La Villa Palombara de Roma, de la que aun se conserva su misteriosa Puerta Alquímica, fue el lugar de encuentro de numerosos intelectuales de la época, entre ellos la reina Cristina de Suecia, sin duda una de las mujeres más fascinantes de la realeza europea.
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La Villa Palombara situada en el espacio que hoy ocupa la Piazza Vittorio Emanuelle II en Roma, fue construida en el s. XVI por los señores de Palombara, los Savelli, y restaurada posteriormente por Massimiliano Savelli Palombara, marqués de Pietraforte. De la magnífica construcción, hoy se conserva bien poco. Tan solo la denominada Puerta Alquímica o Puerta Mágica, nos recuerda el esplendor de lo que algún día fue el punto de encuentro de numerosos intelectuales y estudiosos de disciplinas como la alquimia o la astrología. Entre ellos, muy probablemente el excéntrico jesuita Athanasius Kircher, el astrónomo y matemático Giovanni Cassini y, con toda seguridad, la más ilustre de sus visitantes, la reina Cristina de Suecia.
Cristina había decidido abdicar en su primo Carlos Gustavo, según algunos por abrazar la religión católica, según otros porque amaba demasiado la libertad y el conocimiento como para anteponer a ellos las obligaciones que suponía la corona o el matrimonio. Fuera como fuere, casi de un modo novelesco, en la primavera de 1654 y vestida de hombre, huyó cabalgando de su palacio en Estocolmo para exiliarse finalmente en Roma, donde llegó gracias al apoyo de su buen amigo el rey español Felipe IV.
La reina sueca es recibida con todo tipo de honores en la Città Eterna. Stefano Fogelberg asegura que el Papa Alejandro VII, quiso sacar provecho de la conversión de Cristina para restaurar la dañada imagen de la religión católica, y por ello encargó que se le recibiera con un carruaje diseñado por el propio Lorenzo Bernini, del que posteriormente llegó a ser mecenas.
En 1656 creó la Accademia Reale, un centro para fomentar la verdadera educación, frecuentado por los intelectuales de Roma, donde se reúnen para discutir temas no solo de filosofía, arte y ciencias, sino también astrología y alquimia. Su pasión por estas disciplinas “ocultas”, le hizo rodearse de un estrecho círculo de hermetistas, y hay constancia de sus prácticas en laboratorios alquímicos en ciudades como Pesaro, Fontainebleau y por supuesto Roma, llegando incluso a realizar diseños de diferentes instrumentos empleados para la destilación.
Es precisamente este interés por la consecución de la Gran Obra, lo que le puso en contacto con el marqués Palombara, quien acabó por convertirse en un fiel devoto de la soberana. Tal es así que dejó por escrito en su testamento de 1680 que, en caso de que sus hijos aún no fueran mayores de edad a su muerte, su majestad la Reina de Suecia, su muy benigna Señora, dignase continuar la protección de su casa y descendencia, y tener particular cuidado de su mujer e hijos. La asistencia de Cristina fue motivo de importantes encuentros para su investigación sobre la creación artificial del oro, así como para su producción lírica, que refleja una personalidad ávida de nuevos horizontes pero temerosa sin duda de la Inquisición.
Palombara, autor de la obra alquímica La Bugia-conservada en la biblioteca vaticana- y Rime Ermetiche, había hecho instalar en el muro perimetral de la Villa la pequeña puerta decorada que se conserva como único vestigio en la actualidad del edificio.
La puerta fue construída a partir de un legendario episodio relatado por el abad Francesco Girolamo Cancellieri. El religioso narra como una noche un misterioso peregrino que resultó ser el alquimista Francesco Giuseppe Borri, se presentó en la Villa del Marqués de Palombara y sin decir nada, se puso a buscar algo por el suelo. Alertado por la presencia del extraño, uno de los sirvientes del noble corrió rápidamente a informarle de lo sucedido. Palombara interrogó al desconocido quien le dijo que buscaba la hierba moli, de la cual traía un manojo en la mano, porque la consideraba indispensable para hacer oro. Esta hierba mágica, fue ya descrita por Homero en la Odisea, como antídoto para contrarrestar los efectos maléficos de los hechizos de la maga Circe. Tras ello, se ofreció a revelarle el difícil, pero no imposible, arte de la transmutación e intrigado, el marqués puso a su disposición el laboratorio del que disponía para sus experimentos. La hierba, después de ser tostada y reducida a polvo, se echó en un crisol lleno de un líquido particular, dejando reposar la mezcla sobre fuego lento ya que debía apagarse poco a poco.
