El 22 de julio de 1921, todo un ejército empezaba un repliegue hacia Melilla que se convertía en una carnicería y un horror. Era el Desastre de Annual. Pero entre el horror, surgieron inmensas gestas de valor, honor y heroísmo. Un sargento de infantería sería el protagonista de una de ellas, “el ángel de Axdir”. Se convertiría en una héroe para todo un país. Te lo contamos
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El 22 de julio de 1921 se derrumbaba la Comandancia General de Melilla, triste eufemismo para decir que eran asesinados miles de soldados españoles destinados a esa zona española, pues en esos días de desastre hubo poco combate y mucho de asesinato. Aunque combate si hubo, y héroes también. Y de uno de ellos vamos a hablar.

Si alguien hubiera dicho al general Manuel Fernández Silvestre en 1920 que 1 año después moriría mientras veía a su ejército huir intentando salvar la vida, escapando de esa hoya ardiente que fue Annual, seguramente que no se lo habría creído.
Todo empezó el 12 de febrero de 1920. El general Dámaso Berenguer era Alto Comisario de Marruecos y tenía una idea muy clara de que era lo que se tenía que hacer, dando un mayor peso a la acción militar agresiva. Sin embargo, en la Comandancia General de Melilla estaba el general Luis Aizpuru. Éste era partidario de la acción política y la verdad es que le había dado buen resultado. Sin embargo, la oportunidad para Berenguer llegó cuando Aizpuru fue ascendido y destinado a la Península. La plaza en Melilla quedaba libre y Berenguer quería tener allí a alguien que le siguiera en sus planes. Y quien mejor que su gran amigo Manuel Fernández Silvestre. Además, al conseguir sus nombramiento, le alejaba de Ceuta, y de su zona de operaciones. No, sería Berenguer quien derrotara a Raisuni. Silvestre iría a Melilla.

Y allí llegó Silvestre con el plan de operaciones de su amigo y superior Berenguer debajo del brazo. Cada uno iría apretando una tenaza contra el Rif y se encontrarían en la Bahía de Alhucemas. Si, Alhucemas sería tomada y la rebelión aplastada. Pero no como siempre había sido planeado, es decir, por el mar, sino por tierra. Sin embargo, las operaciones desde Melilla fueron más rápido de lo previsto.
En efecto, Silvestre llevó a su ejército a las puertas de Alhucemas mientras Berenguer aun seguía enfrascado en su guerra con Raisuni. Era el 15 de enero de 1921 y las tropas de Silvestre llegaban a la olla de Annual tras pasar el desfiladero de Izzumar. En ese momento, ese desfiladero solo parecía un paso incómodo para hacer pasar un ejército tan grande, pero en julio, sería la tumba de muchos de esos soldados.

Silvestre asombra al mundo, al Alto Comisario, al ministro de guerra… pero avisa. Sus tropas han alcanzado el límite elasticidad. Pero se equivoca. Sus tropas llegaron a ese límite hace mucho. Su avance fulgurante se ha hecho a costa de una línea guardada por una constelación de puestos (blocaos) defensivos, construidos en lugares poco adecuados, sin agua, con defensas en muchos casos escasas, y guardadas por soldados que no están preparados para el combate en muchos casos y en condiciones realmente malas. Las tropas de choque están en el frente, las que están preparadas para ese combate que va a llegar.
Y el combate llega. El 22 de julio de 1921 Silvestre no ve salida y ordena el repliegue. Se establece un plan sobre el papel. Pero no se cumple. En los siguiente días las posiciones irán cayendo una tras otra, y con cada una, un episodio heroico, una matanza, un desastre. Y todo mientras un desesperado general Navarro, que se ha hecho cargo de la columna principal, intenta llegar lo más cerca de Melilla, a la espera del rescate, que nunca llegará. Hizo lo que pudo, habrá quien dirá que se equivocó. Pero llevó a 3000 soldados hasta Monte Arruit. A 30 km de Melilla… Pero no fue suficiente para los que podían ir a rescatarles.

Y cerca de Arruit, nuestro protagonista, el sargento de infantería Francisco Basallo, está acantonado en la posición de Dar Quedbani, junto a otros 1000 soldados. Es el 25 de julio. Al mando el coronel Araujo. Se llega a un acuerdo con los rifeños que asedian la posición. La historia daría para otro artículo. Pero el caso es que los soldados salen de la posición con la promesa de paso libre a Melilla. Es una trampa. 900 de ellos serán asesinados. Entre los escasos supervivientes, el sargento Basallo. Será uno de los prisioneros que será rescatado previo pago de rescate, junto al general Navarro. Pero en el cautiverío vivirá su aventura el sargento Becerra.

Y su actuación empieza cuando acude a ver al médico que atiende a los prisioneros españoles porque tiene una rozadura en el hombro que le molesta. Pero al llegar a la enfermería improvisada, es tal el sufrimiento que ve que no se atreve a decirle al médico la causa de su visita. Así cuando el médico le pregunta qué quiere, le responde que “ayudar”. Y desde entonces no dejará de atender a los enfermos, tanto españoles como rifeños. Sin conocimientos médicos pero aprendiendo del médico español cuando estaban juntos, siguiendo las indicaciones de los médicos de Alhucemas que le escribían por carta, leyendo en los libros de medicina que podía.
Pero no sólo eso sino que ayudó a proteger a cuando prisioneros pudo, incluido a mujeres y niños, a veces a riesgo de su vida, pues no fueron pocos los prisioneros que murieron durante el cautiverío, algunos incluso fusilados. Incluso llegó a protagonizar un intento de fuga que fracasó. Los rifeños fusilaron sólo al marroquí que les ayudó a escapar, curioso, pero seguro que pensó que él también sería fusilado.

Y al fin llegó el rescate. 4 millones que el Estado pagó para que volvieran a casa los supervivientes del ejército de Silvestre. Era el 27 de enero de 1923. Basallo volvería a la Península siendo un héroe. Había necesidad de encontrar héroes entre tanto horror. Entre todos los honores, destacamos lo que escribió el coronel de sanidad militar de Melilla ese mismo 1923:
“Los méritos contraidos por el sargento D. Francisco Vasallo, durante su cautiverio, son tan sobresalientes, que escapan a toda ponderación. En la asistencia de heridos y enfermo rayó en lo sublime, y en sus cartas solicitando medicinas y normas a seguir en el tratamiento de sus enfermos, había clarividencias; sus cuadros sintomáticos y consecuencias diagnósticas que de ellos caba, demostraba de lo que es capaz una voluntad fuerte, puesta toda ella al servicio del compañero enfermo que tanta falta tenía de su precioso auxilio […]”.
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