Los fantasmas en el arte

Los fantasmas han sido un tema recurrente en el arte a lo largo de la historia, desde la literatura y la pintura hasta la música y el cine. Los fantasmas pueden representar muchas cosas diferentes, desde el miedo a la muerte hasta la nostalgia y la pérdida. En este artículo, exploraremos cómo los fantasmas han sido también protagonistas en el arte a lo largo de la historia.

Tiempo de lectura: 10 minutos

¿Qué es un fantasma? Guillermo del Toro lo definía como “ Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez, un instante de dolor, quizá algo muerto que parece por momentos vivo aún,un sentimiento, suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa, como un insecto atrapado en ámbar.”

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El espinazo del Diablo. Guillermo del Toro, 2001. Créditos de la fotografía: Espinof

Y es que los fantasmas han sido con toda probabilidad las criaturas sobrenaturales que mejor han sabido conservar su presencia a lo largo de la historia. Quizá porque no pertenecen a mundos fantásticos o demoníacos, sino a una esfera mucho más humana, la que atañe al tránsito entre la vida y la muerte. 

Llamamos fantasmas a los espíritus desencarnados que quedan atrapados en el mundo de los vivos en el que, de vez en cuando, hacen incursiones de las más diversas maneras: desde simples nebulosas o formas luminiscentes, hasta auténticas figuras humanas bien definidas que, en ocasiones, muestran las señales de su martirio en vida: heridas, quemaduras, rostros desfigurados, cuerpos mutilados…

La raíz de nuestro miedo hacia ellos, no sólo radica en las antiguas creencias del culto a los difuntos, de las que el antropólogo James Frazer dejó un importante testimonio en una serie de conferencias organizadas por la William Wyse Foundation del Trinity College de Cambridge. Ese temor ancestral asienta sus bases en el recuerdo de la nuestra propia mortalidad, porque un fantasma no deja de ser un difuso memento mori

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La paura dei morti, James Frazer. Créditos de la fotografía: Il Sole 24 ore.

En Los Persas de Esquilo, una obra escrita casi 500 años a. C, Dario I, aparece en forma de fantasma para explicar que el motivo de la derrota persa se debía a la ὕβρις o la desmesura de Jerjes que había ofendido a los dioses. Es decir, la obra teatral más antigua que se conserva, tiene como uno de sus protagonistas, a un espectro. 

Ya desde la antiguedad se practicaba la adivinación nigromántica basada precisamente en la evocación de los espíritus de los muertos, y la parafernalia ritualística que rodeaba a las invocaciones se irá haciendo cada vez más y más compleja. 

El Renacimiento trajo consigo la revitalización de numerosas prácticas y creencias mágicas y, lógicamente, el arte no pudo ignorar esta nueva realidad. En 1434, Johannes Van Eyck, inmortalizó su presencia en una de las obras más significativas del arte flamenco: El matrimonio Arnolfini. Un retrato en el que el rico mercader Giovanni Arnolfini, aparece acompañado de su esposa Constanza, fallecida un año antes de que éste se terminara. La teoría del retrato póstumo quedaría reforzada por la interpretación simbólica de la lámpara que se sitúa sobre la cabeza de la enigmática pareja que muestra una vela encendida justo encima de Giovanni, mientras que la vela sobre la mujer aparece apagada, lo que según muchos autores reafirmaría el deceso de la esposa del mercader. 

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El matrimonio Arnolfini. Jan Van Eyck, 1434.

Pero es quizá el misterioso reflejo en el espejo, lo que ha dado pie al mayor número de especulaciones en su interpretación, entre ellas la del estudioso francés Jean Philippe Postel, que no duda en afirmar la presencia del fantasma de una mujer salida directamente del Purgatorio para ir al encuentro de su marido. La imagen reflejada en el espejo convexo, un recurso frecuentemente utilizado en la pintura flamenca para que el espectador pudiera apreciar la escena desde distintos puntos de vista, muestra a las dos figuras de espaldas junto a una sombra negruzca y fluctuante  que cubre las manos de la pareja. La teoría de Postel remite así a la doctrina del Purgatorio, que contemplaba la posibilidad de que los espíritus de los muertos pudieran volver a la tierra para aparecerse a sus seres queridos en busca de una oración, una misa, un favor o un sacrificio que les ayudara a expiar sus penas. Si la figura femenina representada es en realidad el fantasma de la joven Constanza, es algo que Van Eyck se llevó a la tumba.

