El 5 de octubre de 1934 se convocaba una huelga general en toda España. En Asturias se convirtió en la auténtica revolución. El gobierno republicano reaccionó considerándolo como una auténtica guerra civil, enviando al ejército de África a reprimirlo. La represión fue a sangre y fuego, y un claro antecedente de la posterior Guerra Civil.
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El 14 de abril de 1931 se proclama en España la II República. Por todos los lados se celebra la llegada de un nuevo periodo de libertad y una ventana abierta a la modernidad. Sin embargo, no es todo alegría en la sociedad española. España tiene una larga historia monárquica, y un sector de la sociedad no dejará nunca de serlo. Más adelante tendrán su papel.

De esa alegría inicial surge un gobierno provisional que tendrá como objetivo iniciar las reformas y llevar al país hacia unas cortes constituyentes que den al país una nueva Constitución. Sin embargo, las reformas que pretendían modernizar al país, no gustaron a todos y rápidamente empezaron a surgir las tensiones. No hay que olvidar que los sectores en los que era más necesario emprender esas reformas, atacaban a las instituciones que hasta ese momento habían tenido más poder: Iglesia y Ejército.
En efecto, el descontento del sector conservador no tardó en protagonizar un golpe de Estado dirigido por el prestigioso general José Sanjurjo, héroe de la guerra de África, el 10 de agosto de 1932. La rebelión fracasó al no tener el apoyo necesario, pero serviría para saber de dónde venía la amenaza. No sirvió de enseñanza a la República como se vería unos pocos años después.

El problema es que las amenazas para la República no provenían sólo del sector conservador. Para las masas campesinas, las reformas prometidas no estaban llegando a la velocidad que ellos esperaban. La tensión estalló pocos meses después, el 10 de enero de 1933, en Casas Viejas, una pequeña localidad de Cádiz. El gobierno de Azaña reaccionó enviando a las fuerzas de seguridad y terminando en un derramamiento de sangre. No era la primera vez que las fuerzas de seguridad reprimían movimientos revolucionarios. Podemos recordar aquí los acontecimientos de El Año de los Tiros. Pero en esta ocasión, la represión la protagonizaba el mismo gobierno que decía haber llegado para mejorar la vida de esa masa campesina precisamente.
Sin embargo, en esta ocasión, los sucesos de Casas Viejas costarían el gobierno a esa República progresista. Las elecciones de noviembre de 1933 encontraron a la derecha española preparada y organizada. La CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), se presentó como un compendio de ellas y en efecto, fue la fuerza más votada. Sin embargo, Alcalá Zamora, presidente de la República, tuvo miedo de darles el gobierno y en su lugar llamó a un reconocido republicano Alejandro Lerroux (y corrupto, por qué no decirlo), líder del Partido Radical, para formar gobierno. Sin embargo a nadie se le escapaba que sería imprescindible el apoyo de la CEDA.

Tampoco se le escapó a las izquierdas revolucionarias. No es que durante el gobierno reformista de 1931-1933 se hubieran estado quietas. Ya hemos visto el episodio de Casas Viejas. Pero además se habían reproducido las huelgas por todo el país. La novedad es que se estaban empezando a organizar con la creación de Alianzas Obreras donde se iban integrando varias organizaciones. Aunque no todas. La CNT rechazó integrarse. Excepto en Asturias. Allí sí se integraron.
No sólo fue el único lugar donde se integraron sino que fue el lugar donde la actividad fue más intensa. Así, durante varios meses, los grupos habían ido acumulando armas y dinamita. Por ello, cuando el 4 de octubre de 1934, 3 miembros de la CEDA entran al gobierno, las Alianzas Obreras creen llegado el momento de lanzar su revolución convocando la Huelga General en todas España, en Asturias están más que preparados. Paremos aquí un momento.

Poco después de sofocada la rebelión, Jose María Gil Robles, líder de la CEDA, hacía las siguientes declaraciones: “Yo puedo dar a España tres meses de aparente tranquilidad si no entro en el gobierno. ¡Ah!, pero ¿entrando, estalla la revolución? Pues que estalle antes de que esté bien preparada, antes de que nos ahogue”. Parece que las amenazas a la República venían de varios sitios.
La madrugada del 5 de octubre estalla la revolución en Asturias. Desde Mieres y Sama de Langreo, donde los rebeldes no encuentran gran resistencia, una columna se dirige a Oviedo. No logran tomarla ya que el apagón preparado como señal para entrar a la ciudad no se produce. Aun así, la columna toma algunas posiciones y en los días siguientes seguirán avanzando. En Gijón también hubo dificultades y los obreros hubieron de parapetarse y resistir. La rebelión también triunfó en Pola de Siero, Trubia (donde se ocupó la fábrica de armas), en Grado, en Avilés, así como en varios lugares más.

