Miguel Ángel y la tumba de Julio II

En la historia del arte, Miguel Ángel es sin duda una de las figuras más conocidas. Pero no es tan conocido su grave enfrentamiento al papa Julio II. Aún así, de su relación salieron obras como la Capilla Sixtina y su tumba, donde se encuentra su famoso Moisés. Te lo contamos

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Cuando hablamos de los grandes artistas de la Historia del Arte, sin duda Miguel Ángel es uno de los nombres que habitualmente se citan. Universalmente conocido por sus obras, quizá algunos no sepan que su impetuoso carácter le trajo numerosos problemas y discordias con personajes tan relevantes como el Papa Julio II. Una tumultuosa relación que, sin embargo, dio como resultado los conocidos frescos de la Capilla Sixtina, así como la obra que se comentará a continuación: la tumba del propio Julio II, con la escultura de Moisés.

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Miguel Ángel, por Daniele da Volterra

Antes de pasar a comentar todas las desavenencias que dieron como resultado la tumba que hoy puede contemplarse en San Pietro in Vincoli, pongamos en contexto a los dos protagonistas:

Miguel Ángel nació el 6 de marzo de 1475 en Caprese, una pequeña población de Florencia, en una familia que pasaba penurias económicas. Si bien su padre no deseaba que se dedicara al campo artístico, poco reconocido por entonces, a finales de 1880 entró al taller de Ghirlandaio donde aprendió la técnica al fresco. Poco menos de un año después, tomaría la elección de enfocarse en la escultura, disciplina en la que realmente destacó y en la cual siempre se encontró más cómodo. Aunque trabajó en diferentes ciudades, fue Roma el lugar donde se asentó y donde recibió la mayor parte de sus encargos. Allí pasaría gran parte de su longeva vida, y allí fallecería el 18 de febrero de 1564.

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Julio II, por Rafael

Sobre el Papa Julio II, nacido en diciembre de 1443, el mejor resumen que puede hacerse de él es su sobrenombre: el “Papa Guerrero”. Sobrino del Papa Sixto IV, siempre gozó de gran influencia y es bien conocido por su intensa actividad política y militar, desarrollada a lo largo de toda su vida. Pero también fue un gran mecenas de las artes, y mantuvo amistad con los literatos de la época e incentivó los estudios universitarios. A él se le debe la construcción de la actual basílica de San Pedro, las llamadas “estancias de Rafael” en el Palacio Apostólico, o la bóveda de la Capilla Sixtina. Falleció en febrero de 1513, sin ver su tumba finalizada.

La obra de la discordia, en cuestión, fue un encargo realizado al artista en 1505 y a la que él se refirió como “la tragedia de su vida”. El proyecto, tal y como Miguel Ángel lo concibió, nunca llegó a término y le persiguió durante décadas, hasta 1545. Inicialmente planteada para San Pedro del Vaticano y diseñada como túmulo exento, estaría compuesta por unas cuarenta estaturas y diversos elementos decorativos. El artista se puso rápidamente manos a la obra, encargando los materiales necesarios para ese diseño inicial. Y a partir de ahí, comenzaron los problemas.

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Nave central de la Basílica de San Pedro en el Vaticano. Créditos: Canaan, CC BY-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0, via Wikimedia Commons

Tanto uno como otro eran personas de gran temperamento, y mientras que Miguel Ángel era susceptible, excesivamente perfeccionista y celoso de su trabajo, el Papa también era propenso a enojarse fácilmente y muy entrometido. Sobre todo, en lo que respectaba al diseño de su tumba. Algunos de sus enfrentamientos han pasado a la posteridad, como aquél en el que Julio II llegó a golpear con un bastón al artista. Pese a todo, es bien conocido que el pontífice admiraba el talento de éste y, por ello, le guardaba gran respeto. Parece que el inicio del conflicto tuvo que ver con problemas de financiación ya que, cuando Miguel Ángel ya estaba provisto de lo necesario, recibió el aviso de Julio II de que parara el proyecto, negándose a pagar el transporte del material. Enfurecido tras ver que el Papa ignoraba sus intentos de reunión, marchó a Florencia y, tras varias misivas sin respuesta, el primero le amenazó con ser excomulgado si no volvía. La firma de un nuevo contrato para el proyecto de la tumba pareció calmar las aguas, hasta la muerte del pontífice, cuando se inició una nueva batalla con sus sucesores.

