Carnavales ancestrales en la España rural a través de sus personajes

Susurra el viento entre las hojas, el paisano se viste despacio, sin prisa, pues la transformación exige cautela. A lo lejos se escucha el resonar de los cencerros. Suena la música. Un murmullo de gentes se aproxima con sus pasos cuidadosos. Comienza el espectáculo.

Tiempo de lectura: 10 minutos

Por Macarena Moyano Fernández

El carnaval es la expresión ritual de las antiguas mascaradas de invierno. Son celebraciones que, si bien resulta complejo rescatar sus verdaderos orígenes, no cabe duda de que son herencia de las fiestas romanas. 

Hablar de los carnavales es hablar de máscaras, pero también de nuestros antepasados y de convivencia social. La máscara transforma al individuo y éste, haciendo amago de su virtuosismo, se funde en un escenario catártico donde surge la verdadera conexión vecinal. 

En la España rural el espectáculo carnavalesco, resulta más íntimo si cabe que en las grandes capitales, ya que no sólo se trata de una festividad donde las personas se divierten, sino que es una forma de recordar el pasado y la memoria de nuestros ancestros. En los pueblos es donde se genera mayor valor de pertenencia e identidad y que, según la zona geográfica donde nos encontremos, va a tener una serie de particularidades que tienen que ver con la historia cultural del entorno en concreto.

Para comprender el significado de estos actos festivos, es vital mencionar que el momento en que se celebran, en invierno, no es casualidad. El invierno es el momento en que una vez recogida la cosecha, se acrecienta la cohesión social alrededor del calor de la lumbre, donde se crean y se alimentan las tradiciones y el universo mítico de las comunidades. 

Es una estación de conexión emocional con los individuos y con uno mismo, y es sobre todo propicia para convivir con los antepasados. De ahí que se haya identificado un origen romano en las mascaradas, concretamente con las Parentalia y Lemuria. Estas fiestas se celebraban entre el 13 y el 21 de febrero, y consistían en honrar a los difuntos, en el caso de las Parentalia, y, en exorcizar los espectros de los muertos e impedir que embrujaran los hogares, en el caso de las Lemuria. Si atendemos al término “Lemures”, quiere decir precisamente “fantasmas”.  

Sin embargo, conviene mencionar aquí como orígenes también de nuestros carnavales actuales, las Saturnales y las Lupercales. Las primeras se celebraban en honor a Saturno, dios de la agricultura. Se celebraban del 17 al 23 de diciembre, poniendo fin al período más oscuro del año y el nacimiento del nuevo período de luz, o nacimiento del llamado Sol Invictus, el 25 de diciembre. Con estas fiestas, se conmemoraba el fin del trabajo en el campo tras la siembra, y la alegría de la llegada de la primavera. 

Las Lupercales, en cambio, eran celebraciones rituales en honor a la fecundidad, la fertilidad y la sexualidad, en especial la masculina. En estas Lupercales, se llevaba a cabo un recorrido de corte carnavalesco, con bailes, gritos y cantos. 

Teniendo en cuenta estos posibles orígenes, las mascaradas actuales, así, se convierten en el escenario de encuentro entre vivos y muertos; pero también en ritos que propician la fertilidad del campo, de las personas y de los animales. De ahí que los personajes que en ellas encontramos, encarnen a los seres sobrenaturales en los que las almas de los difuntos regresan durante el invierno para castigar o premiar a los vivos. 

En la España rural, existen una variedad de carnavales que por su particularidad, vistosidad y orígenes antiguos apoyados en creencias paganas, podríamos denominar ancestrales. Estos carnavales no existirían sin sus personajes, quienes animan las calles con su interpretación, sus juegos, palabras e incluso instrumentos musicales. Cada personaje tiene asignada una misión concreta y cada cuadro escénico una carga simbólica. 

Los carochos de Riofrío de Aliste (Zamora)

Esta mascarada sale cada uno de enero. El término “carocho”, viene precisamente de “máscara o carocha”, y, por lo tanto, da nombre al personaje enmascarado protagonista de este carnaval. Su origen se encuentra en rituales arcaicos de tipo cósmico relacionados con la naturaleza y el cambio estacional. Los personajes que acompañan la celebración, aluden a la lucha entre el bien y el mal y como consecuencia, entre la oscuridad y la luz. El resultado de todo ello es la presencia de personajes positivos y negativos. 

La mayoría de los carnavales rurales vienen de ritos que propician la fecundidad de las futuras cosechas. Los carochos pertenecerían a lo que se conoce como obisparras y/o filandorras. Con estos nombres ya aparecen en las prohibiciones que desde la Edad Media lanzaron las autoridades eclesiásticas, para vetar este tipo de creencias paganas. Se llama obisparra porque la figura central del carnaval era un disfraz de obispo, y filandorra porque la figura más importante la encarnaba una hilandera (del término filar: hilar). 