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El matrimonio Arnolfini, detalle. Créditos de la fotografía: Investigart.

Casi contemporáneamente, Sandro Botticelli pinta en 1483 la historia de Nastaglio degli Onesti basándose en uno de los cuentos del Decamerón de Giovanni Bocaccio. El relato, desarrollado en cuatro paneles encargados probablemente por Lorenzo el Magnífico como regalo de bodas para Giannozzo Pucci, narra la visión del joven Nastaglio, un noble de Ravenna, que habiendo sufrido un desengaño amoroso, piensa poner fin a sus tormentos cometiendo suicidio. Sus amigos y familiares le ayudan a abandonar la idea de poner tan trágico fin a sus penas de amor y para ello le aconsejan abandonar la ciudad. Es aquí donde comienza una de las historias de fantasmas más conocidas de la historia del arte. 

El primero de los paneles, muestra a Nastaglio que, despidiéndose de sus amigos, se adentra en una pineda, donde tiene lugar la espectral visión. El joven ve el fantasma del caballero Guido degli Anastagi quien le cuenta que, tras haber sido rechazado también por su enamorada, se suicidó. La muchacha es entonces condenada a un suplicio destinado a repetirse cada viernes tantos años como meses había hecho sufrir a su amado. El castigo era ni más ni menos que ser capturada por el caballero, quien le arrancaba una y otra vez el corazón para dárselo de comer a sus mastines de caza. 

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Panel I, Nastaglio degli Onesti. Sandro Botticelli, 1483.

En el segundo panel, Nastaglio, huye despavorido mientras contempla como la persecución se reanuda. La muchacha corre asustada y prácticamente desnuda, hasta que el caballero le procura de nuevo su terrible destino. Sin embargo, Nastaglio decide emplear la historia a su favor e invita a su amada a participar en un banquete en el lugar de la aparición el viernes siguiente para que pueda contemplar con sus propios ojos las consecuencias que pueden acarrear su rechazo. 

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Panel II, Nastaglio degli Onesti. Sandro Botticelli, 1483.

El tercer panel muestra el macabro banquete y cómo la joven ante la perturbadora visión espectral decide cambiar de opinión y aceptar la propuesta de matrimonio de Nastaglio que, finalmente, se celebra en el cuarto panel .

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Panel III, Nastaglio degli Onesti. Sandro Botticelli, 1483.

Pero si a lo largo de la historia ha existido un momento de esplendor para el mundo fantasmal, ese fue sin duda la época victoriana. Es en este periodo de gran desarrollo y profundo cambio social, paradójicamente, cuando muchas personas se aferraron a la idea de que había algo más allá de lo que podían ver y comprender. 

Uno de los aspectos más interesantes de esta fascinación por lo sobrenatural es la gran cantidad de literatura que se produjo durante este tiempo. Desde las historias de fantasmas de Charles Dickens hasta los espeluznantes poemas de Edgar Allan Poe, la literatura victoriana estaba llena de relatos de espíritus, apariciones y fenómenos inexplicables. Lo espectral se convirtió en una parte importante de la cultura popular victoriana, y las historias de fantasmas o las sesiones mediúmnicas eran un tema común en las reuniones sociales y los eventos de entretenimiento.

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Retrato de Edgar Allan Poe. Créditos de la fotografía: Big Think

Nuevos movimientos artísticos como el Simbolismo, surgido en Francia durante la segunda mitad del s. XIX, hicieron uso constante de este tipo de imágenes fantasmagóricas en su intento de trascender el mundo material. Alentados por la Teosofía, la magia o la alquimia, los simbolistas exploraron una espiritualidad alternativa a la tradicional, y un interés por las “otras dimensiones de la existencia”. Odilón Redon, uno de los artistas más habituados a trabajar en los círculos ocultistas franceses, nos dejó una obra plagada de espíritus y casas encantadas, fantasmas evanescentes y paisajes desolados que parecen anticiparnos a la aparición de seres espectrales. Y es que Redón como Hitchcock sabía que el temor no reside tanto en el disparo en sí, como en la espera del mismo…

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La maison hantée. Odilón Redón, 1896.

