Robos «de película» en la Historia del Arte

La historia del arte corre paralela a la historia de los grandes robos de arte. En nuestro país, son muy conocidos casos como los de Erik el Belga, pero son mucho más famosos casos como el robo de la Gioconda. Te lo contamos

Tiempo de lectura: 10 minutos

Por Natalia Solís

Uno de los aspectos que no suele ser muy tratado y que, sin embargo, suscita gran curiosidad, son los robos de obras de arte, sobre todo cuando éstos se rodean de leyendas y misticismo. Desde la Gioconda hasta los retratos de Francis Bacon, son muchas las sustracciones y pocas las veces en el que las piezas han aparecido. Detrás de ellos hay numerosas motivaciones: el expolio (como, por ejemplo, el perpetrado por los nazis), el deseo de posesión para disfrute personal, o simplemente fines lucrativos. 

Son estos últimos los que suelen estar detrás de la mayor parte de las desapariciones de piezas de arte; hay que tener en cuenta que existen pocas cosas que puedan alcanzar precios tan exorbitados como las obras de determinados artistas. Además, y aunque es complicada su venta, resulta una buena inversión a largo plazo.

Hoy repasamos algunos de los robos que se han convertido en leyenda.

Si hay un hurto que pueda ser escrito en mayúsculas, ese es el de la Gioconda, sustraída del Museo del Louvre en 1911. Hay que decir que, por entonces, no era tan reconocida. La obra, un óleo sobre tabla, fue pintada por Leonardo da Vinci entre 1503 y 1506, aunque todo apunta a que continuó trabajando en ella hasta su fallecimiento en 1519. Por este motivo, nunca la entregó y la mantuvo consigo, aunque hay muchas incógnitas en torno al por qué.

La-Gioconda
La Gioconda

La pintura nos muestra el retrato de la esposa de Francesco del Giocondo, Lisa Gherardini – que responde a los arquetipos femeninos del artista –, y destaca por su estudio de la luz y la innovación técnica; el sfumato y la aplicación del claroscuro son perceptibles, por ejemplo, en la gasa del manto o en la luz aplicada a las manos. Éstas nos desvelan la delicadeza y su interés en el estudio anatómico.

Volviendo al robo, y como se decía, la obra pasaba casi desapercibida hasta que un antiguo empleado, Vicenzo Peruggia, descolgó la pieza y se la llevó oculta en su chaqueta. Por entonces, el museo carecía de medidas de seguridad y, además, se encontraba cerrado por ser lunes. El hurto se produjo sobre las siete de la mañana y ningún empleado se dio cuenta de lo que había ocurrido hasta el día siguiente; la noticia corrió como la pólvora y pronto fue portada de todos los periódicos.

La investigación dio innumerables giros, valorándose incluso la posibilidad de que Pablo Picasso y Guillaume Apollinaire estuvieran implicados. Perdida toda esperanza, la pieza terminó siendo recuperada en Florencia en 1913; algunas fuentes indican que estaba tratando de vender la obra y otros que pretendía devolverla a Italia, de donde había sido expoliada por Napoleón. En este sentido, no parece que el hombre tuviera en cuenta que, al final de su vida, Leonardo decidió legar la obra al rey de Francia, Francisco I. 

Recuperada la pieza, no hace falta explicar cómo su fama subió como la espuma, convirtiéndose en un auténtico icono. Pese a su reducido tamaño, gracias a ella el Museo del Louvre recibe ingentes cantidades de visitantes a lo largo del año, aunque hoy está protegida por fuertes medidas de seguridad. Las malas lenguas, no obstante, afirman que la obra es una falsificación y que nunca llegó a recuperarse. 

Hay otros cuadros que se han ganado el dudoso honor de ser los que se han robado el mayor número de veces a lo largo de la Historia. Una simple búsqueda nos devolverá el mismo resultado: La Adoración del Cordero Místico de los hermanos Van Eyck ostenta este título.  El políptico estaba formado, en origen, por doce tablas al óleo que han sido atribuidas a Hubert y Jan Van Eyck, y que fueron realizadas entre 1426 y 1432. La obra fue un encargo para el altar de la actual catedral de Gante y es considerada una de las más importantes del arte flamenco, pues representa un punto de inflexión entre la pintura medieval y la pintura moderna. 