En términos generales, la obisparra nos transmite un discurso en el que se representan valores religiosos y profanos, sociales y culturales.

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El molacillo guiando a la gitana. Imagen: https://www.joseluisleal.com/los-carochos-de-riofrio/

Los obispos, como sabemos por los documentos encontrados, castigaban a los que ridiculizaban la figura del prelado, además de impedir que se representasen aquellas escenas referentes al hilado, pues recordaban a los cultos relacionados con Ariadna, diosa romana que seguía venerándose entre los campesinos. Hoy en día, vemos representadas tanto la figura del obispo como la hilandera. 

Los enmascarados funcionan como comparsas protectoras del pueblo. Los encargados de esta actividad eran los mozos, quienes ejercían funciones parasacerdotales de defensa y salvaguarda de los intereses vecinales. 

La particularidad de este carnaval reside en la variedad de los personajes que la componen, unida a su vestimenta llamativa; y, por otro lado, la música. En cuanto a los personajes, son un total de once, dividiéndose en tres grupos y un personaje que actúa siempre solo. Todos son interpretados por varones, aunque en los últimos años, se ha incorporado a las mujeres con gran acierto. 

El grupo de los diablos o carochos: lo componen el Carocho y el Diablo chiquito. Se trata de démones, es decir, seres intermedios entre los dioses y los hombres. Ambos se tiñen el rostro de negro y cubren el resto del cuerpo del mismo color. 

Calzan botas y leguis de cuero, y cubren su rostro con una carocha hecha de corcho pintado igualmente de negro, con elementos de hojalata pintados en blanco y rojo, colmillos de jabalí, cuernos y perilla de cerdas de la cola de una yegua. Por la espalda le cae una piel de oveja y en la carocha lleva un bote de humo. Su atributo son unas tenazas articuladas rojas terminadas en unos cuernos de cabra. 

El Diablo Chiquito lleva unas zarzas en la espalda para amortiguar las cencerras cuando golpean, un morral y unas corchas quemadas con las que tiñe la cara a los presentes. Va tocado con una melena de pelos de caballo y de rabo de vaca rematada con orejas de liebre, que cubren su rostro como si estuviese enmascarado. En la espalda llevan atados cencerros y cencerras respectivamente. 

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Diablo chiquito. Imagen: https://www.joseluisleal.com/

El grupo de los gitanos o filandorros y los ciegos lo forman: el Gitano, la Gitana, el Ciego (o Ciego de Atrás) y el Molacillo (o Ciego de Adelante) formando una familia simbólica de forasteros. 

Los gitanos aparecen juntos, el varón sobre un burro, despliega su vis cómica, la mujer se ubica sobre un carro guiada por el Molacillo. Cuando la acción avanza, se convierten en filandorros, siendo lo más característico sus trajes confeccionados con tiras de papel. 

La Filandorra se distingue del Filandorro por su enorme collar de buyacas (el fruto del roble) y por su recipiente con cernada con la que mancha a los presentes, especialmente a las mujeres jóvenes. El Ciego viste ropas raídas y una capa de arpillera con caperuza rematada con tiras de papel. Aunque no utiliza máscara, apenas se le ve el rostro por sus gafas de corcho y por ir embozado. Sus atributos son un cuerno y un corcho, instrumento tosco que es una especie de zanfoña.

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La filandorra. Imagen: La Filandorra – Los Carochos

El personaje del Molacillo es un militar que pone orden. Viste de blanco, y pinta su rostro del mismo color. Lo más característico es que está tocado con un morrión de papel decorado con mensajes transgresores que se remata con flores y plumas. Porta una pica roja y lleva dos mochilas cruzadas en las que guarda el aguinaldo que le ofrecen los vecinos, su caracola y sus conchas. 

El tercer grupo lo componen los guapos, donde tenemos al Galán, La Madama con el Niño, El del Tamboril y El del Cerrón. Estos cuatro personajes representan a la comunidad, motivo por el que lucen con los trajes tradicionales alistanos de fiesta, destacando los tocados —ellos con la montera, ella con un pañuelo merino anudado en la frente y El Niño con gorro de perifollo— y la anguarina que viste el del Cerrón. 

En cuanto a los atributos: el Galán porta una vara y toca unas castañuelas adornadas con coloridas colonias, La Madama arrulla al Niño, el del Tamboril lleva un pequeño tambor y el del Cerrón un gran zurrón. 

