Hiroshima y Nagasaki, ¿por qué había que lanzar las bombas atómicas?

Juzgar situaciones del pasado desde una perspectiva actual, sin la realidad del momento, induce sin duda a extraer  conclusiones que pueden no estar acordes con lo que realmente ocurrió. Uno de los acontecimientos que más se ha debatido  es el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki. Se sabían muchas de sus consecuencias, pero no  en su largo alcance, y a pesar de todo se optó por probarla. 

Tiempo de lectura: 10 minutos

En julio de 1945, con la guerra en Europa finalizada, se ultima el plan Downfall  para la invasión de Japón. La situación tras la rendición de Alemania es delicada  para los aliados occidentales. Un enorme ejército soviético está instalado en el  centro de Europa, mientras los EEUU retiran paulatinamente sus tropas en  dirección a Japón al igual que sus unidades navales. El compromiso de Stalin en  Yalta es atacar Japón en un plazo máximo de tres meses desde la rendición de  Alemania, aun teniendo un pacto de neutralidad con los japoneses.

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Para 1945, las tropas japonesas habían perdido la mayoría de sus posesiones. Foto: https://es.quora.com/

Churchill, temeroso de esta presencia soviética tan cercana a Gran Bretaña, solicita la  confección de un plan para atacar a los rusos, con el nombre clave de  “Inimaginable, en el que el objetivo sería hacer retroceder a los soviéticos de los  territorios ocupados, y además de americanos, canadienses, polacos y  británicos, se contemplaba la posibilidad de contar con varias divisiones de la  Wermacht. El espionaje soviético estaba al corriente de que algo se gestaba en  fecha tan reciente desde el fin de la guerra, desde al menos el 18 de mayo de  1945, en la que el espionaje soviético comunicaba una reunión para tratar la  cuestión, realizada el 15 de mayo.

Churchill
Al final de la guerra, Churchilla llegó a plantear un plan para hacer retroceder a la URSS. Foto: http://www.ersilias.com

Los desacuerdos entre militares y la  problemática de utilización de los derrotados alemanes, además de la  superioridad militar de la URSS, archivaron la traición que tramaba Churchill definitivamente, puesto que los americanos tampoco estuvieron por la labor, al menos en su versión ofensiva, que había sido programada para el 1 de julio de  1945. Churchill ordenó confeccionar un plan defensivo, en el que se pusieron de  manifiesto las carencias de los aliados frente a sus “aliados” soviéticos. Este  hecho nos muestra perfectamente que el temor a Stalin era patente, a pesar que  este no tenía intención de atacar a Occidente.  

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Hiroshima, antes y después de la bomba. (Foto Red Digital.) 

Mientras en la pacificada Europa después de 6 años de guerra se planificaban estos planes para otra de incierto final, en el Extremo Oriente, Japón no daba  muestras de querer claudicar. Conforme más se acercaban los americanos al  territorio metropolitano japonés, mayor resistencia hallaban, y como se vio en  Iwo Jima y Okinawa, la resistencia japonesa era tan numantina y absurda como  cruel. Y mucho más para los criterios occidentales. El número de tropas  japonesas que se rendían era bajo, y había que realizar operaciones de limpieza  que se convertían en absurdos suicidios en masa por parte de tropas para las  que la rendición no era una opción.

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La batalla de Iwo-Jima fue como el resto, muy dura e hizo pensar que la toma de Japón continental, sería muchísimo peor. Foto: http://www.nationalgeographic.es

Y todo ello con un evidente coste humano no  ya para los japoneses, sino también para los aliados, que no podían comprender  la tozudez suicida nipona de resistencia. Okinawa era, pues, un serio aviso de lo  que podía pasar en la potencial invasión a las principales islas de Japón. En Iwo  Jima, casi no hubo supervivientes japoneses, y en Okinawa, ocurrió lo mismo.  Los bombardeos al Japón habían arrasado a nivel de suelo ciudades enteras,  con cientos de miles de civiles muertos, y la industria estaba a niveles del 15%  de producción de antes de la guerra. Solo el bombardeo de Tokio del 9 de marzo,  que convirtió la capital en una antorcha, se cobró 84000 muertos, 41000 heridos  y 1000000 de personas sin hogar.

