Se cumplen dos semanas desde que asistimos estupefactos a la sinrazón de la guerra. Nos cuesta encontrar razones que justifiquen la violencia que nos muestra la televisión y las redes sociales. Ucrania se ha convertido en un territorio cercano, empatizamos con sus gentes como si fueran paisanos y, bruscamente, nos hemos familiarizado con nombres como Mariupol, Donbás o Zaporiyia.-
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En una guerra todos pierden, todo pierde, nada crece excepto la riqueza de aquellos que manejan los hilos. No encontramos las razones de esta guerra, las esgrimidas son excesivamente débiles y fugaces para fundamentarse en cuestiones patrióticas. No se trata de una operación militar como así la definen desde Moscú, podría haberse realizado una operación militar puntual, en un territorio concreto, limitado, en conflicto, como era el Donbás. Sin embargo extendieron el enfrentamiento, fuera de toda lógica, al conjunto de Ucrania buscando quizás un efecto disuasivo en otros estados con intereses similares a los ucranianos; la occidentalización y democratización.
En 1932 contestaba Freud a una misiva de Einstein argumentándole sobre el exterminio en los procesos bélicos, tenía dos ventajas, por un lado el adversario no podrá reiniciar la lucha, por otro la suerte que ha corrido tendrá en los demás un efecto disuasivo. Asusta pensar que esta intención disuasoria putiniana tenga una finalidad exterminadora, y visto como ha empezado todo no deberíamos descartarla. Para los que estamos educados en las leyes morales de la milicia occidental, resulta inverosímil el hostigamiento continuado de corredores humanitarios en pleno uso, el fuego pesado sobre zonas residenciales, el ataque directo a centrales nucleares o bombardear centros sanitarios como la maternidad de Mariupol.
Una de las víctimas que suele pasar desapercibida en las guerras hasta que estas finalizan es el patrimonio cultural, y pudiera ser un objetivo militar prioritario si el propósito es causar el terror en la población, la desmoralización de esta, la rendición a través de la desesperanza de quienes ven destruida sus casas, sus ciudades, sus bases de organización social y, en el caso del patrimonio cultural, sus raíces y su memoria colectiva. Esta semana saltaba la noticia del ataque premeditado al Museo Ivankiv, puede que no hayas oído hablar de él, es lógico, se trataba de un museo local de una pequeña ciudad de apenas diez mil habitantes. Sin embargo su destrucción es significativa, albergaba una rica colección de arte popular ucraniano de finales del siglo XX, hasta 25 pinturas de un colorido estilo naif, obras de María Prymachenko, una de las artistas ucranianas de mayor reconocimiento internacional.

La toma de Kiev parece inminente, siendo realistas la resistencia ucraniana no podrá frenar la acometida rusa una vez que esta haya asegurado un corredor desde la frontera de Bielorrusia. La OTAN no parece dispuesta a cerrar el espacio aéreo ucraniano y, con estos condicionantes y los antecedentes de Ivankiv o Mariupol, lo peor de la guerra está por llegar y su escenario será Kiev.
En el centro de la capital ucraniana se levanta un bello palacete de estilo historicista y cierto eclecticismo, en su interior se exponían hasta hace dos semanas la mejor colección de arte europeo de toda Ucrania. Se trata del Museo Khanenko, fruto del anhelo coleccionista decimonónico de un adinerado matrimonio que, a su muerte, legó a la ciudad de Kiev la totalidad de la colección, pasando a ser pública. La oferta del Khanenko se compone de obras de los grandes maestros europeos, Van Eyck, Pieter Brueghel El Viejo, Giovanni Bellini, Pietro Perugino, Frans Hals, Pedro Pablo Rubens, François Boucher, Joshua Reynolds o Jacques-Louis David. Además poseen un exquisito y sutil díptico, anónimo, de escuela flamenca del siglo XV, representando La Adoración de los Magos, y una amplia colección de artes decorativas orientales. Todo está en peligro, incluidas dos pequeñas joyas de la escuela española del Siglo de Oro; un Retrato de la infanta Margarita de Juan Bautista Martínez del Mazo (h. 1665) y un Bodegón con molino de chocolate de Juan de Zurbarán (h. 1639).
La primera de ellas es un retrato a tres cuartos de la infanta Margarita donde Del Mazo sigue los cánones velazqueños de su suegro y maestro, es una versión reducida del retrato de cuerpo entero que cuelga en la sala 012 del Prado también datada hacia 1665. La segunda de las obras es una naturaleza muerta de Juan de Zurbarán, formado junto a su padre Francisco, murió antes de cumplir los treinta años de edad, durante la epidemia de peste en la Sevilla de 1649. Pese a su limitada producción artística, está considerado como uno de los máximos exponentes del género del bodegón en el Siglo de Oro español, fruto de ello es el reciente interés por parte de las principales colecciones internacionales y las adquisiciones realizadas por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (2002), Museo del Prado (2016) o la National Gallery de Londres (2017).
Las obras del Khanenko pueden ser destruidas en cuestión de horas, quizás tan sólo sean saqueadas, si es la practica seguida por los soldados rusos en los supermercados, podemos imaginar a los oficiales de alta graduación echándose a suertes grandes obras del Renacimiento italiano o del Siglo de Oro español. Con suerte quizás no las dañen y tan sólo sean expoliadas con dirección al Hermitage, quizás podamos verlas en San Petersburgo cuando Rusia decida parar esta guerra y los vuelos comerciales se restablezcan.
No deberíamos dejar a la suerte ninguna de estas posibilidades, imaginemos, cuan ingenuos niños pequeños, que dos de las grandes figuras de la cultura de nuestro país nos están leyendo. Miguel Falomir, director del Museo del Prado, principal institución cultural española, definirlo como amante del arte es quedarse muy corto, una eminencia internacional en pintura italiana del renacimiento, con las relaciones museísticas necesarias para conocer, de primera mano, el estado actual del Khanenko. Y Javier Solana, Presidente del Real Patronato del Museo del Prado, ex Secretario General de la OTAN, no encontraremos mejor asociación para unificar contactos y organizar una operación de rescate, al estilo George Clooney en The Monuments Men (2014), sin la frivolidad del cine y con el peso de la responsabilidad de quienes se saben capaces de llevarlo a cabo.
Javier Solana y Miguel Falomir en 2019. Foto fpa. Vía El Comecio
Me imagino, espero que no de forma ingenua, ese camión especializado en el transporte de obras de arte llegando desde Madrid a la frontera polaca, donde el Khanenko espera para prestar sus obras a esa temporal, forzada por las circunstancias, y quizás algo más larga de lo normal, llamada Solidaridart.-
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