Seguir su historia desde su finalización es una ardua tarea; así, y apenas un siglo más tarde desde su creación, fue desmontado para ser protegido de las revueltas calvinistas. Más tarde, en 1794, las cuatro tablas centrales fueron sustraídas por las tropas napoleónicas y enviadas a Francia, una de las cuales estuvo en el Museo del Louvre. Devueltas en el siglo XIX, no pasó ni un año hasta que las alas laterales se vendieron, en extrañas circunstancias, y acabaron en Berlín. Habría que esperar hasta 1919 para que el Tratado de Versalles obligase su devolución a la ciudad de Gante.

El políptico no estuvo en paz mucho tiempo, pues en 1934 sufrió un nuevo robo a manos de un hombre que, precisamente, protestaba contra el Tratado. Desde ese momento, y hasta hoy, una de las tablas está desaparecida – la ubicada en el extremo inferior izquierdo – y la que vemos actualmente es una copia realizada en 1945. Finalmente, y durante la II Guerra Mundial, el ejército alemán se llevó la obra, junto a otros miles de piezas artísticas, a una mina de sal donde sería recuperada por los conocidos Monument Men

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Recuperación del políptico de Van Eyck por los Monument Men

Teniendo en cuenta todo lo comentado – y dejando de lado quemaduras, falsificaciones y censuras que darían mucho que hablar – lo más sorprendente es que, salvo un panel, el resto de la obra esté completa.

Avanzando en el tiempo, concretamente a la noche del 17 de octubre de 1969, desapareció misteriosamente del Oratorio de San Lorenzo en Palermo la Natividad de Caravaggio. El cuadro, pintado hacia 1600 y perteneciente al estilo barroco, muestra a los santos Francisco de Asís y Lorenzo junto a la Sagrada Familia con la técnica tan característica del artista, el tenebrismo, donde la luz proviene de un punto indeterminado y rompe la oscuridad de forma drástica. Así mismo, y pese a lo dichoso del acontecimiento, los personajes están envueltos en un halo de apatía y melancolía.

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Natividad de Caravaggio

Volviendo a esa noche de octubre, parece ser que la pieza fue sustraída rajando el lienzo lo más cerca posible del marco, que quedó colgado de la pared junto a jirones de tela. Fue lo único que quedó de la pintura y, desde entonces, son muchas las hipótesis y los datos poco fiables. Hoy en día, se mantiene que el robo fue por encargo y que está en manos de La Cosa Nostra, pero lo cierto es que cualquier pista sobre su paradero ha sido infructuosa. Por eso, hoy es uno de los robos de arte con mayores incógnitas, y su caso sigue abierto. 

En España también hay historias interesantes sobre hurtos de piezas artísticas. Por ejemplo, en 1989 Patrimonio Nacional denunció la desaparición de tres cuadros que se custodiaban en el Palacio Real de Madrid. Dos de ellos habían sido realizados por Velázquez, siendo uno de ellos un retrato de una dama desconocida y otro parte de una composición perdida, la mano del arzobispo de Granada, Fernando de Valdés. La tercera obra era también un retrato de una mujer, realizado por Carreño de Miranda. 

Lo misterioso del asunto fue que en ningún momento sonaron las alarmas y que no había signos de haber usado la fuerza o la violencia; de hecho, nadie se dio cuenta de lo que había ocurrido hasta más tarde, e inicialmente no se pudo precisar cuándo se habían robado. Por ese motivo se trató de sospechosos a todos los que estaban en el edificio, que no eran muchos si se tiene en cuenta que el hurto se produjo en pleno mes de agosto, con gran parte del personal de vacaciones. A ello se sumaba a que, por entonces, se estaban realizando obras de remodelación en el Palacio. 

Quizá lo más surrealista de este caso es que, dos meses después, se anunció que realmente habían sido cuatro las piezas robadas; se trataba de un retrato del cardenal italiano San Carlos Borromeo, pintado por Francisco Bayeu. Así mismo, no deja de ser curioso que, aunque las obras no eran de gran tamaño, desaparecieron junto con sus marcos.

Décadas después, las preguntas y las incógnitas siguen siendo muchas; no faltan voces que indican lo sorprendente de llevarse piezas conocidas, que serían muy difíciles de vender en el mercado negro. Así, la hipótesis más plausible es que fuera un trabajo por encargo. Sea como sea, las piezas no se han recuperado y, sorprendentemente, casi nadie se acuerda esta historia. 