Bombardeo-de-Tokio
Bombardeo de Tokio. Foto: http://www.bbc.com

La Flota había perdido sus mayores unidades,  y era un espejismo de lo que fue al inicio del conflicto, pero aun así la  concentración de las unidades en defensa de sus islas los hacía ser importantes,  siendo su punto más vulnerable la falta de combustible. Respecto la aviación, conservaban un buen número de aparatos, que conforme se preparaba el plan  de invasión, las estimaciones americanas los situaban al principio en menos de  3000, incrementándose conforme transcurrían las semanas hasta los casi  10000. En realidad existían más de 12000, que se habían reservado para la  defensa del territorio metropolitano. Al mismo tiempo, se preparaban barcazas kamikaze para ser lanzadas contra la flota aliada.

El ejército contaba con  numerosas tropas en China, pero con muchos problemas logísticos que  limitaban sus capacidades. Los aliados occidentales deseaban acabar con una  guerra que tenía el final escrito y que se dilataba absurdamente por conceptos  abstractos de los japoneses, que para los occidentales eran difíciles de entender.  Los ataques aéreos kamikaze y los kaitén bajo el mar, los heridos suicidas que  se inmolaban con granadas en el momento que los sanitarios americanos iban a  asistirles, y las enconadas resistencias que solo finalizaban con el uso de los  lanzallamas creaban una opinión sobre los nipones de falta de racionalidad,  impregnados de la filosofía del Bushido, y de los tradicionales conceptos de los  samuráis, en los que el código de honor impide la rendición ante el enemigo.  Concepto que se trasladaba al trato a los enemigos que se les rendían,  incomprensible para su mentalidad.

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Avión kamikaze siendo despedido antes de partir. Foto: http://www.lavanguardia.com

Mientras se sucedían las derrotas y los  americanos se iban acercando a Japón, sus mandos militares diseñaban el plan  de defensa ante la invasión que se avecinaba. Los sectores más exaltados del  nacionalismo japonés tenían muy claro que si era necesario se iba a producir el  sacrificio de los cien millones, es decir de toda la población japonesa, a la que  se exhortó a luchar con cañas de bambú si ello era preciso a los invasores. El  plan defensivo, Ketsugo, en esencia no podía ser más sencillo, causar tantas  bajas al enemigo invasor, que este no tuviera más remedio que negociar, y ello  sin importar las bajas propias, que inevitablemente deberían ser enormes al  librarse en su suelo los combates.

La invasión, Downfall, dividida en dos etapas,  debía comenzar a finales de 1945 el primer desembarco, y a principios de 1946  el segundo. Los cálculos de pérdidas no eran optimistas, siendo de cientos de  miles de aliados, y dependiendo de la hostilidad de la población, las víctimas  japonesas podrían ser millones, espoleados por la propaganda a la resistencia. No obstante, el gobierno japonés, consciente de la situación, especialmente tras  la rendición de su único aliado, la Alemania nazi, intentó contactos con los  aliados a través de los soviéticos, con lo que mantenían un pacto de no agresión,  aunque públicamente rechazaban la conminación de Postdam a la rendición incondicional.  

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Hiroshima tras la bomba atómica. Foto: http://www.elconfidencial.com

El 16 de julio de 1945, en Álamo Gordo, se hizo la prueba definitiva haciendo  estallar una bomba atómica, con resultados satisfactorios. Truman, en esos  momentos en Alemania, en la Conferencia de Postdam, se decidió a informar de  la detonación a Stalin, que tuvo una reacción de indiferencia por parte del  dictador, quizás motivada porque no era para él una sorpresa, pues sus espías  ya le habían comunicado muchos datos desde 1942 y porque los soviéticos  también estaban en avanzadas investigaciones que los americanos  desconocían, y que dieron sus frutos con la primera explosión nuclear soviética  de 1949. La idea que tenían los EEUU sobre las investigaciones soviéticas era  tan reducida que creían que podrían ostentar un monopolio nuclear por más de  10 años.  