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Tumba de Julio II. Créditos: Michelangelo, CC BY 3.0 https://creativecommons.org/licenses/by/3.0, via Wikimedia Commons

Las desavenencias se prolongarían hasta la práctica finalización del proyecto, del que llegó a haber seis diseños, los cuales nos permiten observar la evolución artística y espiritual de Miguel Ángel, que va pasando del ideal heroico hasta la cristianización en su vejez. De hecho, y aunque él mismo lo calificó como “la tragedia de su vida”, siempre lo consideró el más importante de la misma.

Así, y como se ha adelantado, el primer diseño de la tumba fue planteado en 1505. Se concibió como un monumento exento que albergaría en su interior la cámara funeraria, cubierta con una cúpula oval. Estaría ricamente ornamentado con pilastras, hornacinas, y hasta cuarenta esculturas, la mayoría representando figuras mitológicas. Entre ellas, la que resultaría ser la más importante del conjunto: el Moisés. Poco más se sabe de este proyecto, cuya descripción más acertada se encuentra en la obra de Vasari. Se cree que las causas de abandono fueron el coste y la viabilidad, la reforma de San Pedro, y la insuficiencia del plazo de 5 años para terminarlo. 

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León X por Rafael

A la muerte de Julio II en 1513, León X le sucedió y decidió confiar la política artística a Bramante y Rafael. Miguel Ángel llegó a un acuerdo con el nuevo pontífice para terminar la obra en seis años, planteando un diseño en el que la principal novedad residía en que la tumba se encontraría adosada al muro de la basílica. También se reducía el número de esculturas y decoraciones. Así mismo, se incluía la figura del Papa en el centro de la obra y, en la cima, una escultura de la Virgen y el Niño contenida en una hornacina. La figura del Moisés se mantendría, pero reelaborada.

Sin embargo, el nuevo Papa pronto le encargó otros trabajos y dejó de lado el proyecto de la tumba de su antecesor. Así, Miguel Ángel firmó tres años después un contrato con la familia de Julio II y propuso una modificación del diseño. Nuevamente, el tamaño se reducía y las decoraciones se simplificaban. La tumba, adosada al muro de la basílica, constaría de una única fachada articulada en dos pisos; las figuras del Papa y de la Virgen con el Niño se mantendrían en el piso superior, junto al Moisés. Lo más relevante de este proyecto es la pérdida de la monumentalidad respecto a los dos anteriores, sirviendo de modelo para los siguientes que se sucederían en el tiempo.

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Escultura del Moisés en la tumba de Julio II. Créditos: Jörg Bittner Unna, CC BY 3.0 https://creativecommons.org/licenses/by/3.0, via Wikimedia Commons

En este tercer proyecto – cuyo contrato fue firmado en 1516-, estaría trabajando Miguel Ángel hasta 1522, cuando los herederos de Julio II manifestaron no estar satisfechos con el desarrollo de las obras. Las desavenencias con ellos habían estado presentes desde el primer momento, pero parte de los problemas tenían que ver con la saturación de trabajo del artista, que asumía más del que podía llevar a cabo. Así, le solicitaron el dinero adelantado y los intereses devengados, pero Miguel Ángel ignoró estas demandas; dos años después, la familia le amenazó con entablar un pleito. Este, quizá, fue el momento de mayor tensión en la realización de la tumba del Papa. Con las manos atadas, Miguel Ángel consideró la venta de todo lo realizado hasta el momento para conseguir el dinero solicitado, pero finalmente en 1525 propuso un nuevo diseño con el fin de saldar la deuda y finalizar la obra cuanto antes.

La propuesta no satisfizo a la familia, que consideraba que al abandonar el proyecto de 1516 se suprimían unos materiales que habían supuesto un coste muy elevado. Miguel Ángel, probablemente harto, renunció a continuar la obra. Tras varios tira y afloja, volvería en 1531 con la propuesta de utilizar las figuras en las que había estado trabajando, así como el resto de los materiales. Este cuarto diseño, muy parecido al tercero, reduciría su tamaño y modificaría la figura del Papa para aparecer en posición sedente.  

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San Pietro in Visconti. Créditos: I, Sailko, CC BY-SA 3.0 https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0, via Wikimedia Commons

En 1532 Miguel Ángel firmó un nuevo contrato en el que se comprometía a terminar la tumba del Papa en tres años. Ésta se trasladaba a su lugar final, San Pietro in Vincoli, manteniendo una distribución muy semejante al diseño de 1516: una fachada, articulada en dos pisos, divididos a su vez por pilastras que enmarcaban diversas esculturas, algunas de las cuales estarían contenidas en hornacinas. El artista se comprometía a instalar las figuras abocetadas tiempo atrás: Moisés, una Sibila, la Virgen con el Niño, y el Papa en posición sedente. En el resto, y en teoría, tendría libertad. 

