¿Y si las personas que ahora habitan Corinto, Esparta o Nafplio no tuvieran que ver nada con los griegos de la edad antigua? ¿y si las invasiones hubieran borrado a los habitantes originales? ¿Es posible que no quede ni una gota de sangre helénica y que los moradores de Grecia sean de ascendencia eslava? ¿Desaparecieron los griegos del Peloponeso durante el siglo VI dc?
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Durante casi dos siglos los historiadores han debatido sobre la conexión entre los actuales habitantes de Grecia y los que la poblaron en la época clásica tratando de dar respuesta a estas preguntas. Las invasiones de eslavos, albaneses y avaros en el siglo VI son difíciles de cuantificar y las evidencias arqueológicas a menudo contradictorias. Por ello hasta hace apenas unos años esta pregunta seguía sin respuesta, sin embargo, en 2017 la ciencia dio respuesta a estas preguntas- Acompáñenos a descubrir la solución a este misterio.
Durante el siglo VI, a partir del reinado de Tiberio II Constantino, los éxitos que había sembrado Justiniano fueron echándose a perder, es justo durante su reinado cuando se pasa de una expansión por el mediterráneo y prosperidad económica a un fuerte retroceso en todos los ámbitos La causa, la aparición de belicosas tribus bárbaras al otro lado de la porosa frontera del Danubio, al otro lado acechaban los eslavos y avaros, pueblos nómadas de diferente procedencia, los primeros indoeuropeos de la Europa oriental y los segundos túrquicos procedentes de Asia central.
La presión combinada de ambos pueblos supero al imperio bizantino y estos entraron con violencia en el territorio de la actual Grecia. Sabemos por la Crónica de Monemvasia y por la Historia eclesiástica de Juan de Éfeso que los eslavos y avaros llegaron en gran número, asediando grandes ciudades como Tesalónica, incendiando y destruyendo ciudades, apoderándose del territorio e instalándose en el Peloponeso entre los años 579-587 obligando a sus habitantes primitivos a marchar.
El estudio de estos eventos llevó al historiador alemán Jakob Philipp Fallmerayer (1790-1861) a concluir que los griegos del Peloponeso o bien emigraron o bien fueron exterminados por los eslavos, es decir que los griegos dejaron de existir en el Peloponeso a partir del siglo VI, una teoría que expuso en su libro “La caída de los griegos del Peloponeso y le repoblación de las tierras abandonadas por las tribus eslavas”.
El primer historiador en enfrentarse a la teoría de Falmerayer fue un griego, el padre de la moderna historiografía griega, Constantino Paparrigopoulos (1815-1891), quien examino las fuentes consultadas por Falmerayer y llegó a conclusiones diferentes disminuyendo la importancia de estas invasiones eslavas y avaras. Paparrigopoulos sostuvo que las conclusiones de Falmerayer estaban basadas en su propia eslavofobia y en el rechazo a reconocer la Grecia moderna como heredera de la Grecia clásica. Apoyando las tésis de la continuidad étnica se sumaron otros historiadores especializados en la etnogénesis de los pueblos eslavos como George Ostrogorsky (1902-1976) y el arqueólogo Florin Curta (nacido en 1965) que aportaron pruebas basadas en fuentes literarias medievales.
Sin embargo la teoría de Fallmerayer no dejo de ganar peso, al final era cuestión de interpretar unas fuentes de determinada manera y de enfrentar las palabras de unos cronistas a las de otros otros, y la dificultad de cerrar este tema, que era fundamental para la construcción de la identidad griega moderna, llevó a un enconado debate intelectual que no se zanjó que la genética nos permitió descubrir si ciertamente los habitantes de la actual Grecia son eslavos helenizados o bien descendientes de los pobladores originales griegos.
La investigación
La genética de poblaciones y en concreto una técnica, la detección de segmentos IBD (Idéntico por descendiente), nos permite estudiar el origen histórico de las poblaciones actuales y determinar cuáles son las poblaciones más próximas.