Así, para el 8 de octubre, la casi totalidad de Asturias está en manos revolucionarias. Rápidamente se organiza un Comité Revolucionario y un Ejército Rojo, con el objetivo de organizar el territorio y evitar los saqueos, ejecuciones sumarias, venganzas, etc. En total, poseen 30.000 hombres. Se llegará a hablar incluso de una marcha hacia Madrid.
Sin embargo, y pese a que la intención de dicho comité era no sólo organizar la retaguardia ocupándose de los suministros, la asistencia sanitaria, etc, e incluso mantener las fábricas listas para cuando fuera posible volver a producir. Y a que se intentara frenar los excesos como hemos dicho, hay que hablar también de esos excesos que sí que se produjeron.

Respecto a la violencia hacia el clero, podemos constatar diversos asesinatos de religiosos. Podemos enmarcarlo dentro de la animadversión de la clase obrera hacia la Iglesia con estallidos de ira ocasionales como en la Semana Trágica de Barcelona de 1909, aunque allí podamos hablar de otros factores. Sin extendernos más, podemos consensuar en que los estallidos de violencia anticlerical no fueron exclusivos de esta revolución. Y buscando otros motivos, podemos recordar lo dicho por el canónico de la Catedral de Oviedo Máximo Arboleya, que presenció los hechos desde la distancia y que refería que la existencia de un sindicalismo católico vinculado a las patronales en vez de un sindicalismo católico puro, había deteriorado entre las masas obreras la imagen de la Iglesia.
En efecto, durante la revolución, fueron asesinados más de 40 religiosos así como incendiados más de 50 edificios religiosos, algunos tan significativos como el Palacio Episcopal y sobre todo la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo, que fue dinamitada, lo que añade el daño patrimonial al daño religioso.

No sólo religiosos sino que se produjeron asesinatos de personas detenidas como en Sama de Langreo como represalia por la resistencia ofrecida o el dueño y dos empleados de la sociedad hullera del Valle de Turón.
Sin embargo, también hemos de decir que la intención del Comité Revolucionario fue evitarlo y de hecho en su primer bando afirmaban que: «…todo individuo que sea cogido en un acto de esta naturaleza será pasado por las armas…».

De hecho encontramos diferentes situaciones según el modelo organizativo de cada enclave. En Mieres por ejemplo, primera localidad en ser tomada, la temprana organización de la «guardia roja», mantuvo el órden de manera eficiente y no hubo excesos significativos, pero en Gijón, el grupo debió incluso fusilar a algunos individuos que fueron descubieron realizando saqueos de negocios.
En Madrid, el gobierno se prepara para la respuesta. Al frente de la organización se puso a Franco y a Goded, al frente del Estado Mayor Central. Sin embargo, lo hicieron desde Madrid, ya que para dirigir las columnas sobre el terreno, se designó al general López Ochoa, de quien se esperaba que actuase de la forma menos sangrienta necesaria. Sin embargo, Lerroux aceptó la propuesta de Franco y Goded de traer a las tropas indígenas de África. Eran las mas curtidas en combate, y además reduciría las muertes de soldados españoles, algo siempre problemático en la política española.

Las operaciones se organizaron mediante el avance con 4 columnas. La del sur, desde León, atravesó el puerto de Pajares al mando del general Bosh, siendo frenada por los revolucionarios en Vega del Rey, hasta el día 10. La columna del norte, al mando del teniente coronel Yagüe, desembarcó con los regulares y los legionarios en Gijón el 7 de octubre. Tras vencer la resistencia inicial, el día 10 avanzó hacia Oviedo. La tercera columna, por el oeste, desde Galicia, avanzó al mando de López Ochoa, ocupando la fábrica de armas de Trubia. Y más adelante, una cuarta columna, por el este, al mando del teniente coronel Solchaga, era frenada cerca de Oviedo.
Para el día 11, la columna de López Ochoa ya estaba luchando en Oviedo junto a los regulares y legionarios de Yagüe. Para entonces ya se sabía que la huelga había fracasado en el resto de España. El Comité Revolucionario se disolvió y huyó. Pero el movimiento no paró y se formó un nuevo Comité que siguió la lucha. Pero la lucha era inutil. El 13 de octubre Oviedo caía y los resistentes escarban a las cuencas mineras, donde se organizó un tercer Comité al mando de Belarmino Tomás, en Sama de Langreo, en la cuenca del Nalón.

