En 1898 España perdía sus últimas posesiones imperiales en Cuba, Puerto Rico y Filipinas contra los Estados Unidos. Al mismo tiempo, en África, las potencias coloniales se preparaban para repartirse el último gran territorio, Marruecos. En este escenario, entre 1898 y 1902, España y Francia negociaron un tratado secreto que repartiría entre ambos Estados el territorio marroquí, lo que cambiaría radicalmente las perspectivas para España
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En 1898 se habían sellado las puertas imperiales para España. Incapaz de defender sus territorios, había tenido que ceder sus últimas posesiones ultramarinas ante la nueva potencia emergente, Estados Unidos, que no pararía ya de acrecentar su poder.
La pérdida no fue sólo territorial, sino también moral. Se empezó a hablar con más fuerza de la necesidad de regenerar el país. La Regeneración se convirtió en un slogan. “El cirujano de hierro” que preconizaba Joaquín Costa, se materializaba años después en la figura de Primo de Rivera.

Sin embargo, ahora no había tiempo que perder. Había que garantizar la integridad territorial de la Península. Durante los años siguientes se temió una operación militar estadounidense o británica contra las posesiones españolas, tanto en la Península como en las Canarias o las Baleares. Esto marcaría los acontecimientos posteriores, al temer siempre los gobiernos españoles la reacción británica si realizaba una acción que éste país pudiera interpretarlo como una agresión.
Pero al mismo tiempo, en Marruecos se estaba preparando el tablero de ajedrez para la última partida del colonialismo europeo. Marruecos era el gran imperio del Magreb. Pero sus años de gloria ya habían pasado. El último gran sultán Hassan I había muerto en 1894 y su hijo Abd el-Aziz no tenía la capacidad de su padre, a pesar de contar con la ayuda del gran visir Ahmed que ya había servido con su padre y que ejerció un gran poder hasta su muerte en 1900.

Marruecos empezó su declive años antes, cuando tras perder contra España en la guerra de 1859, se vió obligado a pedir un gran préstamo a Gran Bretaña para pagar las indemnizaciones de guerra a España. Pudo pagar, pero a cambio, Gran Bretaña no paró de acrecentar su poder en la corte desde entonces. Aunque Gran Bretaña no quería tierras, le interesaba mantener el status quo y un Marruecos independiente, que mantuviese la libertad de navegación en el Estrecho y que le abriera sus puertos y ciudades al comercio británico.
Pero el caso de Francia era diferente. Había iniciado una progresiva expansión territorial desde Argelia. Argelia había sido conquistada en 1830 y una guerra posterior con Marruecos había terminado en 1845 con el Tratado de Lalla Marnia que fijaba la frontera entre Marruecos y la Argelia francesa de manera muy favorable a Francia. Aun así, Francia no cejó de menoscabar la autoridad del sultán con diferentes tretas como infiltrar propaganda, tratos con cabilas del lado marriquí, etc. Y poco a poco se fueron apoderando de zonas fronterizas, haciendo ver su intención de ocupar la totalidad del territorio.

Y España por otro lado, era la que más derechos históricos podía argumentar sobre Marruecos. Por no extendernos, mencionemos la pléyade de presidios que poseía en el norte de Marruecos: Ceuta, Melilla, el peñón de Alhucemas, el de Vélez de la Gomera, etc. También la presencia en lo que sería el Sahara Occidental, etc. Por no hablar de su relación histórica conflictiva y amistosa. La guerra de 1859 es un buen ejemplo. Pero en este momento, la capacidad militar de España es muy limitada. No puede aspirar más que a mantener el status quo que no requiere de su esfuerzo armado.
Pero los tiempos no son propicios. España sabe que se acerca el final del status quo porque Francia aprieta por el este, Inglaterra no deja de intentar tutelar el sultanato con su política, Alemanía asoma como potencia emergente, y todos ponen sus ojos en Marruecos.

Y así llegamos a 1899. Los conservadores de Silvela vuelven al poder tras la caída del gabinete liberal, siguiendo escrupulosamente el sistema de turnismo ideado por Cánovas del Castillo poco antes. Intentando romper el aislamiento internacional y asegurar la integridad territorial, intentó primero entrar en la alianza militar francorusa con poco éxito, lo que hizo que cambiara de objetivo, intentando acercarse a Inglaterra, de quien obtuvo buenas palabras pero a la hora de apoyar su intento de ocupar Tarfaya y la Sakia al-Hamra en 1900 para disponer de un colchon mas amplio de seguridad de Canarias, no obtuvo su respaldo, lo que le hizo pensar en volver de nuevo sus ojos a Francia. Pero el inicio de los sondeos coincidió con la caída de su gabinete.
El 6 de marzo de 1901 llega al poder el gobierno liberal de Sagasta que prosigue con la línea trazada de acercamiento a Francia en un momento en que ésta busca una política de acuerdo con Italia y España para tener manos libres en Marruecos. En efecto, pocos meses después llega el acuerdo francoitaliano por el que Francia renuncia a la Cirenaica a cambio de que Italia no se oponga a sus aspiraciones sobre Marruecos. Pero el acuerdo con España sería más complicado.