Todos los individuos en una población finita están relacionados si se remontan el tiempo suficiente y, por lo tanto, compartirán segmentos de sus genomas, estos segmentos que son compartidos se llaman IBD, y la longitud esperada de un segmento de IBD compartido entre dos personas dependerá del número de generaciones desde el ancestro común más reciente que disponen. Cuando más próximas estén dos individuos más similares serán sus genomas y por tanto más largos estos segmentos IBD. Esto se puede aplicar a gran escala con poblaciones diferentes, comparándolas, y es lo que se hizo para descubrir de donde vienen los actuales habitantes del Peloponeso.
Varios investigadores liderados por Giorgos Stamatoyannopoulos, UW Medicine profesor de ciencias del genoma y de medicina en la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington, desarrollaron la siguiente hipótesis, si analizamos el genoma de un número suficiente habitantes actuales del Peloponeso comparamos segmentos del genoma con habitantes de otras regiones del mundo podremos comprender a qué grupo étnico son más próximos. Si los segmentos IBD más largos los encontramos cuando comparamos con los eslavos quedaría claro que efectivamente Fallemrayer estaba en lo correcto, en cambio si los fragmentos más largos se encontraran al comparar con las poblaciones griegas sería Paparrigopoulos quien llevaba razón en su defensa de la continuidad étnica de los griegos a lo largo de la historia.
Para este experimento se tomaron muestras de 241 adultos que vivían en el medio rural del Peloponeso, de entre 70 y 90 años y cuyos cuatro abuelos habían nacido en el Peloponeso. Se tomaron muestras de adultos de toda la región.
Se hizo hincapié en dos poblaciones culturalmente distintas del Peloponeso los Tsacones y los Maniotes. Los escritos del emperador Constantino Porphyrogenitus nos hablan de como dos tribus eslavas se asentaron en Laconia y se movieron desde allí a las faldas del monte Tayetos que se convirtieron en palabras del emperador en tierras habitadas por eslavos., región donde actualmente se encuentran los actuales Tsacones y los Maniotes, dos poblaciones muy diferentes y culturalmente aisladas del resto de Peloponeso moderno que cuentan con su propio dialecto del griego caracterizado por su proximidad con el griego antiguo.
El genoma de estas muestras fue comparado mediante el mencionado análisis IBD con muestras de muchas poblaciones europeas y asiáticas, más de 29 poblaciones diferentes, entre las cuales cuatro poblaciones eslavas, polacas, rusas, ucranianas y bielorrusas.
Al estimar el porcentaje de ascendencia entre poblaciones peloponesias y eslavas, los datos eran claros, existía un porcentaje entre la mayoría de las poblaciones del Peloponeso que rondaba el 10%, mucho más bajo que el 85-96% que comparten con poblaciones italianas, esto demuestra que efectivamente Paparrigopoulos estaba en lo cierto, y que a pesar de que como demuestra ese 10% de ascendencia hubo un asentamiento eslavo, este no consiguió desplazar en absoluto la población griega, sino que más bien se diluyó en esta.
Quedaba por conocer que sucedía con estas peculiares poblaciones, los tayetos y los tsakones, las cuales tenían más posibilidades de ser tal vez descendientes de eslavos asentados en el Peloponeso y aislados durante siglos, de acuerdo a la interpretación realizada por Fallmerayer de la Crónica de Monemvasia. Al haber permanecido aislados durante tantos siglos, podría no existir en ellos esa dilución con la población local y mantener su raíz eslava. Sin embargo, en este caso el porcentaje de ascendencia eslava es mucho menor, pero curiosamente también el de ascendencia italiana e incluso estaban alejadas del resto de individuos del Peloponeso y es que lo que demuestra el estudio por comparación de los Tsakones y Tayetos con otras poblaciones europeas es que probablemente sean poblaciones de origen jónico aisladas y cuyo alto nivel de aislamiento que les ha permitido mantener una genética muy conservadas. Finalmente, estas dos poblaciones que parecían ser candidatas a ser la muestra de ese desplazamiento poblacional resultaron ser las más próximas a los griegos de la antigüedad.
La revolución que suponen los estudios de genética de poblaciones nos permite añadir una nueva pata al estudio de la historia que se suma al estudio de las fuentes escritas y la arqueología, es una herramienta cargada de prometedor futuro cuyas evidencias pueden como en este caso zanjar debates enquistados a los que las otras herramientas de la historia habían dejado de ser capaces de aportar más evidencias.
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