El plazo de tres años acordado terminó sin que el monumento estuviera acabado. Como venía siendo habitual, la llegada de un nuevo Papa – Pablo III – trajo consigo diferentes encargos que hicieron que dejara de lado el proyecto. Una vez retomado, su concepción de la obra había vuelto a cambiar y no estaba de acuerdo con el diseño. De esta manera, en 1542 firmó el sexto y último contrato. En ese entonces, y con el fin de cumplir el plazo cuanto antes, se les adjudicó a diferentes artistas la terminación de algunas de las esculturas, siempre siguiendo los diseños de Miguel Ángel y en algunos casos retocándolas él mismo.

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Paulo III

Esta es la versión final que podemos contemplar hoy e, inevitablemente, nos recuerda al diseño de 1516, que nunca llegó a abandonar del todo. Mientras que en el piso inferior el Moisés se encuentra ubicado en el centro, en el superior es el sarcófago del pontífice – con él echado encima siguiendo el estilo de los sarcófagos etruscos-, es el que capta la atención. Detrás, la Virgen con el Niño y, coronándolo todo, el escudo de armas de la familia.

De las cuarenta esculturas inicialmente propuestas en 1505, ahora se reducían a 7. La ubicación de estas no es casual, existiendo una correspondencia entre las figuras de la parte inferior (que reflejan lo terrenal) y la superior (lo celestial). En este sentido, la figura de Moisés se suele considerar una proyección terrenal de Julio II. Finalmente, también son perceptibles otros símbolos, como por ejemplo el jilguero que el Niño lleva en su mano, y que representa el alma liberada del cuerpo.

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Capilla Sixtina

Tras muchas dificultades, la tumba del Papa Julio II fue finalizada en 1545. De todas las figuras originales planteadas desde el primer proyecto, sólo el Moisés tuvo un emplazamiento en la obra. Para el artista, esta escultura era su obra más realista, tanto, que se suele decir que cuando la finalizó le golpeó la rodilla a la estatua y le dijo: “¿por qué no me hablas?”. Lo cierto es que esta figura sedente, que recuerda más bien a un coloso por su gran fuerza y presencia, daría pie a un comentario artístico realmente exhaustivo. 

Como en su David, mira hacia la izquierda, y frunce el ceño con ira (la terribilitá), provocando un interesante juego de luces y sombras en su rostro. Su expresión representa el pasaje bíblico en el que el profeta, tras regresar del monte Sinaí con las Tablas bajo el brazo, contempla indignado cómo se ha abandonado el culto a Jehová. El estudio anatómico nos revela la maestría de Miguel Ángel con el mármol, el cuerpo atlético a pesar de la edad madura del personaje, tal y como queda patente en la larga barba que se desliza en cascada hacia abajo, y que se mesa con la mano. Los paños caen con pesadez a los lazos, generando contraste entre luces y sombras, y dejando al descubierto una potente pierna. La atención del artista por los detalles del cuerpo y los ropajes es más que evidente. De hecho, aquí reside una de las curiosidades que quizá algunos ya conozcan: en el antebrazo derecho se encuentra tallado un pequeño músculo que sólo se contrae al levantar el dedo meñique, tal y como tiene la escultura mientras se mesa la barba, dejándolo visible.

Moisés
Moisés. Créditos: User Evadb (own picture) on en.wikipedia, Public domain, via Wikimedia Commons

Con todo lo anteriormente expuesto, el proyecto de la tumba de Julio II nos muestra las grandes dificultades a las que un genio artístico como Miguel Ángel tuvo que enfrentarse, independientemente de su carácter. Problemas nada excepcionales entre artistas y comitentes, pero aún así, no deja de resultar interesante el enfrentamiento entre el artista y el pontífice, este último considerado una autoridad en esos tiempos. Sobre este tema, son interesantes las cartas – recopiladas en un libro publicado por Alianza Editorial – que enviaba a su padre o los pensamientos que fueron redactados por su biógrafo, pues permiten entender su visión del conflicto y su proceso creador. En este sentido, la tumba de Julio II resulta de gran relevancia, pues en sus diseños se refleja el cambio de pensamiento que, durante cuatro décadas, experimentó el artista: desde el clasicismo, pasando por tintes helenísticos hasta la cristianización. 

Al final de su vida, Miguel Ángel seguía pensando en el proyecto; pese al empeño que puso en su finalización, nunca tuvo la relevancia que él esperaba y fueron otros encargos, como la Capilla Sixtina (el cual que no quería aceptar por considerarse escultor), los que realmente le han hecho pasar a la historia y, aún hoy, siguen suscitando admiración.

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