Museo Isabella Stewart , Foto: Biruitorul, Public domain, via Wikimedia Commons

Para acabar este breve repaso, hay que mencionar un hurto que, entre otras cuestiones, se caracteriza por la desaparición de trece obras maestras. El robo tuvo lugar en el Museo Isabella Stewart Gardner de Boston en 1990, donde dos hombres vestidos de policía – y bigotes falsos – acudieron de madrugada alegando que se había recibido una alerta desde el propio museo. Los vigilantes los dejaron pasar y, tras se reducidos y maniatados, los ladrones se pusieron manos a la obra.

Durante una hora y media se pasearon tranquilamente por las salas, haciéndose con las piezas que, sin duda alguna, conocían de antemano. Un hecho que se corrobora porque dejaron atrás obras de gran importancia, firmadas por Velázquez o Botticelli. Entre las trece obras sustraídas, realizadas por Vermeer, Manet y Degás, sin duda la más relevante es la única marina conocida de Rembrandt, Tempestad en el Mar de Galilea, pintada hacia 1633. 

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Tempestad en el Mar de Galilea de Rembrandt

Una vez desaparecidas las cintas de las grabaciones de seguridad, los ladrones se esfumaron sin dejar rastro y, desde entonces, apenas se sabe nada del caso que, pasado tanto tiempo, ha prescrito. Pese a todo, el Museo sigue manteniendo una recompensa por cualquier pista sobre su paradero y, para quien vaya a visitarlo, podrá comprobar que en sus salas siguen los marcos expuestos, vacíos, a la espera del regreso de las obras. Por entonces, el valor del conjunto se estimó en 500 millones de dólares, cifra, sin duda alguna, que se ha incrementado con el paso del tiempo. 

Marcos expuestos sin las obras

Para los interesados en este caso concreto, Netflix dispone de una miniserie que cuenta todo lo acontecido en el robo y las posibles pistas, aunque nos deja con un amargo regusto ya que cabe poca esperanza de recuperar las obras.

Para concluir, hay que decir que, si bien en este artículo se ha tratado el robo de obras pictóricas, las sustracciones no se circunscriben a ellas; podríamos hablar, largo y tendido, sobre los hurtos a piezas de orfebrería o esculturas. Ni siquiera el tamaño resulta un impedimento para los delincuentes, pues en el año 2005 fue robada una escultura de dos toneladas de la Fundación Henry Moore, en Londres. La obra, titulada “Figura tumbada”, se encontraba en los jardines del museo, y para llevársela hizo falta una grúa. Aunque los ladrones fueron grabados por las cámaras de seguridad, la pieza todavía no ha sido hallada, y se sospecha que pudiera haber sido fundida dado el valor del bronce por entonces. 

En nuestro país, la despoblación de algunas zonas también ha hecho mella en nuestro Patrimonio; por ejemplo, en el año 2010 fueron robadas de la ermita Virgen de Ulagares (Soria), trece obras del siglo XVIII, una de las cuales incluso llegó a ser restaurada para facilitar su venta. Y es que, aunque el edificio contaba con medidas de seguridad, su situación favoreció el robo. Por extensión, y al hilo de este tema, no es de extrañar que los yacimientos arqueológicos –tanto terrestres como subacuáticos– hayan sido catalogados como zonas sensibles de saqueo.

Por otro lado, junto al robo, cabe mencionar que siempre hay otros elementos que causan gran interés, como, por ejemplo, los propios delincuentes. Sobre todo, si han perpetrado más de un hurto y han salido indemnes. Son muchos los que se han lanzado a investigar y publicar la vida de estas personas. Un ejemplo bien conocido en nuestro país es Erik el Belga, que llegó a publicar un libro autobiográfico contando sus “andanzas”. 

Los robos de arte, para terminar, siguen siendo noticia de actualidad. Este octubre se daba a conocer la noticia de un trabajador del Deutsches Museum de Múnich que fue condenado por robar cuadros y sustituirlos por falsificaciones. Unos meses antes, en agosto, era el Museo Británico el que daba la voz de alarma ante la desaparición de, nada más y nada menos, 2000 piezas de joyería y cristal que, según parece, se guardaban en el depósito.

No cabe duda de que de estos delitos sólo se conoce la punta del iceberg y, por desgracia, no existen muchas investigaciones en la materia. Aquí se han expuesto brevemente los casos más conocidos, y aunque algunos hechos nos puedan resultar cómicos y sacados de una película, lo cierto es que estos delitos son auténticos atentados a nuestra historia, que no sólo causan perjuicios a las entidades donde se conservan sino a nosotros mismos, pues forman parte de un Patrimonio que nos pertenece. 

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