Hablar de Toledo es sinónimo de hablar de culturas, en plural: romanos, visigodos, musulmanes, cristianos y judíos son tan solo algunas de las civilizaciones que dejaron su impronta en esta ciudad histórica reconocida mundialmente, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1986.
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Por Carlos Martín-Consuegra López
En este artículo, quisiera poner en valor la última civilización nombrada; la judía, y la huella que actualmente podemos encontrar si paseamos por las calles de lo que fue la antigua judería de Toledo, una de las más importantes de Europa en su momento de mayor esplendor.
El origen de la Judería de Toledo se encuentra en la antigua Aljama; una institución que abarcaba numerosos poderes de la vida pública y numerosas juderías. La judería fue desarrollándose durante la Edad Media hasta 1391, momento en el que comenzó a abandonarse tras las persecuciones realizadas a esta población.
La judería alta se desarrollaba sobre la colina de la Alacava, separada de la Judería Mayor a través de un eje comercial, hoy calle del Ángel. Albergaba tres puertas de acceso principales, la más importante la de Assuca, además de tener límites propios como el que delimitaba la muralla y otros accesos como el puente de San Martín.
Debemos tener en cuenta que en el siglo XII llegaron a convivir más de 12.000 judíos en la ciudad, mediadores de moros y cristianos durante la dominación musulmana que, sin lugar a dudas, enriquecieron la vida intelectual y artística, prueba de ello son la sinagoga de Ibn Shushan y posterior iglesia de Santa María la Blanca, y la Sinagoga del Tránsito, donde se encuentra el Museo Sefardí, que nos narra el papel de los judíos en la historia de España.
Santa María la Blanca funcionó como sinagoga desde el año de su construcción, 1180, hasta que fue expropiada y transformada en iglesia en 1391, momento en el que se cede a la Orden de Calatrava y se consagra al culto cristiano de Santa María la Blanca, de ahí su nombre actual. Lamentablemente, ha sufrido numerosas transformaciones que han alterado notablemente su estado original.
El espacio que vemos actualmente es el de un edificio mudéjar construido por canteros moros en sentido este-oeste, de planta basilical y con 5 naves dispuestas escalonadamente en altura y separadas por pilares sobre los que descansan arcos de herradura.
Lo que más llama la atención es la decoración, por un lado, la de los 32 capiteles, todos ellos diferentes entre sí y decorados con tallos, piñas, volutas… Y por otro, la de las molduras decorativas a base de tallos entrelazados, medallones, palmetas, fórmulas aveneradas y composiciones geométricas a base de rombos superpuestos que recuerdan a las redes de Sebka almohades.
Finalmente, tenemos el otro gran ejemplo que constituye la Sinagoga del Tránsito, edificio del siglo XIV erigido bajo el mecenazgo del tesoro del rey Pedro I, Samuel ha-Levi. De un modo similar a su homóloga, tras la expulsión de los judíos en 1492, los Reyes Católicos cedieron el templo a la Orden de Calatrava, momento en el que empezaron sus primeras transformaciones y cambios de uso: fue escuela rabínica y de mujeres, hospital y asilo de calatravos, durante las guerras napoleónicas se usó como barracón militar, después hizo de Ermita hasta la Desamortización de Mendizábal en 1936… etc.
Su gran sala de oración rectangular, cubierta con una armadura a par y nudillo y decorada en la parte superior del muro de la oración con yesos policromados deja boquiabierto a todo aquél que pase. La planta superior, la Galería de las Mujeres se utilizaba para asistir a la liturgia, además, tiene dos patios: el trasero en su fachada este y el “jardín de la memoria” en su fachada norte.
En un país que destaca por tener una variedad y un sincretismo cultural que muy pocos sitios en el mundo tienen, es importante poner en valor todas y cada una de las páginas de nuestra historia, por eso es necesario hablar del mundo judío. Y tú… ¿Qué otras huellas de la historia de nuestro país enseñarías a los demás? ¡Nos vemos hasta la próxima!