Convento Dos Capuchos, el mágico lugar que impresionó a Felipe II

El Convento Dos Capuchos sigue siendo hoy un lugar mágico que sorprende a cualquier visitante, pero ya fue así para Felipe II, quien quedó impresionado y así lo expresó. Hoy en día es Patrimonio de la Humanidad

“En todo mi reino, hay dos lugares que estimo mucho: El Escorial, por ser tan rico, y el Convento de la Santa Cruz, por ser tan pobre”. Esta frase refleja lo impresionado que quedó Felipe II de España y I de Portugal cuando visitó el “Convento de la Santa Cruz dos Capuchos”.

Ubicado a ocho kilómetros de Sintra, su pobreza contrasta con la opulencia de los palacios y las villas de los monarcas y nobles que se hallan en el lugar. Fue edificado en total simbiosis con la naturaleza, fundiéndose con la vegetación, donde sus moradores encontraron un lugar propicio para la meditación y la penitencia y en el que se seguían los ideales de la Orden de San Francisco de Asís: renuncia a todos los placeres asociados con la vida terrenal y búsqueda de la perfección espiritual a través de la contemplación de la naturaleza.

El convento no dejaba indiferente a los visitantes, quienes se preguntaban cómo era posible que los 8 monjes franciscanos que lo habitaban pudieran vivir en tan extrema pobreza.

Según la leyenda que envuelve su creación, Joao de Castro, durante una cacería se perdió en el bosque y se vio obligado a dormir bajo unas rocas. Al parecer durante el sueño se le fue comunicado que tenía que construir en ese mismo lugar un templo cristiano. Desgraciadamente moriría en 1548 sin poder cumplir su voluntad, siendo su hijo Álvaro de Castro el encargado de la construcción y su entrega a la orden franciscana.

Joao de Castro no era una persona cualquiera, fue hidalgo de la Casa del rey Manuel I, además de ser explorador y cartógrafo, siendo sus preciosos escritos usados como la mejor guía de navegación del Mar Rojo. Joao acompañó también a Carlos V en la expedición de 1535 destinada a la Conquista de Túnez. Por todos estos méritos fue nombrado por la casa real, 4o Virrey de la India.

El convento fue habitado por sucesivas comunidades de frailes que eran considerados “hombres santos” por los lugareños. De entre ellos mención especial tiene Fray Honorio de Santa María (nombrado incluso por Lord Byron en uno de sus poemas), que según la leyenda vivió casi cien años, de los cuales, los últimos treinta los pasó en una gruta dentro de los muros del convento, viviendo de pan y agua, como penitencia por haber sucumbido a la tentación.

En la construcción del convento la pobreza se llevó al extremo puesto que las reglas de la vida contemplativa imponían condiciones muy duras. El único material que se utilizaba para aislar del frío y la humedad de los rigurosos inviernos era el corcho natural, usado en ventanas y puertas. La abundancia de este material en el lugar hizo que fuera conocido como el “Convento del corcho”.

La modesta entrada al lugar está flanqueada por dos bloques de piedra conocidos como el “Pórtico de las Rocas”, precedido por unas gastadas escaleras que llevan al “Terreno de las Cruces” donde se encuentran 3 cruces que representan la crucifixión de Jesús.

Para acceder al claustro hay que pasar por la “Puerta de la muerte” que se encontraba coronada por una calavera sobre dos huesos cruzados indicando la muerte simbólica de la vida que se deja atrás y el reconocimiento de una nueva vida de contemplación y penitencia.

Pasillos oscuros llevan a las celdas (en total ocho) que fueron construidas por los mismos monjes en la propia piedra. Las celdas eran tan minúsculas y con puertas tan bajas que obligaban a los monjes a agacharse para así exhibir una postura de humildad.

La entrada también era estrecha porque (según los monjes) si no se podía pasar por la puerta era porque “se habían cuidado demasiado” y no cumplían los votos de pobreza exigidos por la orden del convento.

