La guerra psicológica se apoya en un conjunto de estrategias destinadas a destruir moral, emocional o simbólicamente al adversario, buscando ganar las mentes tanto en el bando enemigo como en el propio. El conflicto bélico en Vietnam ofreció un escenario de excepción para la batalla por “las ideas y los corazones”. La Operación Wandering Soul o Alma Errante fue un ejemplo de ello.
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Hace miles de años Sun Tzu escribió: “la mejor victoria es vencer al enemigo sin combatir” , y es que el estratega chino ya había comprobado la importancia de valorar el factor psicológico en el campo de batalla, especialmente a la hora de influir en el estado moral de las tropas enemigas.

Las operaciones psicológicas han sido definidas como “el conjunto de medidas persuasivas en tiempos de paz o de guerra que se conciben con el fin de influir en las actitudes, opiniones y comportamiento de las fuerzas contrarias, sean éstas civiles o militares, con el propósito de alcanzar los objetivos nacionales.” El empleo de dichas medidas se ha considerado históricamente un factor multiplicador de fuerza tanto dentro como fuera del campo de batalla y la guerra de Vietnam propició un escenario de excepción para el desarrollo de las mismas.
Pero las “PSYOP”, no son algo que pertenezca a la modernidad. Ya en la batalla de Pelusium, el 525 a. C, el Imperio Persa empleó tácticas psicológicas contra Egipto aprovechándose de sus creencias religiosas. Cambises II hizo pintar la imagen de la diosa Bastet en el escudo de sus soldados sabiendo que los egipcios se negarían a atacar la imagen de la divinidad. Asimismo soltaron en primera línea todo tipo de animales preciados por los habitantes del Nilo y no dudaron en arrojar gatos sobre las murallas de la ciudad consiguiendo con ello un aplastante triunfo.

Por su parte, Alejandro Magno, premiaba con una dote a los soldados que se casaban con muchachas locales de las poblaciones conquistadas buscando con ello fomentar la asimilación y difusión de la cultura griega.
Gengis Kan instaba a su ejército a encender varias antorchas por cada uno de sus hombres y a atar objetos a las colas de sus caballos para levantar nubes de polvo que hicieran creer al enemigo que se enfrentaba a un batallón mucho más numeroso de lo que era en realidad. También lanzaban cabezas decapitadas sobre los muros de las ciudades sitiadas para amedrentar a la población y propagar enfermedades infecciosas.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Adolf Hitler estuvo muy familiarizado con las tácticas psicológicas bélicas empleadas durante la Primera Guerra Mundial y atribuyó la derrota de Alemania a los efectos que este tipo de propaganda tuvo en los soldados. Aseguró que las guerras del futuro serían luchadas antes de comenzar las operaciones bélicas «a través de la confusión mental, la contradicción de los sentimientos, la indecisión y el pánico». Hitler generalizó el uso masivo de material propagandístico para influir en las mentes de la población alemana y se aseguró de que Joseph Goebbels, su Ministro de Propaganda, lo presentara ante el público como una figura casi mesiánica al servicio de la redención del país.
Pero será sin duda la guerra de Corea la que marcará un punto de inflexión en el uso de este tipo de estrategias. Las fuerzas comunistas de Corea del Norte y China habían empleado técnicas de “lavado de cerebro” para reeducar a los prisioneros de guerra y convertirlos en acérrimos defensores del comunismo. La tortura, la privación del sueño, el aislamiento o el bombardeo intensivo de propaganda habrían quebrado la resistencia de los prisioneros provocando la pérdida total de lealtad hacia su país de origen. Algunos de ellos retornaron a Estados Unidos pronunciando discursos en contra del capitalismo y a favor de las ideas marxistas.
A partir de entonces el gobierno estadounidense generalizó el uso de las armas psicológicas para tratar de cambiar la ideología los combatientes y con ello hacerles abandonar su causa o reforzar los objetivos de sus tropas. Un batallón de psiquiatras y publicistas al unísono con el ejército desarrollaron programas que buscaban atacar y destruir las infraestructuras de Vietnam del Norte y el Vietcong.
La “guerra sin fusiles” acudió al empleo planificado de propaganda orientada a direccionar la conducta sin recurrir al uso de las armas. Así los helicópteros norteamericanos dejaron caer octavillas sobre las aldeas para instar a los habitantes a deponer las armas y no unirse al conflicto bélico asegurándoles que serían tratados con justicia y amabilidad. El ejército llegó a lanzar más de 6000 millones de octavillas, además de los 4000 millones arrojados por encargo de la JUSPAO (Joint United States Public Affairs Office), aunque algunas fuentes aseguran que se llegó a los 50000 millones, lo que supondría la desorbitada cifra de 1500 panfletos por habitante vietnamita. Sus medidas, tipo de papel y gramaje fueron perfectamente estudiados para garantizar la óptima caída sobre el objetivo.