Con la prueba de Álamo Gordo positiva, partir de ese momento los responsables  militares y del proyecto no dudaban tanto de si había que lanzar la bomba, sino cuándo podrían realizarlo, dado que si la idea inicial era tenerla a punto contra  Alemania, su rendición solo daba lugar a su uso contra Japón, a menos que este  se rindiera antes, pero, esta no eran las intenciones, al menos públicas, de ello. 

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Imagen para análisis de las pruebas de Álamo Gordo. Foto: http://www.lavanguardia.com

Así, los americanos, en posesión de la bomba y con el monopolio de la misma  por muchos años, creían, podrían mostrar al mundo su poder hegemónico,  acabar la guerra con Japón (que en ese momento ya pertenecía al pasado, puesto que el inicio de la guerra fría llamaba a las puertas), sin necesidad de la  entrada en guerra de la URSS contra Japón, como tenían acordado, antes de los  tres meses del final de la guerra en Europa. Para los soviéticos, en cambio, el  interés de entrar en la guerra contra Japón para obtener réditos territoriales se  precipitó con el conocimiento de la existencia de la bomba, de tal forma que dos  días después de la destrucción de Hiroshima, atacaron a los japoneses en China.  

De esta forma, en cuanto estuvo lista la primera bomba, bautizada Little Boy, fue  lanzada sobre Hiroshima, el 6 de agosto. Los argumentos de los que estaban a  favor del lanzamiento esgrimían para ello que la guerra había tenido unas dimensiones nunca vistas, que los japoneses no tenían la rendición como una  opción, que la guerra la habían iniciado ellos con un bombardeo a traición, que  la invasión de Japón tendría unos costes infinitamente superiores en vidas,  millones serían japonesas que no soportarían la humillación de la derrota, y como  mínimo medio millón de americanos en el mejor de los casos, con sufrimientos  innecesarios porque la guerra estaba sentenciada.

Truman
Truman. Foto: enciclopediadehistoria.com

Además, Truman podría  tener un grave problema interno en cuanto fuese pública la existencia de la  bomba y no se utilizara la misma por motivos éticos, dado que cuando estuviese  en marcha la invasión morirían miles de jóvenes americanos. Dicho de otra  forma, si los japoneses querían seguir muriendo, que muriesen ellos. La decisión  de su uso era un dilema enorme para el presidente Truman, pero a esas alturas  de la guerra, la ética estaba muy desprestigiada como para tenerla en cuenta,  de forma que el uso del artefacto podría poner fin a la guerra sin necesidad de  una invasión incierta y sangrienta, que además, salvaría muchas vidas  americanas, dando un aviso claro a los sovieticos. Además, el enorme costo  económico de la bomba ayudaba a probar el uso de la misma, para justificarlo. 

Ahora bien, una vez tomada la decisión de usar la bomba, la pregunta es si era  preciso hacerlo sobre una ciudad, pudiendo hacerlo en alguna zona deshabitada  en la que el poder de la misma sería una evidencia palpable, y al mismo tiempo  cuestionar la necesidad de una segunda bomba sobre Nagasaki, o si se hubiese  podido realizar con más dilatado espacio de tiempo para dar tiempo al Japón a  rendirse. La explicación del bombardeo de Nagasaki podría ser que era distinta,  de plutonio, cuando la primera había sido de uranio. Sin embargo, era difícil ver  intenciones de rendición.

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Imagen de Nagasaki tras la bomba. Foto: http://www.telemadrid.es

Antes del bombardeo atómico, se habían destruido 66  ciudades japonesas con número de víctimas y destrucción superiores en algunas  de lo que sufrieron Hiroshima y Nagasaki, y su reacción no había sido  precisamente el de acelerar la rendición, que aunque se dijo reiteradamente que  había de ser incondicional, los nipones no podían soportar la idea de que no se  respetase la figura del emperador. Es decir, Japón estaba envuelto en un clima  de destrucción de ciudades a diario, con bombardeos convencionales e  incendiarios, cuando llegó la noticia a Tokio de que otra ciudad había sido destruida, Hiroshima, y parecía que con una sola bomba. Es posible que el  gobierno japonés ante un ataque nuclear no pudiera reaccionar rápidamente,  hasta que sucesivamente hubo el ataque soviético y el bombardeo de Nagasaki. 