Excluido del grupo de los guapos, pero miembro de la comunidad, es El del Lino, un pobre local. Viste como un menesteroso y cubre el rostro con una máscara de piel. En la espalda lleva una esquila y porta una cayada con la que molesta al público, especialmente al femenino, y un cerro de lino que arrastra y que le da nombre.

Todos estos seres extraños, aterradores y encantadores, encierran una simbología: representan el surgir de la primavera con el incipiente despertar de la naturaleza. Los personajes de esta mascarada, salen a la calle para revolver el orden social y proclamar las ganas de vivir y la nueva luz estacional. 

Además de esparcir cernada para simbolizar la fertilidad de las tierras, de los ganados y de todas las criaturas vivientes, el humo que desprenden los diablos, es un símbolo de purificación de la comunidad, y un modo de alejar los malos presagios. 

Además de la vistosidad de los personajes mencionados, adquiere también importancia la presencia musical. Los personajes portan consigo: tambor, castañuelas, cuerno de vaca, y cencerros. Más que el sonido físico, es el sonido simbólico lo que hace especial a este carnaval. El Ciego de Atrás, por ejemplo, mueve la manivela de un instrumento de corcho que tiene en su interior unos cascabeles. Este instrumento simula ser una zanfoña, instrumento que tocaban los ciegos en las plazas y mercados, algo que sigue permaneciendo en la memoria de la que sigue anclada en el inconsciente colectivo de los vecinos de Aliste. 

Siguiendo con personajes protagonistas de estas mascaradas y su simbología, tenemos otros ejemplos en España de carnavales ancestrales poblados de personajes a caballo entre lo animal y lo humano como los cucurrumachos de Navalosa en Ávila, o los jurrus y castrones de Alija del Infantado en León.

Dependiendo de la actividad que tradicionalmente desarrollaban los pueblos en los que tenían lugar estas celebraciones, el tipo de máscara variaba. De tal manera que, en zonas de actividades pastoriles se creaban máscaras demoníacas; el mundo agrario se decantaba por las zoomorfas de vaca; y, como símbolo de la fertilidad universal, el toro; y animales como el caballo sirvió como animal simbólico que portaba las almas de los antepasados. Así, tenemos por ejemplo en Galicia, las máscaras demoníacas de las pantallas en Xinzio de Limia, o los diablos de Luzón en Guadalajara. 

Los cucurrumachos de Navalosa (Ávila)

La fiesta de los cucurrumachos tiene lugar el Domingo Gordo, o Domingo de Carnaval. Se trata de seres ancestrales que recorren las calles de esta localidad cubriendo su rostro con la carilla y portando cencerros y zumbas. 

Llevan una alforja llena de paja y suelen ir armados con horcas o bien portan estandartes con cráneos y huesos de animales. Visten un mono de «manta pinguera», una prenda hecha de restos de telas usadas que posteriormente se tejían logrando un resultado que destacaba sobre todo por su durabilidad. Las pingas se utilizaban para cualquier ocasión: servían para llevarlas al campo y sentarse encima; o para cubrir un sofá o un sillón, ya que se caracterizan por no dar calor a quien se sienta. 

Esta fiesta posiblemente tenga su origen en la cultura celta y tiene una gran vinculación con la ganadería. El domingo suenan los cencerros anunciando la llegada de los quintos, jóvenes que al cumplir la mayoría de edad en España, se iban a hacer el servicio militar de manera obigatoria. Aunque el  servicio militar haya desaparecido, es una manera de recordar a los antiguos quintos, convirtiéndose en una tradición festiva. 

Por la tarde, se llega hasta la plaza donde se yergue un chopo. Se forman dos círculos, uno formado por los quintos y otro por sus madres y otras mujeres. En el interior del círculo pequeño se encuentra El Vaquilla, una persona cubierta con manta pinguera y cuernos. 

Los hombres maduros son espectadores o Cucurrumachos. Desde el balcón del ayuntamiento se realiza el pregón hasta que suenan dos estampidos y la Vaquilla se desploma muerta en el círculo interior. Vuelve a leerse el pregón mientras giran los círculos en torno a la Vaquilla yacente. Entonces con el sonido de los cencerros logran poner en pie a la Vaquilla, que se incorpora con sus compañeros hasta que se termina el pregón. En este momento los Cucurrumachos se despojan de sus máscaras y se dan a conocer. 

Jurrus y castrones de Alija del Infantado (León)

Considerado entre los más antiguos, fijando su origen en los ritos prerromanos, es el caso del carnaval de los jurrus y castrones de Alija del Infantado en la provincia de León. Los jurrus vienen a ser seres no humanos que representan las fuerzas del mal y cuyo objetivo es atacar e incendiar el pueblo. Es posible que la función de los Jurrus y Castrones sea el reflejo de las guerras entre romanos y astures.