Para evitar que nadie perturbara la operación, Borri exigió cerrar con llave la habitación y dormir en una estancia contigua para controlar mejor el proceso. Finalmente, prometió que revelaría su secreto, pero al día siguiente desapareció, dejando tras de sí el crisol volcado en el suelo cerca de una sustancia congelada que resultó ser oro puro y sobre la mesa un enigmático manuscrito.
Es a partir de ese momento cuando Massimiliano decidió llevar a cabo los extraños grabados e inscripciones alquímicas que reproducían el extraño manuscrito, distribuidas no solo alrededor de su laboratorio y las paredes de su mansión, sino también en las cinco puertas de ingreso a Villa Palombara. Con la esperanza, dicen, de que algún día alguien pudiera descifrarlo.
La enigmática construcción adintelada, realizada en mármol, es un espacio rectangular compuesto de un escalón, jambas decoradas y un gran medallón central que hace las veces de frontón. En su interior dos triángulos entrelazados, símbolos ancestrales de los estados de Disolución y Coagulación de la materia, forman una estrella de seis puntas, en cuyo interior aparece el símbolo de la tierra y en el que a su vez se encierra un óculo menor que simboliza al sol-oro. Todo él, está circundado de una sentencia hermética: “Tres son las maravillas. Dios y Hombre. Madre y Virgen. Trino y Uno.”
Bajo el medallón central, el dintel muestra dos palabras en hebreo: Ruach Elohim, El espíritu de Dios, el único al que hay que encomendarse para llevar a cabo la difícil tarea de la transmutación. Junto al nombre, los símbolos de Saturno y de Júpiter. Para completar el enigmático puzzle que nos propone Palombara, la frase: “El dragón de la noche custodia el ingreso al huerto mágico de las Hespérides, y sin Hércules, Jasón no hubiera degustado las delicias de la Cólquide”.
Las jambas presentan cada una tres símbolos alquímicos y planetarios, y sendas inscripciones herméticas. Entre ellas, dos particularmente interesantes: “cuando en tu casa los cuervos negros den a luz blancas palomas, serás llamado sabio” y “ quien sabe quemar con agua y lavar con fuego, hace de la tierra el cielo y del cielo tierra preciosa”

Finalmente sobre el escalón de ingreso a la puerta se lee: “Est Opus Occultum Veri/Sophi apperire Terram/Ut Germinet/Salutem pro populo” algo así como: “La Obra Oculta del verdadero sabio es abrir la tierra para generar la salvación del pueblo”. Y un curioso juego de palabras: SI SEDES NON IS, “si te sientas no vas”, que leído al contrario nos ofrece su reflejo especular: “Si no te sientas, vas”.
La puerta aparece flanqueada de dos figuras apotropaicas, monstruosos enanos que representan al dios egipcio Bes, genio benéfico y protector, procedentes del Quirinal.
Todo el conjunto de inscripciones parece describir un camino iniciático, cuyo acceso se reserva tan solo a aquellos que poseen un corazón puro y nobleza en sus propósitos, alejando a los que solo buscan el poder y los bienes materiales.
Pero los misterios de Villa Palombara y su magnífica puerta no acaban aquí. En sus Dissertazioni, Giambattista Visconti y Filippo Waqvier de LaBarthe, refieren la existencia de una copia romana en mármol del Discóbolo de Mirón-conocido en la actualidad como Discóbolo Lancellotti- en el interior de la villa. La figura fue ubicada como una especie de centro focal del edificio a modo de personificación simbólica del hermético ambiente circundante. Y por si no fuera suficiente, los extraños diseños del complejo, según algunos, se relacionarían directamente con el famoso e indescifrado Manuscrito Voynich. El precioso códice datado del s. XV no sería otra cosa que el misterioso conjunto de anotaciones que Borri dejó tras su desaparición y que, a su vez, serían los conocimientos transmitidos por su maestro, que no fue otro que Athanasius Kircher.
La Puerta Alquímica, como hemos visto, no es tan solo un vestigio más de la riqueza de una de las ciudades más bellas del mundo, sino un auténtico umbral, un pasaje prohibido relacionado según Luciano Pirrotta-autor de La Porta Ermetica-con las puertas del vacío o del caos, que llevan a quien se atreve a cruzarlas a una transformación espiritual que lo eleve a un estado de conciencia superior.
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Un comentario
Enriquecedor y muy interesante Gracias
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