Otro movimiento artístico, el Surrealismo, con figuras como André Breton, André Masson o Max Ernst a la cabeza, se sirvió también a menudo de la mediumnidad en su intento de trascender lo racional y hacer aflorar el funcionamiento real del pensamiento. Uno de los métodos más empleados para ello, el automatismo, tendría como protagonistas a personajes como Augustin Lesage, un minero francés reconvertido en pintor cuando en 1911 una voz al final de una de las galerías de la mina, le reveló su faceta artística, lo que pronto le convertiría en el pintor oficial del espiritismo. Lesage se consideraba a sí mismo la reencarnación de un artista del antiguo Egipto ni más ni menos, y se dedicó por completo a intentar transmitir a través de sus obras los secretos de la misteriosa cultura faraónica.

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Ce Couple Royal Akhenaton Néfertiti. Augustin Lesage, 1946. Créditos de la fotografía: Interencheres.

Otro “converso” Fleury-Joseph Crépin, amigo de Lesage, transformó su anterior vida de fontanero  gracias a las voces que le pedían realizar una serie de pinturas para parar la Segunda Guerra Mundial así como una serie de cuadros maravillosos que buscaban pacificar el mundo y que entusiasmaron al propio Breton. 

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Rosace. Fleury-Joseph Crépin, 1941. Créditos de la fotografía: Copia di arte.com

La lista de nombres influidos por las creencias populares, el auge espírita o las presencias espectrales, es interminable. Pero quizá uno de los artistas más explícitos en este sentido fue el austríaco Franz Sedlacek, miembro de la llamada “Nueva Objetividad” e integrante del NSDAP, que acabaría desapareciendo en Polonia cuando combatía como soldado de la Wehrmacht. 

Sedlacek encontró una importante fuente de inspiración en el mundo fantasmagórico. Prueba de ello son obras como Fantasma en el cielo sobre los árboles donde evidencia sus inquietudes sobre la transmigración del alma a través de la imagen de un difunto que parece levitar hacia el cielo atraído por una fuerza sobrenatural. La influencia de las imágenes de la Ascensión, tan presentes en la iconografía cristiana, se hace más que patente aunque en este caso no hay ángeles que abracen el alma del fallecido, sino más bien todo lo contrario, una atmósfera espectral que parece indicar que el protagonista se encamina directo hacia el umbral del Purgatorio. 

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Fantasma en el cielo sobre los árboles. Franz Sedlacek, 1933. Créditos de la fotografía: Wikiart

Otra obra Fantasmas en un árbol no deja de recordarnos un regusto goyesco en su composición: criaturas voladoras cuyos rostros son pálidas calaveras, todas iguales, desprovistas de identidad, que aguardan en esa dimensión intermedia donde habitan los espectros. 

Pero es sin duda su Fantasma con cuchillo de carnicero de 1934, la obra en la que mejor resume el temor del encuentro del hombre con ese otro lado del espejo. La amenazante figura espectral empuña un enorme cuchillo mientras su rostro parcialmente cubierto aun por el sudario parece presagiar un fin espantoso para los ignorantes dueños de la casa.

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Fantasma con un cuchillo de carnicero. Franz Sedlacek, 1934. Créditos de la fotografía: Wikiart

En definitiva, el arte ha reflejado desde siempre el temor atávico a nuestra propia mortalidad materializada en la figura del fantasma. Allan Kardec, nos recordó que “los fantasmas no ocupan una región determinada y circunscrita, sino que están en todas partes, en el espacio y a nuestro lado, viéndonos y codeándose incesantemente con nosotros. Forman una población invisible que se agita a nuestro alrededor”. De ese modo, estos “seres”, perdurarán y se renovarán en el imaginario cultural colectivo para seguir atormentándonos o recordándonos que el fin puede ser… tan solo el principio.

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