Los Jurrus escenifican con sus máscaras las sangrientas guerras tribales, atemorizando a sus víctimas. El sábado anterior al martes de Carnaval tiene lugar el ritual de Jurrus y Castrones, con la llamada del Gran Jurru al son del cuerno de guerra, para reunir a todos los miembros de su tribu y arengarlos a la lucha frente a los habitantes del territorio, los Castrones. 

Al grito de “nos atacan” se produce una encarnizada batalla, que termina con el enfrentamiento del Gran Jurru y el Jefe de los Castrones. El triunfo de éste último supone el encierro y quema del Gran Jurru con todos sus sicarios. El recorrido de los Jurrus y Castrones por las calles tiene la misión de perseguir a todos aquellos que no van disfrazados. 

El Triángulo Máxico de Ourense

Con esta denominación se conoce el área que abarca varios kilómetros entre las localidades de Laza, Verín y Xinzo de Limia. En ellas el carnaval, o Entroido, como se conoce en gallego o en asturiano, es más que una simple fiesta de disfraces, un evento repleto de rituales y tradiciones. Dependiendo de la localidad, encontramos distintas máscaras y trajes. En el caso de Laza, tenemos los Peliqueiros, los Cigarrones en Verín, y las Pantallas en Xinzo de Limia. 

Comenzado por el carnaval de Laza, el origen de los Peliqueiros se dice que pueden estar representando a los antiguos cobradores de los condes que ejercían su mando en la localidad en el siglo XVI. Otra teoría se apoya en la prehistoria, en la que este tipo de personajes se encargarían de favorecer la naturaleza y la relación del ser humano con ella. Sean o no ciertas estas teorías, la máscara y el traje del Peliqueiro es una de las más llamativas. 

Pelequiros
Pelequeiros. Imagen: Ramon Piñeiro, CC BY-SA 2.0 https://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0, via Wikimedia Commons

La máscara está formada por una careta de madera, pintada de colores llamativos, que se prolonga en una especie de mitra con un motivo zoomorfo, generalmente suele ser un león, un lobo o un buey.  Detrás, cubriendo la cabeza, lleva una piel, antiguamente de perro, gato montés, zorro o lobo, pero actualmente la mayoría suelen ser de tipo sintético. De esta piel o pelica en gallego, le viene el nombre de peliqueiro.

El traje está compuesto por una camisa blanca, una corbata y una chaquetilla corta de la que cuelgan flecos dorados que van atados con lazos de tres colores (rosa, verde y rojo). Sobre los hombros va enganchado un paño a la chaqueta. Una faja rodea la cintura y sobre ella cuelgan una serie de cencerros. En lo que respecta a las piernas, van cubiertas con promedios y medias blancas, así como ligas adornadas con pompones. Cubriendo los pies, portan unos zapatos negros. En cuanto a los atributos, llevan un látigo en la mano, conocido en la zona como zamarra.

En Verín, el traje del cigarrón es idéntico al del Peliqueiro, aunque con una excepción: el cigarrón no lleva detrás de la máscara una pelica o trozo de piel animal.

Las pantallas en Xinzo de Limia, son las más diferentes a las anteriores: en este caso, se trata de una máscara con cara de diablo y cuernos, decorada con motivos astrales y que se encaja en la cabeza como si fuera un gorro rígido.

La tradición manda que las pantallas solo pueden salir de día y nunca tienen que quitarse la máscara. Hablar de pantallas en Xinzo de Limia es adentrarse en el túnel del tiempo hasta el remoto origen de estas máscaras viriles y de vistosa indumentaria convertidas en el icono de la localidad. Las “pantallas” alegran la fiesta con el sonido de las campanillas que rodean su cintura y se abren paso entre la gente golpeando dos vejigas de vaca secadas e infladas que llevan en las manos.

En cuanto a su indumentaria consiste en una camisa y calzón largo blancos, capa roja o negra, pañoleta normalmente roja anudada al cuello, polainas negras, zapatos negros y faja roja a la cintura, por encima de la que cuelgan unas campanillas. 

Lo característico de este carnaval son los propios movimientos de las pantallas, quienes se abren paso entre la gente golpeando las vejigas de vaca secadas o infladas que llevan en sus manos. La misión de las mismas, al igual que ocurre con los Jurrus y Castrones, es velar porque todo el mundo vaya disfrazado. Si alguien no va disfrazado, seguramente te harán pasar por un momento incómodo, dando saltos a tu alrededor mientras emiten sonidos extraños. 