Sin embargo, cuando el 15, la columna del general Balmes, desde el sur, rompía la resistencia y avanzaba hacia Mieres, el Comité decidió negociar la rendición con López Ochoa, en Mieres. Para la rendición, el Comité pidió que las tropas africanas no fueran en la vanguardia, por las noticias que ya había de los excesos de esas tropas. Una vez aceptados los términos, el 18 se rendía el último reducto.
Al saber el acuerdo aceptado por López Ochoa, Franco, Goded y Gil Robles se enfurecieron, pues esperaban que López Ochoa hubiera sido más agresivo y hubiera aplastado la rebelión dando un ejemplo para evitar que se pudiera repetir.

La historia sin embargo, no fue generosa con López Ochoa, quien sería conocido como “El carnicero de Asturias”. Pero se sabe que su actuación no fue comparable a la de Yagüe. Mientras que López Ochoa llegó a mandar fusilar a algunos soldados por los excesos cometidos, Yagüe no trató de frenar a sus tropas marroquíes, al contrario, las animó a ello, siguiendo su actuación en tierras marroquíes.
No por esto se puede decir que López Ochoa no participara en la represión tras la rendición. Sin embargo destacaron en ella sobre todo las tropas indígenas. Los regulares sobre todo, quienes encontraban en la rapiña, asesinatos, violaciones, etc, parte de su salario. Incluso Luis Sirval, un periodista que intentaba contar los excesos que estaba viendo, fue asesinado en plena calle por un oficial de la legión.

Incluso una comisión parlamentaria formada por socialistas y radicales, Clara Campoamor y Álvarez de Vayo entre sus integrantes, acudió a Asturias a ver lo que pasaba y de paso ver la credibilidad de acusaciones de la prensa de derechas sobre los excesos de los revolucionarios. De su informe, donde se daban cuenta de la crudeza de la represión, derivó que el presidente Lerroux ordenara que ésta frenara. Incluso una comisión parlamentaria inglesa acudió también a Asturias. Las simpatías internacionales hacia los mineros crecían sin cesar.
Aun así se celebraron varios consejos de guerra. Los diputados socialistas Teodomiro Menéndez y Ramón González Peña fueron condenados a muerte, y tras ellos otros 17 miembros de los comités revolucionarios. El diputado socialista francés, Vincent Auriol, en nombre de la Ligas de los Derechos del Hombre, visitó al presidente Lerroux. Finalmente, Lerroux recomendó al presidente Alcalá Zamora que conmutase las penas. Gil Robles se opuso y amenazó con retirar su apoyo al gobierno pero finalmente Alcalá Zamora conmutó todas las penas salvo 2.
El gobierno había restablecido el órden pero el daño ya estaba hecho. Atacada por todos los lados, la república española no fue capaz de sobrevivir y apenas 2 años después, los mismos soldados que la habían defendido, acabaron con ella, pero esa ya es otra historia.
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Los republicanos contra «su» república.
Curiosa aquella insegura República (de Balcón) que se trajeron mayormente los monárquicos (Alcalá, Maura, Sanjurjo …) y se cargaron los republicanos empezando, no tanto en la revuelta anarquista Casas Viejas sino, precisamente, en octubre del 34. Y contando muy probablemente con el aval mismísimo Azaña (apuntado nada menos por Álvarez Junco)
Los prohombres de aquella República no se atrevieron a someter al veredicto del pueblo ni la forma del Estado, ni la Constitución. Además cuentan en su haber con tres plebiscitos autonómicos fraudulentos (conclusión de investigadores de la UPV siguiendo hilo del nada dudoso José Luis de la Granja) a los que se añade el impresionante pucherazo de febrero 36 reconocido en los papeles de Alcalá-Zamora y por el propio Azaña en carta a su cuñado (Cherif) por los resultados de La Coruña como punta de iceberg
Demasiados tópicos al uso en el texto de nuestro historiador que olvida a los muchos, muchísimos, republicanos, civiles y militares, que apoyaron el levantamiento del verano 36 (contra la revolución)
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