Evidentemente se necesitaban mucho más que promesas buenistas para que un país terriblemente amenazado decidiera abandonar sus ideales, y la mayor parte de las octavillas acabaron empleándose como envoltorio de comida, material de limpieza e incluso como papel higiénico.
En ocasiones los mensajes lanzados desde los cielos no eran tan conciliadores. Una de las octavillas arrojadas sobre las aldeas aseguraba que en apenas un mes más de 34000 soldados norvietnamitas y del Vietcong habían pagado por sus crímenes, entre ellos el general Tran Do quien habría muerto en combate a las afueras de la ciudad de Saigón.
Pero si hubo un arma simbólica por excelencia en Vietnam esa fueron sin duda las Death Cards o Cartas de la Muerte, concretamente el mítico As de Picas. Es difícil remontarse al origen de la superstición que consideraba esta carta como un presagio nefasto cuando con anterioridad se había empleado como todo lo contrario. El sargento Herbert A. Friedman acude a fuentes que aseguran la inexistencia del As de Picas negro en el juego de cartas usado en Indochina, por lo que no comparte la teoría de que fueran los franceses quienes extendieran la creencia. Para Friedman la baraja no tenía ningún significado especial para los guerrilleros vietnamitas y fue solo a partir de su empleo masivo por las tropas estadounidenses cuando ésta se convirtió en un sinónimo de muerte.

En febrero de 1966, se solicitó a la US Playing Card Co. que enviara 1000 barajas de 52 cartas solo con el As de Picas. El pedido fue enviado sin coste alguno bajo el lema: Bicycle Secret Weapon. Así se extendió la leyenda de la carta letal que comenzó a lanzarse desde el aire, a esparcirse en los caminos y aldeas ocupadas e incluso a colocarse sobre los cadáveres de los guerrilleros abatidos.
El efecto amedrentador no parece que diera el resultado esperado, pero sin duda fue una estratagema que consiguió elevar la moral de los soldados estadounidenses y reforzar su imagen de poder y fiereza.
No obstante la contienda se libró desde ambas partes y Vietnam (tanto norte como sur) empleó igualmente la estrategia propagandística para ejercer presión psicológica sobre el enemigo. Al carecer de la capacidad aérea norteamericana, las octavillas de Vietnam del Norte y del Vietcong se repartían a lo largo de senderos, se clavaban en palos o árboles o se dejaban en lugares de paso fácilmente visibles por los soldados. Algunas de ellas apelaban al sentimentalismo de los padres estadounidenses que imploraban a sus hijos que desertaran, siendo preferible ir a prisión que morir en vano. En otras ocasiones se aprovechaban las cuestiones raciales y algunos panfletos iban dirigidos exclusivamente a los combatientes afroamericanos asegurando que el gobierno estadounidense, que se refería a ellos como “negracos”, era ahora quien les hacía combatir en primera línea y ser los últimos en retirarse, además de asignarles los trabajos más duros y peligrosos:
No podéis conformaros con ser siempre ciudadanos de segunda clase en los Estados Unidos y carne de cañón en primer línea en el Vietnam.
No obedezcáis las órdenes de combate. Sentaros frente a las alambradas. Negáos a intervenir en los asuntos internos de vuestros hermanos vietnamitas. Negáos a perpetrar crímenes contra ellos.
Cuando os estén atacando, bajad vuestras armas y dejáos capturar. Se os cogerá vivos y se os permitirá volver a casa.

Pero las tácticas psicológicas no se limitaron al uso de propaganda partidista. Los Sonic agressors o las técnicas de sonido de alta tecnología fueron igualmente empleados como dispositivos de tortura y control mental del adversario. El sonido se transformó en una herramienta de terror, aunque tampoco era algo novedoso. La batalla de Jericó narrada en la Biblia es un ejemplo gráfico de la tecnología acústica puesta al servicio de la guerra y aunque no hay una base histórica que ratifique el hecho, el episodio deja patente las implicaciones psicológicas y fisiológicas que el empleo de ciertos sonidos puede causar en los conflictos armados.