Además de las diferencias que encontramos en los protagonistas de estos carnavales, las fechas y celebraciones también cambian. En el caso de Laza, los peliqueiros, con su cinturón de cencerros, acompañan a todos en el lunes de Farrapos y Hormigas, en el que se libra una guerra de trapos untados de barro y, por la noche, sale La Morena, un hombre cubierto con una manta y una cabeza de vaca, rodeado de hormigas. 

En Verín, la fiesta empieza el 17 de febrero con el Jueves de Compadres y sigue con el Domingo de Corredoiro –con charangas y cigarrones animando a la gente y, de noche, la primera fariñada, en la que todos se manchan de harina– y el Jueves de Comadres, la gran fiesta, en la que todas las mujeres se echan a la calle mientras los hombres permanecen en casa o se disfrazan de mujeres, si quieren salir. En el caso de Xinzo de Limia, es el carnaval más largo de España, ya que dura cinco fines de semana. En este se celebra el colgamiento del Meco, un muñeco que recorre las calles junto a las pantallas. 

Carnaval de Lanz (Navarra)

Como colofón de esta rica variedad de carnavales rurales, tenemos el de Lanz, en Navarra. Este colorido carnaval, hunde sus raíces en la tradición oral y está repleta de guiños a personajes que forman parte de las creencias mitológicas del lugar, conformando así un escenario muy particular. Tiene lugar en los días que preceden al miércoles de ceniza. 

Ziripot
Ziripot. Imagen: Panzermix, Public domain, via Wikimedia Commons

En los tiempos en que Lanz servía como paso a Francia, la región estaba plagada de bandidos que aterrorizaban y saqueaban a los habitantes de la villa. El más temido era Miel Otxin, el protagonista del carnaval. Representa al malvado bandido que simboliza los malos espíritus. Este personaje va a ser perseguido, capturado, ejecutado y quemado en la hoguera. 

El personaje antagónico es Ziripot, ya que encarna al héroe que se enfrenta a él. Este entrañable personaje va vestido de sacos que se rellenan de hierba. Zaldiko, un alegre saltarín, va derribando a Ziripot a lo largo del recorrido, representando el caballo de Miel Otxin. 

Zaldiko
Zaldiko. Imagen: Panzermix, CC BY-SA 3.0 https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0, via Wikimedia Commons

Otros personajes que forman parte de esta mojiganga, son los herreros o Arotzak, que suelen ser entre 8 y 12 personas. Portan martillos y tenazas y son los que ponen las herraduras a Zaldiko. Éstos solo actúan en dos puntos concretos del recorrido. Por último, el personaje que representaría la población de Lanz, Txatxo, son aquellos que participan en la captura del malvado Miel Otxin. Se visten con pieles de animales y ropas viejas y coloridas, portando escobas de paja. Lo más variopinto es que además de llevar la cara tapada, prorrumpen en gritos, hostigan y arremeten a todos los presentes. 

A pesar de que muchas de estas celebraciones se han reconvertido en festividades religiosas, no hay lugar a dudas de que aún pervive la reminiscencia pagana que sigue uniendo a las gentes del entorno. Precisamente es ese sentido de pertenencia el que le da valor a estas creencias y, quizás lo más relevante es el hecho de que celebrarlo en sí mismo, imprime un carácter de transmisión de generación en generación. Estos dos valores nos hablan de algo que nos corresponde a todos: la conservación de nuestro patrimonio inmaterial.

Arotzak
Arotzak. Imagen: Panzermix, CC BY-SA 3.0 https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0, via Wikimedia Commons

El carnaval fomenta la conexión social con los vecinos, favorece el desarrollo de la comunidad y el interés por las costumbres de las distintas sociedades. Con este tipo de actividades festivas, se da valor a las manifestaciones de la cultura de pertenencia, se descubren peculiaridades de cada área geográfica, se reconocen como manifestación cultural del entorno, aporta valores de convivencia, fomenta la representación de roles, y, como consecuencia, la autonomía personal, la creatividad y la pertenencia a un grupo social. 

Es asombroso cómo estos carnavales siguen siendo el testigo vivo de una estratificación histórica de una ritualidad colectiva. En ellos perviven trazas de todas aquellas culturas que han atravesado esa comunidad, como la celta o la prerromana. 

Es tarea de todos conservar el patrimonio inmaterial de nuestras localidades, solo así podremos difundir su valor y conocer la riqueza de cada cultura. Hablar de los distintos carnavales es valorar la memoria de quien lo creó, para que siga en el recuerdo de quien los vive, el respeto por las costumbres y el disfrute festivo. 

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