No disponían de camas, dormían en el suelo sobre una estera de paja o placa de corcho y las celda eran tan reducidas que debían de dormir encogidos (hasta tal extremo que tenían que hacer huecos en la pared para poder meter los pies).

Solo podían poseer tres cosas: el hábito que vestían, una Biblia y una imagen de un santo de su devoción.

Los elementos decorativos eran escasos en el convento siendo reducidos al mínimo. Solo dos piezas escapaban al rigor y pobreza presentes en el resto de las estancias. Por un lado se encontraba (dentro de la iglesia) un altar en mármol con piedras embutidas de diferentes colores (obsequio de la familia Castro, patrona del convento) y por otro lado, una losa de granito regalada por Enrique I de Portugal.

Este monarca tuvo conocimiento de la existencia del convento y sabiendo que los frailes, carecían de mesas y sillas en el Refectorio y que no aceptarían, por su forma de vida, ningún tipo de confort, mandó cortar una losa de granito que utilizarían desde ese momento como mesa para su única comida del día. La alimentación de los frailes dependía casi exclusivamente de lo que podían producir en el huerto y de donativos ocasionales. Nunca se aceptaba limosna que no fuera acorde con los principios de suficiencia del convento.

En el patio interior presidido por una fuente hexagonal se encuentra la “Capela do Senhor Morto” donde se ubican pinturas al fresco representando a San Francisco de Asís y San Antonio de Lisboa y de Padua, obras realizadas por André Reinoso, primer pintor barroco de Portugal.

Los caminos que rodean al claustro llevan hasta la ermita conocida como del “Ecce Homo” donde se simboliza la presentación de Jesús ante el pueblo por Poncio Pilatos pronunciando las palabras : “He aquí el hombre”.

Dos reyes tuvieron conocimiento y admiración por este lugar:

El primero fue el mencionado Enrique I de Portugal, conocido como el ”Cardenal Rey”. Este sobrenombre le es atribuido por el hecho de que antes de ser monarca tomó los hábitos (ya que al ser el segundo hijo del monarca Juan III no estaba destinado a reinar). Llegó a ser arzobispo de Braga, Evora y Lisboa además de Gran Inquisidor del reino y posteriormente cardenal.

Fue regente de su sobrino-nieto Sebastián (durante su minoría de edad) y, mas tarde fue proclamado rey cuando Sebastián desaparece el 4 de agosto de 1578 en la Batalla de Alcazarquivir (o batalla de los 3 reyes). Debido a sus votos eclesiásticos murió en 1580 sin dejar sucesión.

Esta situación produjo una grave crisis que enfrentaría a los candidatos al trono portugués. De un lado Antonio (prior de Crato) y nieto de Manuel I ,que se autoproclamó rey, y por otro, Felipe II de España que, como hijo de Isabel de Portugal , también optaba al trono. La cuestión se dirimió en la Batalla de Alcántara el 25 de agosto de 1580 donde el ejército de Felipe II obtuvo la victoria, siendo reconocido como rey y pasando a ser Felipe I de Portugal.

De esta forma, será Felipe el segundo rey en visitar el “Convento dos Capuchos” en 1581, quedando tan impresionado por su austeridad que pronunciaría la famosa frase con la que se abre este artículo.

Desde el obligado abandono del convento,en 1834, debido a la extinción de las órdenes monásticas en Portugal, la titularidad del convento pasaría por varias manos, hasta que finalmente en 1949 fue adquirido por el Estado portugués.

En 1985 la Sierra de Sintra (donde se encuentra ubicado el convento) fue clasificado por la Unesco como Paisaje Cultural- Patrimonio de la Humanidad.

A lo largo de este tiempo de abandono su estado de degradación fue acentuándose, aumentando su fusión con el entorno. De esta manera se ha llegado a crear una atmósfera donde el silencio impera, haciendo que quien lo visita se vea transportado a un lugar donde lo que prima no es lo material sino lo espiritual.

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