en Okinawa, ocurrió lo mismo. Los bombardeos al Japón habían arrasado a nivel de suelo ciudades enteras, con cientos de miles de civiles muertos, y la industria estaba a niveles del 15% de producción de antes de la guerra. Solo el bombardeo de Tokio del 9 de marzo, que convirtió la capital en una antorcha, se cobró 84000 muertos, 41000 heridos y 1000000 de personas sin hogar.

La Flota había perdido sus mayores unidades, y era un espejismo de lo que fue al inicio del conflicto, pero aun así la concentración de las unidades en defensa de sus islas los hacía ser importantes, siendo su punto más vulnerable la falta de combustible. Respecto la aviación, conservaban un buen número de aparatos, que conforme se preparaba el plan de invasión, las estimaciones americanas los situaban al principio en menos de 3000, incrementándose conforme transcurrían las semanas hasta los casi 10000. En realidad existían más de 12000, que se habían reservado para la defensa del territorio metropolitano. Al mismo tiempo, se preparaban barcazas kamikaze para ser lanzadas contra la flota aliada.
El ejército contaba con numerosas tropas en China, pero con muchos problemas logísticos que limitaban sus capacidades. Los aliados occidentales deseaban acabar con una guerra que tenía el final escrito y que se dilataba absurdamente por conceptos abstractos de los japoneses, que para los occidentales eran difíciles de entender. Los ataques aéreos kamikaze y los kaitén bajo el mar, los heridos suicidas que se inmolaban con granadas en el momento que los sanitarios americanos iban a asistirles, y las enconadas resistencias que solo finalizaban con el uso de los lanzallamas creaban una opinión sobre los nipones de falta de racionalidad, impregnados de la filosofía del Bushido, y de los tradicionales conceptos de los samuráis, en los que el código de honor impide la rendición ante el enemigo. Concepto que se trasladaba al trato a los enemigos que se les rendían, incomprensible para su mentalidad.

Mientras se sucedían las derrotas y los americanos se iban acercando a Japón, sus mandos militares diseñaban el plan de defensa ante la invasión que se avecinaba. Los sectores más exaltados del nacionalismo japonés tenían muy claro que si era necesario se iba a producir el sacrificio de los cien millones, es decir de toda la población japonesa, a la que se exhortó a luchar con cañas de bambú si ello era preciso a los invasores. El plan defensivo, Ketsugo, en esencia no podía ser más sencillo, causar tantas bajas al enemigo invasor, que este no tuviera más remedio que negociar, y ello sin importar las bajas propias, que inevitablemente deberían ser enormes al librarse en su suelo los combates.
La invasión, Downfall, dividida en dos etapas, debía comenzar a finales de 1945 el primer desembarco, y a principios de 1946 el segundo. Los cálculos de pérdidas no eran optimistas, siendo de cientos de miles de aliados, y dependiendo de la hostilidad de la población, las víctimas japonesas podrían ser millones, espoleados por la propaganda a la resistencia. No obstante, el gobierno japonés, consciente de la situación, especialmente tras la rendición de su único aliado, la Alemania nazi, intentó contactos con los aliados a través de los soviéticos, con lo que mantenían un pacto de no agresión, aunque públicamente rechazaban la conminación de Postdam a la rendición incondicional.

El 16 de julio de 1945, en Álamo Gordo, se hizo la prueba definitiva haciendo estallar una bomba atómica, con resultados satisfactorios. Truman, en esos momentos en Alemania, en la Conferencia de Postdam, se decidió a informar de la detonación a Stalin, que tuvo una reacción de indiferencia por parte del dictador, quizás motivada porque no era para él una sorpresa, pues sus espías ya le habían comunicado muchos datos desde 1942 y porque los soviéticos también estaban en avanzadas investigaciones que los americanos desconocían, y que dieron sus frutos con la primera explosión nuclear soviética de 1949. La idea que tenían los EEUU sobre las investigaciones soviéticas era tan reducida que creían que podrían ostentar un monopolio nuclear por más de 10 años.
Con la prueba de Álamo Gordo positiva, partir de ese momento los responsables militares y del proyecto no dudaban tanto de si había que lanzar la bomba, sino cuándo podrían realizarlo, dado que si la idea inicial era tenerla a punto contra Alemania, su rendición solo daba lugar a su uso contra Japón, a menos que este se rindiera antes, pero, esta no eran las intenciones, al menos públicas, de ello.