Una encuesta realizada posteriormente a la guerra en EEUU, indicó que el 85%  respaldaba el lanzamiento de las bombas. Y en 1991 lo era el 63%, y en 2015 el  56%. Queda claro que la distancia de los hechos los hace juzgar de forma  diferente. Lógicamente, la distancia temporal hace que más ciudadanos ven  cada vez más injustificable el uso que hizo. Los encuestados de la primera eran  amigos, familiares, conocidos, de los soldados, o podían ser soldados, que hubiesen tenido que tomar parte en los combates para doblegar al Japón que  solo podía tener un final. 

En definitiva, se dieron todos los elementos para que estallase la tormenta perfecta: los EEUU tenían una bomba, que había tenido un enorme costo  económico, con un potencial como jamás se había visto. Su utilización  demostraría al mundo su poder, y especialmente a la URSS, que atemorizaba  en particular a Churchill. En ese estadio de la guerra los prejuicios morales y  éticos estaban ya por los suelos. Japón se podía haber rendido, con medio país  destruido y con la capacidad industrial bajo mínimos, con millones de personas  sin hogar y con carencias alimenticias, pero llegado el 6 de agosto aun no lo  había hecho. Los soviéticos, que tenían un status neutral con Japón, querían  entrar en guerra para asegurarse su presencia y posición en el reparto  postbélico. 

Artículo-de-La-Vanguardia-del-7-de-agosto-de-1945
Artículo de La Vanguardia del 7 de agosto de 1945.  

Llegó el 6 de agosto y se lanzó la primera bomba, y en el intermedio con la  siguiente, Nagasaki el 9 de agosto, los soviéticos el 8 de agosto, atacan en  Manchuria a los japoneses exactamente a los tres meses de la rendición  alemana, como tenían pactado. Si cabía alguna duda de si Japón podía remontar  la guerra, se esfumó en ese momento. La rendición precipitada tomada el 9 de  agosto, oficializada el 15, podría venir dada por los temores japoneses de que  una mayor implicación en la guerra de los soviéticos conllevaría la eliminación  de la familia imperial, algo que forma parte de la milenaria cultura japonesa, y  que socavaría la sociedad nipona desde la base.

En cualquier caso, si la única  condición para la rendición era el mantenimiento del emperador, finalmente la  obtuvieron. Así, se aceptaron los términos de la declaración de Postdam que  conminaban a la rendición. Pero como era esperar no había un acatamiento total por parte de militares y políticos a la rendición, y la prueba es el fallido intento de  golpe de estado que sucedió la noche del 14 al 15 de agosto, en el Palacio  Imperial, por miembros radicalizados y de la Guardia Imperial, que finalmente no tuvo éxito, pero puso de manifiesto que a pesar de todo había facciones que  postulaban la resistencia hasta el final. 

El debate seguirá, siendo muy difícil encontrar un consenso. El lanzamiento de  las dos bombas, de 16 kilotones la de Hiroshima y de 23 la de Nagasaki, (1  kilotón es igual a 1000 TNT), las hace muy limitadas ante las actuales. En 1961,  los soviéticos detonaron la bomba del Zar, la mayor explosión jamás realizada,  de 50 megatones (1 megatón es igual a 1000 kilotones), unas 3300 veces más  destructiva que la de Hiroshima. Las bombas de 1945 mostraron su potencial  destructivo en un entorno urbano, el número de víctimas y las secuelas dejadas  por la radiación, por lo que el mundo a partir de ese momento supo a lo que se  enfrentaba si hubiese una guerra nuclear, y por una vez, quizás, la experiencia  sobre lo sucedido haya contenido los deseos en más de una ocasión de usar  armamento nuclear, al ser conocedores de sus efectos pudiendo ser que la  experiencia sobre sus efectos haya servido para evitar la tentación de su empleo. El historiador británico Mark Selden, resumió los hechos en una sola frase:  ”Impresionar a Rusia era más importante que terminar la guerra en Japón”.  Japón ya no era una amenaza, sino una molestia para la siguiente etapa histórica que ya se abría paso.

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