Otro ejemplo interesante lo encontramos en los famosos silbatos de la muerte aztecas cuyo sonido fue descrito como el alarido de “1000 cadáveres gritando” y que permitió a las tribus precolombinas de México sembrar el terror en los campos de batalla.
Con estas bases se orquestó una de las más infames operaciones psicológicas llevadas a cabo en Vietnam, la denominada Operación Wandering Soul o Alma Errante. El Vietcong era un enemigo completamente distinto a todo lo que el ejército norteamericano se había enfrentado con anterioridad y por lo tanto era necesario el empleo de armas no convencionales y grandes dosis de imaginación. La inteligencia se encargó de explotar las creencias ancestrales de los vietnamitas y encontró en el miedo atávico a los muertos uno de los talones de Aquiles de su adversario.
En el día de las Almas Errantes llamado Vu Lan o Trang Nguyen celebrado el día 15 del séptimo mes del calendario lunar, los sacerdotes y familiares de los fallecidos, podían solicitar el perdón de los pecados de sus seres queridos. Según las creencias tradicionales del país, el alma del individuo tras la muerte era conducida al infierno donde tenía que enfrentarse a un tribunal de diez jueces que emitían un juicio sobre la vida del difunto para posteriormente condenarlo o enviarlo al paraíso. Pero para que el alma del fallecido pudiera llegar al juicio era necesario que sus restos fueran enterrados en el lugar en el que nació, de lo contrario sería condenado a vagar eternamente por la tierra sufriendo grandes tormentos y privado por siempre de la paz y el descanso, lo que, sin duda, era mucho peor que la muerte en sí misma. Por desgracia, este era el destino común de muchos jóvenes guerrilleros que morían lejos de sus aldeas y cuyos cuerpos no eran rescatados jamás.
Un equipo de PSYOP norteamericano se dedicó durante meses a recorrer el país recogiendo para sus grabaciones sonidos de la naturaleza, cánticos budistas, rezos, llantos y todo tipo de sonidos que pudieran materializar ese miedo ancestral que hasta entonces había permanecido en el imaginario colectivo de la fe popular. Se llegó incluso a contratar a actores para que representan el papel de fantasma errante. ¿El resultado? La escalofriante Ghost Tape number 10, alma de Wandering Soul.

El 10 de febrero de 1970 el silencio de la noche de Hau Niga se rompió por una cacofonía de sonidos espectrales. En medio del coro infernal de gongs, cánticos, mantras funerarios, el llanto de una niña llamando a su padre… surgía la voz de un soldado vietnamita supuestamente caído en batalla realizando una clara advertencia:
“Amigos míos, he regresado para haceros saber que estoy muerto… ¡Estoy muerto!. Es el infierno… ¡Estoy en el infierno!. No terminéis como yo. ¡Marchaos a casa, amigos, antes de que sea demasiado tarde!”
Después de la transmisión de la grabación, se barrieron las junglas vietnamitas en busca de insurgentes del Vietcong pero solo se logró capturar a un número muy reducido de ellos, lo que debilitó el apoyo a esquemas de ataque tan poco convencionales.
La presuntuosidad del proyecto que consideraba a los guerrilleros vietnamitas poco más que fanáticos temerosos de sus propias creencias sobrenaturales, quedó en evidencia. El experimento se concluyó como ineficaz y paradójicamente, repercutió de un modo más intenso en la salud mental de los militares estadounidenses que en la de su objetivo.

Por el contrario se experimentó también con otra serie de sonidos más efectivos como rugidos de tigres después de que un desertor informara al ejército norteamericano de que algunos soldados habían perecido por el ataque de estos animales. Esta vez, se consiguió que algunos centenares de soldados vietnamitas abandonaran sus posiciones ante el temor de ser devorados. El miedo ante un peligro real había ganado la batalla a las amenazas espirituales.
El empleo de grabaciones no quedará restringido a la Guerra de Vietnam y hay constancia de que registraciones como Voice of the Gulf o Sad 13 se emplearon igualmente en la Guerra del Golfo Pérsico.
En definitiva, y como nos recordaba Sun Tzu la guerra no solo se vence en las trincheras, sino que principalmente se debe ganar en las mentes de las personas. El “Menticidio” término acuñado por el psiquiatra holandés Joost Meerloo como sinónimo de “asesinato de la mente” seguirá formando parte de las estrategias bélicas para doblegar la voluntad y el espíritu del enemigo y según muchos analistas llegará a sustituir a las guerras tradicionales con el objetivo de desintegrar la moral y la vida espiritual de una nación por la voluntad de otra.
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