Así, los americanos, en posesión de la bomba y con el monopolio de la misma por muchos años, creían, podrían mostrar al mundo su poder hegemónico, acabar la guerra con Japón (que en ese momento ya pertenecía al pasado, puesto que el inicio de la guerra fría llamaba a las puertas), sin necesidad de la entrada en guerra de la URSS contra Japón, como tenían acordado, antes de los tres meses del final de la guerra en Europa. Para los soviéticos, en cambio, el interés de entrar en la guerra contra Japón para obtener réditos territoriales se precipitó con el conocimiento de la existencia de la bomba, de tal forma que dos días después de la destrucción de Hiroshima, atacaron a los japoneses en China.
De esta forma, en cuanto estuvo lista la primera bomba, bautizada Little Boy, fue lanzada sobre Hiroshima, el 6 de agosto. Los argumentos de los que estaban a favor del lanzamiento esgrimían para ello que la guerra había tenido unas dimensiones nunca vistas, que los japoneses no tenían la rendición como una opción, que la guerra la habían iniciado ellos con un bombardeo a traición, que la invasión de Japón tendría unos costes infinitamente superiores en vidas, millones serían japonesas que no soportarían la humillación de la derrota, y como mínimo medio millón de americanos en el mejor de los casos, con sufrimientos innecesarios porque la guerra estaba sentenciada.

Además, Truman podría tener un grave problema interno en cuanto fuese pública la existencia de la bomba y no se utilizara la misma por motivos éticos, dado que cuando estuviese en marcha la invasión morirían miles de jóvenes americanos. Dicho de otra forma, si los japoneses querían seguir muriendo, que muriesen ellos. La decisión de su uso era un dilema enorme para el presidente Truman, pero a esas alturas de la guerra, la ética estaba muy desprestigiada como para tenerla en cuenta, de forma que el uso del artefacto podría poner fin a la guerra sin necesidad de una invasión incierta y sangrienta, que además, salvaría muchas vidas americanas, dando un aviso claro a los sovieticos. Además, el enorme costo económico de la bomba ayudaba a probar el uso de la misma, para justificarlo.
Ahora bien, una vez tomada la decisión de usar la bomba, la pregunta es si era preciso hacerlo sobre una ciudad, pudiendo hacerlo en alguna zona deshabitada en la que el poder de la misma sería una evidencia palpable, y al mismo tiempo cuestionar la necesidad de una segunda bomba sobre Nagasaki, o si se hubiese podido realizar con más dilatado espacio de tiempo para dar tiempo al Japón a rendirse. La explicación del bombardeo de Nagasaki podría ser que era distinta, de plutonio, cuando la primera había sido de uranio. Sin embargo, era difícil ver intenciones de rendición.