Los puntos básicos que buscaba cada país chocaban y eso complicó las negociaciones. España tenía temor a la reacción británica ante un tratado francoespañol que no contara con ella, por ello buscó que el acuerdo incluyera el compromiso francés de defensa de la integridad territorial española por medios militares si era necesario, lo cual no pensaba aceptar Francia. Por otro lado, España buscó ampliar su zona de influencia todo lo posible, lo que tensó las negociaciones, ya que en principio, Francia no estaba dispuesta a ceder ninguna de las ciudades sagradas marroquíes, Fez, Marrakech y Rabat principalmente.
Las negociaciones se prolongaron hasta 1902. Los principales protagonistas fueron el ministro de Estado español Juan Manuel Sánchez y Gutierrez de Castro, duque de Almodóvar del Río; Fernando Leon y Castillo, embajador de España en Francia; Theophile Delcassé, ministro de asuntos exteriores francés.

Las negociaciones empezaron nada más tomar cargo el duque de Almodóvar del cargo dando instrucciones al embajador español en París para que las iniciara con Delcassé. Sin embargo, los problemas eran varios. En Francia los grupos colonialistas eran más proclives al entendimiento de Francia con Gran Bretaña, como así se lo haría saber, a modo de amenaza, Delcassé a León y Castillo. Por otro lado, Francia en el fondo aspiraba al control total de Marruecos, así que vendería caras las cesiones territoriales a España. Y en España, gran parte de la prensa y de la opinión pública era más partidaria del acercamiento a Gran Bretaña también, pese a su falta de apoyo en la guerra de 1898. Pero las negociaciones empezaron.
Ya a fines de octubre de 1901, Delcassé ofrece a España una zona en el norte entre el Atlántico y el Río Sebú, el paralelo correspondiente a las fuentes de éste, el río Muluya y el Mediterráneo. Y al mismo tiempo, le ofrecía otra zona al sur entre el Cabo Bojador e Ifni. El resto quedaría para Francia. León y Castillo envió la oferta a Madrid junto con una nota que advertía que “Urge […] en mi opinión, dar señales de vida, porque según dije a uno de los predecesores de V.E., si la cuestión de Marruecos no se resuelve de acuerdo con nosotros, se resolverá sin nosotros y probablemente contra nosotros”.

Sin embargo, la oferta no se aceptó. En los meses siguientes siguieron las negociaciones que buscaban ampliar el límite meridional de la zona española, pero Fez era innegociable para Francia, pese a que su nombre no desapareció de las peticiones españolas. En agosto de 1902, incluso la reina regente Maria Cristina, a su vuelta de Viena de ir a visitar a su madre, paró en París y se entrevistó con el presidente Loubet y con Decassé, al que volvió a pedir llevar más al sur la línea de separación, incluyendo Fez en el lado español, a lo que volvió a negarse, posiblemente irritado por esa maniobra de Almodóvar de involucrar a la monarca.
Sin embargo, y contra todo pronóstico, León y Castillo logró que Decassé aceptara la incorporación de Fez al lado español y modificara la frontera a primeros de septiembre. Pero para el gobierno español no era suficiente y reclamó que no firmaría nada que no estableciera la frontera entre ambas zonas en la línea Rabat-Salé, lo que era inviable para Francia. Aun así, y tras incansables reuniones, finalmente, el 8 de noviembre de 1902, León y Castillo pudo enviar a Madrid la última propuesta francesa que recogía la casi totalidad de las pretensiones españoles, con una zona muy ampliada al sur y solo excluyendo el deseo de extender la frontera de la zona norte hasta la línea Rabat-Salé. .

En el despacho enviado por León y Castillo a Madrid con el texto del tratado, se incluía una nota en la que pedía a Almodóvar que si le daba la aprobación a la firma del tratado, le telegrafiara con la palabra clave “Guadalajara”. Y aquí viene la gran mentira. León y Castillo siempre sostuvo, y así reflejó en sus memorias, que Almodóvar no le telegrafió la palabra. Sin embargo, hace pocos años se han encontrado en los documentos de la embajada española de París enviados y guardados en el AGA (Archivo General de la Administración) de Alcalá de Henares, esos documentos que prueban que sí le fue enviada la palabra, y no solo una sino dos veces. ¿A qué se debió entonces que no firmara el acuerdo?. Quizás a un exceso de celo. En efecto, el 15 de noviembre, León y Castillo tenía la nota autorizándole a firmar el acuerdo, pero la noche del 22 de noviembre, León y Castillo recibía un documentos por parte de René Lecomte, ministro plenipotenciario y vicedirector adjuntos de Asuntos Coloniales y de África, por órden de Decassé, con unas pequeñas modificaciones del acuerdo para su inclusión en el acuerdo definitivo para su firma.

Entre otras cosas, España debía aceptar que si la instalación de la línea férrea en territorio de la zona francesa debía atravesar territorio de la zona española, se modificaría la línea divisoria incluyendo ese territorio en la zona española, obteniendo España el mismo territorio en compensación en otro lugar. La modificación no parecía importante pero la autorización del gobierno no incluía ese punto. Por lo tanto, León y Castillo no firmó sino que envió las modificaciones a Madrid, justo en el momento en que el gobierno liberal de Sagasta caía y era sustituido por el conservador de Silvela, totalmente opuesto a ese acuerdo con Francia si no se hacía público y contaba con el consentimiento de Francia.
En la práctica era el cerrojazo al acuerdo con Francia que hubiera cambiado la historia de España que se vió obligada a firmar un acuerdo con Francia pocos años después para aceptar un territorio mucho más reducido y que costó años y mucho dinero y sangre pacificar. El Protectorado Español de Marruecos pudo ser otra cosa, pero no lo fue.
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