Antes del bombardeo atómico, se habían destruido 66 ciudades japonesas con número de víctimas y destrucción superiores en algunas de lo que sufrieron Hiroshima y Nagasaki, y su reacción no había sido precisamente el de acelerar la rendición, que aunque se dijo reiteradamente que había de ser incondicional, los nipones no podían soportar la idea de que no se respetase la figura del emperador. Es decir, Japón estaba envuelto en un clima de destrucción de ciudades a diario, con bombardeos convencionales e incendiarios, cuando llegó la noticia a Tokio de que otra ciudad había sido destruida, Hiroshima, y parecía que con una sola bomba. Es posible que el gobierno japonés ante un ataque nuclear no pudiera reaccionar rápidamente, hasta que sucesivamente hubo el ataque soviético y el bombardeo de Nagasaki.
Una encuesta realizada posteriormente a la guerra en EEUU, indicó que el 85% respaldaba el lanzamiento de las bombas. Y en 1991 lo era el 63%, y en 2015 el 56%. Queda claro que la distancia de los hechos los hace juzgar de forma diferente. Lógicamente, la distancia temporal hace que más ciudadanos ven cada vez más injustificable el uso que hizo. Los encuestados de la primera eran amigos, familiares, conocidos, de los soldados, o podían ser soldados, que hubiesen tenido que tomar parte en los combates para doblegar al Japón que solo podía tener un final.
En definitiva, se dieron todos los elementos para que estallase la tormenta perfecta: los EEUU tenían una bomba, que había tenido un enorme costo económico, con un potencial como jamás se había visto. Su utilización demostraría al mundo su poder, y especialmente a la URSS, que atemorizaba en particular a Churchill. En ese estadio de la guerra los prejuicios morales y éticos estaban ya por los suelos. Japón se podía haber rendido, con medio país destruido y con la capacidad industrial bajo mínimos, con millones de personas sin hogar y con carencias alimenticias, pero llegado el 6 de agosto aun no lo había hecho. Los soviéticos, que tenían un status neutral con Japón, querían entrar en guerra para asegurarse su presencia y posición en el reparto postbélico.

Llegó el 6 de agosto y se lanzó la primera bomba, y en el intermedio con la siguiente, Nagasaki el 9 de agosto, los soviéticos el 8 de agosto, atacan en Manchuria a los japoneses exactamente a los tres meses de la rendición alemana, como tenían pactado. Si cabía alguna duda de si Japón podía remontar la guerra, se esfumó en ese momento. La rendición precipitada tomada el 9 de agosto, oficializada el 15, podría venir dada por los temores japoneses de que una mayor implicación en la guerra de los soviéticos conllevaría la eliminación de la familia imperial, algo que forma parte de la milenaria cultura japonesa, y que socavaría la sociedad nipona desde la base.
En cualquier caso, si la única condición para la rendición era el mantenimiento del emperador, finalmente la obtuvieron. Así, se aceptaron los términos de la declaración de Postdam que conminaban a la rendición. Pero como era esperar no había un acatamiento total por parte de militares y políticos a la rendición, y la prueba es el fallido intento de golpe de estado que sucedió la noche del 14 al 15 de agosto, en el Palacio Imperial, por miembros radicalizados y de la Guardia Imperial, que finalmente no tuvo éxito, pero puso de manifiesto que a pesar de todo había facciones que postulaban la resistencia hasta el final.
El debate seguirá, siendo muy difícil encontrar un consenso. El lanzamiento de las dos bombas, de 16 kilotones la de Hiroshima y de 23 la de Nagasaki, (1 kilotón es igual a 1000 TNT), las hace muy limitadas ante las actuales. En 1961, los soviéticos detonaron la bomba del Zar, la mayor explosión jamás realizada, de 50 megatones (1 megatón es igual a 1000 kilotones), unas 3300 veces más destructiva que la de Hiroshima. Las bombas de 1945 mostraron su potencial destructivo en un entorno urbano, el número de víctimas y las secuelas dejadas por la radiación, por lo que el mundo a partir de ese momento supo a lo que se enfrentaba si hubiese una guerra nuclear, y por una vez, quizás, la experiencia sobre lo sucedido haya contenido los deseos en más de una ocasión de usar armamento nuclear, al ser conocedores de sus efectos pudiendo ser que la experiencia sobre sus efectos haya servido para evitar la tentación de su empleo. El historiador británico Mark Selden, resumió los hechos en una sola frase: ”Impresionar a Rusia era más importante que terminar la guerra en Japón”. Japón ya no era una amenaza, sino una molestia para la siguiente etapa histórica que ya se abría paso.
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